Diario de León

Un libro recopila los mejores trucos de Houdini

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pilar manzanares | madrid
León

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Se hacía llamar ‘El Gran Auto-Liberador, Rey Mundial de las Esposas y Escapista de Prisiones’, pero ha llegado hasta nuestros días como ‘El gran Houdini’. Nadie a día de hoy sabe cómo lo hacía y, en su momento, se llegó a hablar de desmaterialización y poderes psíquicos, y no de trucos. Todo un enigma.

Nacido en Wisconsin en 1874, Eric Weiss, como se llamaba realmente, decía que una voz en su interior le dictaba lo que debía hacer y cuándo hacerlo y que, si en alguna ocasión la desoía, podría llegar a morir. Más allá de eso, jamás reveló nada a nadie, ni siquiera a su esposa. Viajara a donde viajara, superó toda clase de retos. En Holanda pidió a los cesteros locales que confeccionaran una cesta alrededor de su cuerpo. Y salió de ella. En Moscú lo encerraron en el furgón donde se transportaba a los condenados a Siberia, pero se fugó. En California, lo enterraron a un metro y 80 centímetros de profundidad y salió ileso. Y el 2 de diciembre de 1906 saltó del puente Old Belle Isle de Detroit atado con varias esposas, y se soltó debajo de un agua helada que habría paralizado a cualquiera, tal y como hizo en la Bahía de San Francisco al ser arrojado con las manos atadas a la espalda por grilletes y una bola de 34 kilos amarrada a su cuerpo. Y no fueron esas sus únicas hazañas.

Una vida de proeza

«Toda su vida fue una larga sucesión de tales proezas y, cuando digo que entre ellas se encontraba saltar de un aeroplano a otro, con las manos esposadas, a una altura de tres mil pies, podemos hacernos una idea de hasta qué extremos era capaz de llegar», contaba su amigo y observador de sus hazañas, el escritor Arthur Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes.

Y siempre había prensa para hacerse eco, porque el ‘gran Houdini’ era un agente publicitario extraordinario. «No se detenía ante nada cuando veía la posibilidad de hacerse propaganda. Incluso cuando iba a dejar flores en las tumbas organizaba de antemano la presencia de fotógrafos», escribía Conan Doyle. A Houdini le perdía su vanidad infantil, que dicen que resultaba más graciosa que ofensiva.

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