Diario de León
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VERLAS VENIR ERNESTO ESCAPA
León

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L os episodios de actualidad en esta semana pasional no se decantan en morado, sino que su contraste más bien aventura un paisaje gris teñido de duelo y decepción. Porque la mezcla del negro de la muerte y los chanchullos de la mina con el blanco que marca el fin de la cuota lechera, no ofrece ninguna expectativa despejada o limpia. En realidad, el carbón sigue acumulando embrollos a su costa, a la vez que suma víctimas en la recta final del largo adiós. Mientras los mineros titulares o alquilados en subcontratas se juegan la vida bajo tierra, y a veces incluso la pierden, una pandilla de vividores encontró en su negritud el portillo para disfrutar jubilaciones inmerecidas. Se trata de un timo sencillamente obsceno, que ha ido cosechando cotizantes indebidos, mientras la denuncia de los inspectores permanecía durante años varada en un gatuperio del Bernesga. Quizá en alguna ciénaga. Como los mineros de Neruda, unos están bajo tierra, moviéndose con fatigas y sufrimientos, mientras otros descansan extendidos, transformándose, silenciosos.

Cuando la actualidad desvela estos trazos de realismo sucio, que vienen a pintarrajear los funerales de un sector clave en nuestro primer desarrollo industrial, de ninguna manera nos podemos permitir la frivolidad de mirar para otro lado. Ni con las muertes ni con los chanchullos. Tampoco con la eliminación de las cuotas lácteas impuestas por Bruselas al cabo de treinta años. Una decisión que se produce después de que la Comisión Nacional de la Competencia sancionara con 88,2 millones de euros la actuación mafiosa de las industrias lácteas. A lo largo de todo lo que llevamos del siglo veintiuno, el reparto concertado entre las industrias de la recogida de la leche, hizo inviable que los ganaderos pudieran fijar sus precios de venta y elegir al mejor postor para entregar la producción. Esta multa afecta a todas las grandes marcas del sector lácteo, aunque sus nombres se camuflan y aparecen menos de lo debido. El tinglado lo destapó una cooperativa navarra y hay que señalar que los abusos anteriores, también documentados, no han podido ser sancionados por haber prescrito. En el camino se quedó una quinta parte de las explotaciones ganaderas de leche. Hubo impagos, abandono y muy variadas deserciones. Los que sobrevivieron fueron comprando cuotas de producción y organizándose en cooperativas. Algunas llegaron a acumular un gasto en cuotas de cien millones de pesetas. Ahora aquellos derechos valen tanto como nada. Podrán producir más, seguramente para ganar menos dinero.

Con este paisaje de pérdidas, otras conjeturas de actualidad no pasan de frívolas. Las cifras insoportables de desempleo, su legado de desigualdad y la torpeza de los partidos clásicos, paralizados por la corrupción, aventuran un escenario político a partir de mayo muy distinto al acostumbrado, de representación más troceada. Semejante resultado no debería suponer ningún inconveniente, porque obliga a extremar la negociación y acercar posturas entre las diferentes opciones. Pero parece que tampoco estamos todavía para eso.

Ni siquiera vamos aprendiendo de países más cuajados, como Francia, después de su modélica gestión de la tragedia de los Alpes. Aquí seguimos con primarias que si no gusta el resultado, pues se cambia. Como acaba de pasar con los socialistas de Ávila.

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