Diario de León
Publicado por
Arturo Pereira
León

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La juez Ginsburg es conocida en el mundo entero por su lucha y logros en el ámbito de la igualdad entre hombres y mujeres. Una de las mujeres pioneras en la década de los años cincuenta del siglo pasado que colocaron a las mujeres en las facultades de Derecho de los Estados Unidos.

Fue a través de algunos de sus profesores (hombres) de la facultad como tomó conciencia de la necesidad de implementar un sistema jurídico que hiciera posible la igualdad práctica entre hombres y mujeres. La realidad norteamericana en las aulas de Derecho era como en el resto de los países occidentales, una realidad discriminatoria, exclusiva de hombres y no se entendía muy bien la presencia de mujeres en las aulas ni siquiera sus pretensiones. Algunos profesores se atrevieron a decir que era irrelevante que las mujeres obtuvieran el título de licenciadas en Derecho porque nadie las contrataría.

Realmente Ginsburg y sus compañeras se enfrentaban a una realidad que las discriminaba de forma notoria. El hombre por aquel entonces, era el cabeza de familia y él decidía incluso dónde se fijaría el domicilio conyugal.

Esto, a nuestra protagonista no le cuadraba mucho y para empezar a combatirlo se convirtió en una de las mejores alumnas de la facultad con un expediente sobresaliente en todos los aspectos. No obstante, le costó mucho abrirse paso en el mundo de los abogados plenamente copado por hombres.

Fue su marido Marty, abogado, quien la apoyó y gracias a una carrera llena de trabajo y lucha por la igualdad, consiguió que el presidente demócrata Bill Clinton la propusiera para ocupar una plaza en el Tribunal Supremo.

Desde ese momento se ha ganado el respeto de todos los jueces del alto Tribunal por su ponderación y sabiduría. En este sentido ha sido íntima amiga del juez Antonin Scalia, conservador de los duros, o de Clarence Thomas, también conservador, quienes en no pocas ocasiones han votado en el mismo sentido que ella sentencias que marcan la línea a seguir por todos los tribunales de los Estados Unidos.

Esta confluencia de posiciones solo es posible porque, aunque desde perspectivas distintas, estos jueces buscan una igualdad real entre hombres y mujeres, sin discriminaciones que puedan perjudicar a unos u a las otras.

El principio de igualdad lo entienden en términos absolutos. La igualdad es para todos, no más para unos que para otros. Así Ginsburg ha defendido los intereses de hombres que invocando el principio de igualdad se han sentido discriminados por su sexo, estableciendo precedentes judiciales que no dejan lugar a dudas sobre lo que la igualdad realmente significa.

Estamos ante una mujer que ha sido un baluarte real y con poder de decisión ganado exclusivamente con su esfuerzo y ejemplo. Defensora de la ponderación y el consenso, unidos a una fuerte convicción sobre la igualdad entre hombre y mujer, ha conseguido que sus argumentos se impongan tras desprecios iniciales y en algunos casos desdeñados. Su paciencia, alta cualificación jurídica y la firme creencia en que el hombre y la mujer se necesitan mutuamente, la han convertido en un icono de la lucha por la igualdad de la mujer.

Es una luchadora por un mundo mejor que ha dedicado su vida a los demás, y lo ha hecho apoyándose en su marido a quién ha reconocido como su clave de bóveda en su vida profesional y familiar. Hoy, pasa de los noventa años, está enferma, pero sigue peleando con la ley para hacerla más justa.

Ella sufrió el desprecio y mal gusto de unos hombres que no la consideraban digna de ni siquiera pisar una facultad de Derecho. El paso del tiempo, como siempre es el mejor juez, ha demostrado que Ruth Bader Ginsburg es un activo social que debemos reconocer e imitar.

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