Diario de León
Publicado por
Germán Barreiro González
León

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Atento y diligente lector. Son no pocos los días del año que cuentan ya con su efeméride. El 17 de marzo se celebra el día internacional del cómic, palabra inglesa integrada ya desde hace tiempo en nuestro lenguaje y cuyo significado recogido en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua es muy similar al de la palabra tebeo. Esta derivó de TBO , nombre de una revista española fundada en 1917 y publicada durante décadas. El nombre se popularizó y generalizó de tal modo que el Diccionario de la Real nos dice que el tebeo es una «publicación infantil o juvenil cuyo asunto se desarrolla en series de dibujos»; una «serie de aventuras contada en forma de historietas gráficas». Generaciones enteras, entre ellas la mía (la «quinta» del 52), han sido lectoras impenitentes del tebeo. Este hizo que la muchachada se aficionase a la lectura, afición que afortunadamente en muchos casos no se perdió con la llegada de la televisión. Leído por todos, en el lenguaje coloquial nació la frase, «estar alguien o algo más visto que el tebeo». Recuerdo aquí alguno de sus personajes: Agamenón y la terrible Fifi. Anacleto agente secreto. Ángel Siseñor. Asterix el galo. Carpanta. Cucufato Pi. Daniel el travieso. Don Berrinche. Don Pío. Doña Urraca y Jaramillo. El botones Sacarino. El caco Bonifacio. El doctor Cataplasma y su criada Panchita. El loco Carioco. El pato Donald. El profesor Bacterio. El profesor Franz de Copenhague. El profesor Tragacanto. El reporter Tribulete. Gordito Relleno. Jaimito. Josechu el vasco. La familia Cebolleta. La familia Churumbel. La familia Trapisonda. La familia Ulises. Las aventuras de Tintín. Las hermanas Gilda. Melitón Pérez. Mortadelo y Filemón. Pepe Gotera y Otilio. Petra, criada para todo. Rigoberto Picaporte. Rompetechos. Super López. Zipi y Zape. 13, Rue del Percebe.

De entre ellos quiero destacar a Carpanta a quien sin hipérbole podemos intitularlo como «el príncipe del tebeo». Aparece publicado por primera vez en la revista Pulgarcito ya desaparecida. No tiene oficio ni beneficio, ni tampoco familia. Es un vagabundo, un peculiar mendigo con estrafalaria vestimenta, que vive bajo un puente y que, salvo en contadísimas ocasiones, pasa hambre espesa, soñando con zamparse un pollo asado y que usa mil tretas y enredos para calmar, sin éxito, su constante y voraz apetito. Fue tanta la popularidad que alcanzó, que popularizó a su vez las frases: «tener o pasar más hambre que Carpanta», o «ser uno un Carpanta» (un «muerto» de hambre).

Ignoro porqué su creador, José Escobar (1908-1944) lo llamó así. Quizás porque a la voz carpanta –de origen incierto y de la que hay constancia escrita cuando menos desde el año 1840– el Diccionario le da el siguiente significado, entre otros: «hambre violenta», es decir, hambre de fuerza o intensidad extraordinaria, hambre desmesurada que deja a la persona fuera de sí. Sea como fuere, lo cierto a mi modo de ver es que en este entrañable pícaro contemporáneo –heredero de los que habitaron el Siglo de Oro– encuentro la esencia y el ingenio del tebeo español junto con sus compañeros de viñeta, la enamorada Valeria y el orondo Protasio. Son dignos representantes de tantas y tantas historietas de los tebeos, llenas de talento y creatividad que nos han hecho pasar ratos tan amenos y agradables. Carpanta in memoriam.

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