Diario de León

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Estulticia versus Libertad

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León

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Libertad, libertad… como en los viejos tiempos, cuando se desgañitaban las voces en el coso de la Condal, con otras miras. A punto de conseguir «papel»… se me truncaron los deseos; misión imposible un asiento al cierre de la Monumental barcelonesa; me quedé con las ganas de revivir aquellas tardes de mediados de los setenta, entre rallye y rallye, entre cierre y cierre de las páginas de «Motorauto», extinto semanal especializado que me sirviera —¡qué tiempos!— de Escuela de Periodismo para quien, de «cuchara», cuneteó una y mil noches cámara en ristre; que servidor jamás pisó aula alguna para letrarse en estas lides.

Libertad, libertad… como en los viejos tiempos, cuando la Condal —la Ciudad, claro— se preciaba en paradigma de modernidades libertarias, cada cual con lo suyo , sin complejos ni prohibiciones —las «justas», nada más— cuando el país —incluso el Catalán, ¡ya te digo!— volvía a respirar respiros que hoy, tres décadas después en mi particular calendario, se le niegan a La Fiesta.

A cruzar la frontera, antaño, para ver «películas»; para ver toros… hoy, cuando las «películas» están pasadas de moda y los toros sufren de tanta incomprensión gubernamental… «Merced» a la connivencia de un leonés, otrora presidente, que nunca ejerció de tal en el ánimo de «todos».

El sábado, Morante pidió el sobrero, bordándolo el de La Puebla, en tipo de torero antiguo, de catafalco y azabache, hombrillos grandes y pañoleta grana, patillas y habano entre barreras, rematando terna con un Juli soberbio y un José Mari que hizo tanto honor a la dinastía… que no pudo serlo más; según cuentan las crónicas, que no conseguí «papel» para sentarme en el coso de la Meridiana.

La apoteosis, el domingo, con el de Galapagar más «en» José Tomás que nunca —o como siempre en Barcelona—, de catafalco y oro, clavando las zapatillas en un albero que —de momento— no volverá a correr toros , ni a disfrutar con un torero de la tierra, Serafín Marín (de Montcada i Reixac, más… imposible), reivindicativo en su capote, ni a volver a disfrutar allí de Juan Mora. Los de Núñez del Cuvillo el sábado, un JuanPedro el regalado sobrero, y los de El Pilar el domingo, abrocharon , como los seis diestros, casi un siglo —le han faltado un par de años para cumplirlo— de festejos en la Monumental de Barcelona.

Cachetearon —por puntilla— en la Meridiana, los nacionalistas de barretina atornillada , políticos (?) de escasas miras, recorteadores de libertades que le han hecho —no lo duden— un flaco favor a «su» país… con el que tanto se les llena la boca. Y en la distancia, tapándose tras la contera del burladero, un leonés… estampó también la firma del desatino.

¿Libertad, libertad? ¡Qué pena… Barcelona!

¿¡Qué viene a vivir a Eras!? ¡A trillar… tenía que ir!

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