Diario de León

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«Muchos cambiarían su Goya por mis 25 años de carrera»

«Lo peor». Así le definió Enrique Urbizu a José Coronado su personaje de ‘No habrá paz para los malvados’, un despojo humano con placa de policía que, sin pretenderlo, se encuentra en mitad de una trama de terrorismo islámico. Letal como ‘Harry, el Sucio’, racial como nuestro ‘Torrente’, el personaje de Santos Trinidad puede brindarle a Coronado un premio de interpretación que reivindique de una vez por todas su talento.

Javier Coronado, ayer a su llegada al Festival de Cine de San Sebastián.

Javier Coronado, ayer a su llegada al Festival de Cine de San Sebastián.

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O. l. belategui | san sebastián
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—Santos Trinidad da miedo casi desde su nombre.

—Hablan más los silencios y las miradas que su verbo. Ya había trabajado esa contención en mis dos trabajos previos con Enrique, La caja 507 y La vida mancha. Es un tipo que vive en el infierno y se odia a sí mismo y al mundo. Comienza la película borracho y cargándose a tres. Y encima queremos que el espectador nos acompañe durante dos horas.

—Y que le salgan las cosas bien.

—Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta. El demonio que todos llevamos dentro. El azar es otro protagonista.

Santos fue un buen policía, formó parte de las brigadas de élite. Tiene un anillo que indica que estuvo casado... Su pasado no se explica ni importa. Algo le hizo pasarse al lado oscuro. Y cuando se encuentra con el agua al cuello saca al buen policía y se convierte en salvador.

—Usted ya había andado entre policías para preparar otros personajes.

—Son buena gente, realizan una labor impresionante. También es el gremio con más índice de divorcios, ellos no acaban a las ocho y se van a cenar. Sus compañeros de viaje son prostitutas, camellos, trileros, narcotraficantes... Están todo el día con escoria, y eso es difícil de llevar. También hay incompetentes, que son los que más daño hacen. Inútiles que pueden hacer que estallen bombas en cualquier sitio.

—¿Hay más divorcios entre policías que entre actores?

—Sin duda. Los actores nos divorciamos por otros motivos. Trabajamos con la piel, con las emociones. Nos están poniendo tentaciones continuamente. Es una vida mucho más terrible la del policía.

—Engordó siete kilos para el personaje, participó en redadas, anduvo en coches patrulla... ¿De verdad hace falta todo eso?

—Cuando hice de bombero me pasé dos meses con ellos y entré en fuegos. Así entiendes lo que llevan por dentro, cargas al actor de cosas que no se ven pero que te sirven para entender el objetivo de la vida de otros. Es un privilegio, porque te enriqueces como persona.

—¿Ha conocido a compañeros que han cometido estupideces en nombre del Método?

—Muchos. «¿Por qué no piensas en tu madre muriéndose?». Vamos a ver, ¿tengo que llorar yo o el espectador? Dame un poco de colirio para que se me caiga la lagrimita... El Método Staniscardo Franco me eligió para Berlín Blue le decían cómo había podido escogerme. «Porque sabe mirar a una mujer», contestaba. Yo tengo la universidad de la vida, no me hace falta hacer la gallina.

—¿’No habrá paz para los malvados’ es la película de la que se siente más orgulloso?

—Sí. Cumplo mis bodas de plata en la profesión. Y lo que siento con ella no lo he sentido con las cuarenta anteriores. Lo noto por vosotros. Estoy que no me lo creo.

—¿Piensa en premios?

—Quiero evitarlo porque los premios son muy injustos. No hay mayor premio que el trabajo continuado. Muchos con un Goya en la chimenea se cambiarían por mis veinticinco años de carrera. A mí me gusta levantarme por la mañana y ponerme el casco para ir a trabajar.

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