Diario de León
Publicado por
RAQUEL PALACIO VILA
León

Creado:

Actualizado:

ME ASOMO a la ventana y veo la furgoneta de los churros aparcada, aguardando la marea de gente que pasará paseando, que dará cuerpo y vigencia a una tarde de Jueves Santo como tantas cualquiera. Aún es pronto y ya hay familias elegantes y una pareja en chándal que turistean por el castillo y por las calles del Reloj y del convento. Como si el invierno fuera cosa de un sueño, como si hubiera sido un abrir y cerrar de ojos o una página sin interés, las terrazas de bares y cafeterías consienten en quedarse al aire libre a tomar los cafés. Es un domingo extra por la muerte de El Señor. Como cualquier costumbre centenaria, la pureza primigenia ha desembocado en celebración y vacaciones. En ocio costumbrista con coletazos de fervor y pasión que apuntan a desaparecer con la última generación de devotos. Los descalzos en la procesión, los que emulan el calvario con cruz pesada de troncos de verdad, las promesas o peticiones o compromisos por arrepentimiento o favor, serán anécdota curiosa y pasada y son raíz. Una raíz ramificada e intrusa en todos nuestros pasos como cultura. Nos gusta lo solemne. Nos emociona lo grave. Acudimos a contemplar, hay quien con gafas de sol para llorar discreto, la triste e injusta historia de un hombre bueno con madre doliente y amigos fieles y alguno traidor. Será que, ceñidos a ese pilar , a ese eje de bien y mal que es el cristianismo no hemos sabido crecer, sino simplemente seguir caminando con el consuelo de cumplir nuestra parte de bien, con la almohada o colchón moral de definir lo malo y despreciarlo. Será que hay que ir a ver la procesión para sentir a golpes de bombo, redobles de tambor y toques de corneta que algo oscuro sucedió en el principio de nuestra era y que nosotros estamos aquí, salvados y pródigos, lejanos a esa barbarie de creyentes y descreídos. Cuando era pequeña tenía la certeza de que esas cosas ya no ocurrían. Salía con mis tías en la procesión de El Encuentro, con más ilusión que sueño, como si acudiera a un evento trascendental, con la túnica desteñida de mi tío abuelo, un nazareno gris en la fila negra de cucuruchos silenciosos. Hoy son mis primos los que duermen con los nervios jubilosos, casi como en la noche de Reyes, y Pablo, que está malo, que vive en Madrid y disfruta por primera vez de la libertad de ir solo por la calle, a sus ocho años, le dice a su madre que lleva todo el año esperando este día y que va a ir a la procesión le cueste lo que le cueste. Será que también hay tradición familiar y compañerismo y limonada en todo esto.

tracking