Diario de León
Publicado por
Manuel Cuenya
León

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FRANCIA, que siempre ha sido un país transigente, está ahora imponiendo sus códigos morales acerca de cómo deben ir vestidos los rapacines a los institutos. No nos enseñes la braguita ni el ombliguito que después todos son lloros. No vaya a ser que tus compis babeen de gusto y se lancen a ti cual si fueras una gacela en mitad de la sabana africana. En busca del fuego ansiado. No juegues con las cosas de comer, niñita, que luego el personal se enciende y no hay quien a bajarlo de su burro. No provoques, muñequita, capullito, que no queda bien que nos enseñes tus trapitos íntimos. Deja de jugar con fuego, que acabarás chamuscándote. Y tú, pocholín, no me andes con los pantalones caídos, enseñando el calzón «cagao», que pareces un zopenco y un guarro, cualquier día vas a pisar los pantalones y te darás una hostia monumental, de las que hacen época. En nuestra sociedad hiperconsumista y tontuna la moda manda. Y los adolescentes, modernos que son ellos, no quieren perdérsela, aunque para ello tengan que mostrarnos su pellejo. La ropa como prolongación de la piel. Sorprende que Francia, que ha presumido de ser uno de los países más liberales del mundo, se ponga ahora a revisar las indumentarias de los chavalines. No sólo revisar, sino que los centros escolares pretenden imponerles cómo deben ir ataviados al insti o liceo. Si las musulmanas pueden ir enfundadas en su chilaba y cubiertas con el velo de la santidad y la perversión, por qué no van a ir las francesitas enseñando el tanga y el ombligo, que es versículo satánico, botoncito de alarma, disparador de emociones. Cada cual va vestido como se lo permita su cartera y su gusto/disgusto. Cierto es que hay adolescentes que, en vez de ir vestidos, parecen deambular como zombies recién salidos de la bañera. O como su mamá los trajo al mundo, desnuditos y ensebados. La desnudez como experiencia escultural y táctil. Como el gusto suele convertirse en un sin gusto, tampoco vamos a extrañarnos porque los escolares vayan vestidos como espantapájaros, o enseñando la médula espinal. En el fondo, lo que buscan es llamar nuestra atención, porque se sienten desamparados, desorientados en este caos. Habida cuenta de que vivimos en medio de la jungla, y con la moda como carta de presentación, todo o casi todo está permitido. Si algún día, nos topamos con un berciano que va al cole enfundado en un estuche peneano, no os asustéis ni le coartéis su libertad, pues sólo intenta imitar a un indígena de alguna tribu amazónica.

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