Diario de León

Crítica de televisión

La confesora de famosos

Publicado por
rosa belmonte
León

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  Después de hacer la entrevista a Lance Armstrong, Oprah Winfrey dijo que el ciclista no se había sincerado de la forma que ella esperaba. Una vez vista la primera parte de la conversación, gracias a Discovery Max, me pregunto qué esperaba Oprah. ¿Que saltara en el sillón, que llorara? De hecho, conforme iba contestando a todo, las dudas se centraban en qué habrían dejado para la segunda parte. ¿A Sheryl Crow? En realidad, a los hijos, la esposa, la madre y el futuro en una entrevista sin editar, que tampoco están en Own, la cadena de Winfrey, para tirar material.

Pero aunque no hubiera momentos dramáticos (solo la cursi introducción con violines y piano), hay que agradecer a Oprah el principio de la charla, su batería de preguntas directas acusatorias que el otro iba respondiendo con lacónicos síes o noes. Igual que hacía Mila Ximénez en el polígrafo.

Lo que el texano calificó como un programa más grande de dopaje que el de Alemania del Este en los 70 y 80 quedó al descubierto sin mucha insistencia por parte de la entrevistadora. Vamos, que esto no era el acorralamiento de David Frost a Nixon. Ni un interrogatorio de Brenda Johnson en The Closer.

Oprah había conseguido la entrevista con un correo electrónico mandado hace dos meses y un encuentro en Hawai, donde ambos coincidieron en Navidad. Por su condición de confesora de famosos, Oprah ya tenía casi todo camino hecho. Y el otro iba dispuesto a hablar. No creo que ella tenga más mérito que el de su propia existencia. Otra cosa es el mérito de Oprah para haber llegado a ser Oprah. Armstrong no lloró. Fue tan frío como la habitación donde se desarrollaba la entrevista (parecía el decorado de una película de Douglas Sirk)

Frente a la tibieza de Oprah, que tampoco fue a los detalles, la arrogancia amable de Armstrong y su hieratismo admitiendo el doping, ser un matón o haber llamado puta a Emma O’Reilly. Es como el protagonista de El adversario, de Carrère. Pero sin muertos. Y sin lágrimas, que es lo que más siente Oprah. Para eso tendría que entrevistar a Soraya sobre los desahucios.

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