Diario de León

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Hace unos días pude concluir, gracias a la confianza y ayuda de mis anfitriones y el interés decidido de un pequeño grupo, el seminario de Psicoanálisis acerca de ‘La cura del mal y de la maldad’. Pero no es sobre el seminario sobre lo que quiero hablar sino sobre el valor de la presencia, en cuerpo y alma, de sus participantes. Un aspecto cada vez más cuestionado como abandonado, en este entorno voraz de predominio tecnológico y virtual.

La comparecencia del cuerpo y sus movimientos, acompañado por la respiración, la voz y el timbre natural, sin artefactos, en un espacio silencioso que sella el encuentro entre diferentes mundos personales, adquiere ahí una dimensión inédita, que nada tiene que ver con el enclaustramiento con el que se nutre la comunicación a partir de los objetos tecnológicos en las habitaciones.

Las imágenes y voces metálicas que escupen el aparato de la técnica, en ningún caso, pueden transmitir el aura que irradia la presencia del cuerpo y su deseo. Es lo mismo que siempre ha sucedido con la captura de la imagen por la fotografía. Ésta jamás ha podido transmitir, ni lo alcanzará a pesar de las sucesivas mejoras técnicas, la experiencia viva de contemplación, el soplo excitante y satisfactorio del encuentro que el sujeto adquiere en su confrontación «real» con los objetos y sus fenómenos. Porque la fotografía mata el alma mientras la pintura trata de aprehenderla a partir de la creatividad de su autor.

Lo peligroso de esta consolidación, de esta alienación del sujeto hipermoderno a la dictadura de lo virtual, es la comodidad con la que ha aceptado su papel en los designios del poder de la técnica, haciéndose víctima y cómplice a la vez, de sus servicios

En este punto hay una ceremonia, una mística, cada vez más cuestionada por el empuje de la técnica, que tiende a suplantar la naturaleza o el encuentro efectivo de los cuerpos por el simulacro y la parquedad de lo virtual, en detrimento de la captura viva del conjunto. De ahí mi interés, como médico y psicoanalista, por afianzar la dimensión viva, corporal, de los encuentros más allá de este sucedáneo interesado de lo imaginario por múltiples cuestiones, entre otras, la masificación de la demanda en las consultas urbanas, fruto de la escalada sanitaria consumista y la falta de planificación ante el nuevo cambio de paradigma tecnológico.

Ahora bien, la suplantación de lo efectivo por el simulacro virtual tiene una historia, que no puedo desbrozar, así como un interés comercial que se ha ido afianzando vertiginosamente en los corazones humanos, sin ningún tipo de contra. Es más: nunca la alienación del sujeto a la imagen ha adquirido tal poder como en los tiempos actuales.

Capturado en la pantalla y ensordecido por los múltiples sonidos e interferencias que destilan los aparatos, el sujeto ya no libra su deseo con la presencia viva del semejante, en sus diferentes formas, sino con la pantomima de las representaciones y caminos que le dicta el algoritmo creado por el nuevo amo, para afianzar su poder y dominio.

Y, aunque aparentemente son muchos los que empiezan a reflexionar acerca de esta trampa, no por ello se sigue cayendo en sus redes de telaraña, porque la potencia del discurso lo promueve con total impunidad, afianzándose además, en una intimidad que siempre se había escabullido de la mirada del otro.

Pero lo peligroso de esta consolidación, de esta alienación del sujeto hipermoderno a la dictadura de lo virtual, es la comodidad con la que ha aceptado su papel en los designios del poder de la técnica, haciéndose víctima y cómplice a la vez, de sus servicios. Es el viejo slogan del amo y del esclavo en clave actual.

Si como consecuencia de la pandemia todo esto se ha exacerbado hasta la saciedad en todos los sectores y ámbitos de la vida, en verdad, el proceso ya estaba decidido hace tiempo. La presencia del covid sólo ha afianzado lo que ya estaba en marcha en un mundo en crisis, en el que los valores y promesas de antaño estaban suficientemente periclitados.

Las nuevas formas de trabajo cada vez más aisladas, los patrones de consumo en soledad, los encuentros amistosos a través de múltiples artefactos o la esfera del conocimiento a partir de algoritmos que ensombrecen la creatividad, todo esto estaba en ciernes mucho antes de que el nuevo virus se desplegara con brío, a pesar del poder de la ciencia y su técnica. Que el sujeto no lo apercibiera en su complacencia con la oferta progresiva del nuevo mundo virtual, no quiere decir que, en el ansia del mercado, no estuviera ya implícito el nuevo formato y su control.

Sólo hizo falta el acontecimiento de la pandemia para que rápidamente se pusiera en marcha el flamante modelo preconcebido. Luego la crisis en la que estábamos instalados desde hacía tiempo como consecuencia del cambio de paradigma, ha precipitado todo lo demás, aunque la población, de momento, solo captara sus consecuencias «supuestamente beneficiosas», tendiendo a lanzarse inocentemente a satisfacer sus miserias con el uso de las mismas armas que le harían claudicar de sus lugares habituales. De ese modo, los mismos aparatos que sirven para la nueva vida y sus esperanzas, tienden también a eliminar de sus puestos de trabajo a la ciudadanía, con compensaciones, si las hay, claramente de segregación.

No sé si la nueva mutación en ciernes del cuerpo introducirá definitivamente un apéndice para mantener el objeto tecnológico en su seno. Pero todo parece indicar que ese es el camino que nos tienen reservado. El asunto empezó con el reloj de bolsillo para medir nuestro tiempo, pero éste aún estaba fuera del cuerpo; luego continuó con el de muñeca, el cual ya estaba integrado en él mismo. Pero los nuevos relojes digitales que incorporan tantas funciones e información —desde los pasos hasta el ritmo cardiaco, pasando por la conversación metalizada o el visionado de un espectáculo—, hacen pensar que todo está programado para que cada vez tendamos a satisfacer nuestras necesidades, cortocircuitando la presencia real del otro cuerpo.

Tal vez para muchos estas fiestas sirvan para brindar por el nuevo mundo que se aproxima, de manera virtual, puesto que la coyuntura lo fomenta, aunque espero que ese brindis imaginario no apague el deseo del encuentro y del abrazo, en sus múltiples facetas, como ineludible y necesario valor humano. Buena fortuna para este nuevo año.

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