Diario de León

Entrevista

«Envidio a los que empiezan porque todavía son libres para fracasar»

Recogió ayer el Premio Leteo y hoy participa junto a Ray Loriga y Alberto Olmos en una mesa redonda acerca del mal de escribir. Asegura que el trabajo de fabulador comporta, sobre todo, soledad, y que la verdadera libertad implica es

Enrique Vila Matas recibe el Premio Leteo de manos del presidente del club, el poeta Rafael Saravia.

Enrique Vila Matas recibe el Premio Leteo de manos del presidente del club, el poeta Rafael Saravia.

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cristina fanjul | león
León

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«Cuando me llamaron creí que era para que lo entregara y no para recibirlo», recordaba ayer Enrique Vila Matas a propósito de la concesión del premio Leteo. Humilde, se mostró halagado por este reconocimiento -«no es un premio pequeño, el pequeño debo de ser yo»-, agradeciendo poder compartirlo con figuras literarias como Antonio Gamoneda y Paul Auster.

-El hecho de que le hayan dado el Premio Leteo es, en cierto modo, vilamatasiano. El año pasado, el premiado fue Paul Auster, y hace dos años, usted visitó León para dar una conferencia coincidiendo con la exposición de Dominique González Foerster en el Musac y la pieza, -Tapiz de lectura-, que le dedicó. Ambos (Auster y Foerster) aparecen en su última novela. ¿Formará parte este capítulo de alguna de sus creaciones literarias en el futuro?

-Sí, hay un bucle y hay otro bucle anterior todavía, permítame que me ría, porque cuando tenía 25 años estuve en León. No tenía dónde dormir y tuve que hacerlo en el 600 que tenía por entonces, frente a San Marcos, donde tampoco había habitación para alojarme. Por la mañana me levanté y me lavé la cara en la fuente que por entonces había frente al hostal. Ahora, el paseo ha cambiado. Me quedó muy grabado porque fue una noche en vela que pasé frente al parador. Si cuando me estaba lavando la cara me hubieran dicho que con el tiempo regresaría para recibir un premio en el mismo hostal... Había publicado sólo un libro y no era previsible que me convirtiera en el escritor que hoy soy.

-Dice Paul Auster que escribir es una manera terrible de vivir. ¿También para usted?

-No sabía que Paul Auster dijera eso. Yo no lo considero terrible. La escritura pasa por muchas épocas. Uno empieza a escribir por un motivo y después lo hace por otros. A través del tiempo va teniendo diferentes posturas respecto a la literatura. En lo que sí coincido con Auster es en que la escritura nos aparta de la vida, pero precisamente para escribir sobre esa vida. Eso es bastante cierto.

-¿No se encuentra mucho más solo después de convertirse en un grande de las letras, en un escritor tan traducido, tan seguido?

-¿Intuye usted que eso ocurre?

-No lo sé, yo tengo pocas certezas.

-Aunque tengamos una concepción del escritor como un ser muy social, que asiste a congresos, da conferencias... más que soledad, cuando se alcanza una posición literaria como la que ocupo en la actualidad, es más complicado escribir, porque uno sabe más que antes, lo que no significa que sepa nada. Por eso, está cargado de miedos, porque teme que lo próximo que escriba no sea superior a lo que ha hecho hasta entonces. El hecho mismo de haber publicado varios libros de cierto éxito provoca que se acote también el espacio de libertad a la hora de crear. Uno siente miedo al fracaso, al menos un miedo superior al que sentía antes. Cuando uno no ha tenido éxito, es libre de fracasar, está a tiempo de ensayar libremente.

-Me imagino que también hay un espacio más difuso, el de la envidia de los otros...

-Sí, también están los que esperan que falles, que esperan ocupar tu lugar. En fin, son los miedos cotidianos del escritor solo y es un tema largo de explicar. La libertad que se tiene inicialmente no es la misma que tienes cuando tienes un pasado. Ocurre igual que con la vida. Uno es prisionero del pasado.

-¿Hay antídotos para librarse de esa sensación?

-Un truco es pensar que eres otro, que no has escrito nunca nada... olvidarte de quién eres. Es una forma de abordar el texto con arrojo, con valentía, con valor. Luego, también, buscar siempre el riesgo. El riesgo siempre comporta el fracaso y, por eso, yo he escrito tanto sobre el fracaso. El arte mismo es, esencialmente, fracaso. Cuando más alto y más éxito se tiene más peligro se corre de fracasar y, por eso, el fracaso también conlleva la recompensa.

-¿Cómo lleva que le sigan clasificando como escritor de culto?

Dublinesca ha tenido una acogida lectora muy grande y, por lo tanto, no se puede hablar ya de que sea un escritor de culto o minoritario, porque el número de lectores es ya más que notable. Es cierto que, por ejemplo, Dublinesca ha tenido ya un premio en Francia, el Jean Carriere. Es cierto, por lo tanto, que en otros países se me juzga más objetivamente y mejor, quizás porque hay menos familiaridad.

-Uno de los temas que más prevalece en su obra es el olvido. ¿Le ocurre como a Elias Canetti? Quiero decir que si su potencia creativa y literaria es, en realidad, una manera de luchar contra el olvido.

-Todos estamos conectados y condenamos al olvido y frente al olvido están la memoria y la imaginación.

-Los consejos que le dio Marguerite Duras para convertirse en escritor ¿le sirvieron o se quedaron en el trastero de su cabeza y nunca más volvió a prestarles atención?

-Tras la primera impresión, que fue terrorífica, me sirvieron para indagar cuestión por cuestión y, a la larga, fueron buenas. Ahora, el mejor consejo que me han dado nunca fue el que a ella le transmitió su amigo Raymond Queneau: «Usted escriba y no haga nada». El mismo Mario Vargas Llosa dijo en Estocolmo que su mujer le decía que lo único que hace bien es escribir. Esta es una frase terrible, además de un gran elogio. En parte, hay escritores que sólo sirven para esto. Recuerdo que a Samuel Beckett le preguntaron por qué escribía. Contestó «Y ¿qué quiere? No sé hacer otra cosa».

-Muchas veces no nos damos cuenta de lo terrible que es mirar de frente al vacío para mostrárselo a los demás, que para mí es el oficio del escritor.

-Sí, es cierto. Una amiga muy inteligente me dijo en una ocasión que por qué no dejaba de dar vueltas al tema de la existencia y, simplemente, me dedicaba a vivir la vida como es. «Te puede ir mejor», me dijo. Ella está muy lejos del mundo literario.

-Si tuviera que dar un consejo a un escritor principiante ¿qué le diría?

-Envidio a todos aquellos que comienzan a escribir ahora, que son libres para fracasar y, por lo tanto, para experimentar. Por otro lado, el consejo sería que se fije en el tiempo que yo le he dedicado a la literatura. Quiero decir que el reconocimiento de mi obra ha sido muy lento y no me ha importado, todo lo contrario. Seguí combatiendo con más fuerza y, en ese sentido, ha sido muy provechoso. No hay que ir deprisa. No se trata de tener éxito a los dos libros. El hecho de escribir es algo demasiado serio como para reducirlo a eso. Nuestra generación era consciente de que la literatura era un trabajo solitario.

-Otra de las constantes en su obra es la ironía. Me gusta especialmente la definición según la cual es el mejor artefacto para desactivar la realidad. ¿Hasta dónde puede llevar esta actitud? ¿Traspasa los límites de la literatura?

-Sí, totalmente y también la utilizo para pensar. Todo lo relativizo y me río de todo: del mundo, de la importancia de la literatura, de mi propia importancia. Mi labor siempre ha sido la desmitificación del hecho artístico de la literatura.

-¿Hay literatura que no sea metaliteraria? ¿Hay espacio para la originalidad?

-Me apoyo en determinados autores, pero transformando lo que dicen, o bien, dialogando con ellos. Aquí hay un equívoco, porque si no se me lee parece que utilizo demasiado la literatura de los demás y, en realidad, la literatura de los demás me sirve como método de trabajo. Yo he creado un mundo muy propio al haber asimilado otros autores. Cuando me preguntan a quién quiero parecerme, cuáles son mis influencias, siempre digo que la influencia soy yo mismo. He creado un mundo propio en torno a una literatura plural en cuanto a voces. Se me acusa, por ejemplo, de practicar el yoísmo . Yo practico una literatura que han titulado como de automitográfica. Yo creo voces que no son la mía, continuamente. Eso hace que sea una literatura muy autónoma y casi original. Lo de la metaliteratura se utiliza como acusación porque siempre hay que ponerle un pero a quien tiene éxito. Es una manera de despreciar sin conocer. Lo que es cierto que yo escrito con más profundidad sobre temas como la vida, la muerte y el paso del tiempo.

-Algunos de sus lectores se extrañan de la manera que tiene de difuminar la frontera entre ficción y realidad en sus relatos. La literatura es ficción pero, y ya sabrá perdonarme la idiotez, ¿Hay alguna manera de saber cuándo fábula y cuándo no?

-Todo es real y verdadero. Lo que te digo es lo que pienso. Al mismo tiempo, lo puedes leer como una ficción, como una voz inventada para esta entrevista. Todo lo que he escrito pertenece al género de la ficción. No puede ser otra cosa que ficción. Pero es una ficción muy verdadera, porque trata de lo que a mí me sucede. En Exploradores del abismo yo cuento mi paso por el hospital después de un colapso muy grave de cinco años en forma de ficción. Ese mismo suceso lo cuanto como un texto real en Dietario voluble . Lo hice a propósito para demostrar que si una cosa tan crucial para mi -estuve a punto de morirme- tiene dos registros: ficción y realidad, todo lo tiene. A la larga es un hecho real, pero lo trasladé a la ficción. Si eso lo hago conmigo mismo ¿qué no voy a hacer con lo demás, que me importa menos?

-¿Estamos a punto de entrar en una nueva era de la literatura?

-Sí, sin duda se está transformado y siempre ha ocurrido, pero en esencia seguirá siendo lo mismo. Todo está hecho ya. Otra cosa es que se pueda hacer con otras formas. El hombre no ha cambiado nada desde la época de Grecia. Tenemos los mismos defectos, odios, aspiraciones... la literatura tampoco va a ser distinta. Leía ayer a Lobo Antunes explicar algo que a mí también me pasa. Decía que tienes el borrador de la novela y tienes que resolver ponerlo todo en orden. No hace falta que busques nada que no esté ahí. Hay que saber ordenar, construir, pero no hay nada fuera. Lo mismo ocurre con la literatura.

-¿Su literatura cabría toda en una maleta?

-Depende. Si se refiere a los libros que he publicado, no. Sólo con las traducciones... Si se refiere a mentalmente, sí que cabe. Siempre aspiro a ser ligero, con todo lo que eso comporta, con los peligros que la ligereza entraña.

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