MEPIROLAUNI Jorge Villa
Cerner no es amor
La época universitaria no constituye para el homo sapiens ibérico simplemente una etapa de formación puramente académica. La vida estudiantil conforma el espíritu acrecienta los traumas, las manías y con un poco de suerte acrecienta el vocabulario y abre la mente con experiencias, no necesariamente psicotrópicas, que cada uno de los interesados recordará para el resto de sus días. Por ejemplo, y sin ir más lejos, existe un tipejo en el Campus Universitario de Ponferrada cuya constante reinvención del lenguaje resulta para quien les escribe, cuando menos, admirable y comparable a la histórica etimóloga María Moliner. Este desgarbado y melenudo hombre tranquilo, a medio camino entre un etílico canalla misógino y estiloso Rimbaud ochenteno me desveló la pasada noche entre farfullos a la manera Mc Danielssen los secretos de un «palabro» ignoto hasta ese momento para mí: Cerner. Ocurrió porque, como siempre a esas horas de la noche, el néctar de los dioses le había transformado en maldito arbejo, ocurrente, parlanchín y sobre todo expléndido. ¡Delmer, apuntame lo de todos en mi cuenta! Lo de esa pareja de desconocidos también. Porque están enamorados y eso es muy bonito ¡Viva el amor!», espetó mientras continuábamos dialogando, sin encontrar respuesta alguna, sobre esa maravilla llamada mujer y a la que cada cual le pone el nombre y apellidos que le sale de la vaina. Y hablamos de las ridiculeces, de las idioteces y lo que se nos nota cuando nos enamoramos, de los nervios que pasamos... De repente, como si las musas le hubieran visitado, se le cambió el rictus y me pidió un Euro: «Voy a cerner». «¿Cómo?», respondí. «Sí, a cerner. Voy a llamar a una chica que hace un año y medio que no veo para desenterrar lo que ya no existe y no sé si existió», me explicó con ojos maquiavélicos para añadir: «Sí, también podríamos denominarlo hortelanear o perrohortelanear. Amor, no». Y allí se quedó en una cabina, bajo la lluvia, cautivo y desalmado, tosiéndo por doquier el hombre tranquilo cernió. Estoico y con prestancia de quien sabe que a la mañana siguiente le parecerá haber hecho el gilipollas, terminó la llamada y subió a cenar todo orgulloso hasta casa de Manu. Continuó bebiendo y se disipó. Quizás esta leyenda carezca de interés para los lectores, pero tal actitud de Juncal forma parte de su traje. Se la he visto en el Punto y Aparte, en la Gatera, en el Cotton, en el Burbia... Muchos la cagan durante los efluvios copiles, pero que le den nombre a esos comportamientos y les sienten tan bien que hasta parezcan investidos de un aura por ello; de esos, de esos hay muy pocos.