Diario de León

Manuel Rivas escritor

«El periodismo ha sido secuestrado por intrusos que tienen otras prioridades»

«Soy como un agricultor autosuficiente, planto de todo», dice el laborioso Rivas, y también que arte y literatura no son más que formas de una larga «lucha contra la vulgaridad». Ayer estuvo en Castrillo dando pistas a traductores de su obra y adelantando que prepara un libro sobre la India y una novela a la que llama «zapatos metafóricos para caminar, otro tramo, monte a través».

Manuel Rivas, ayer en Castrillo de los Polvazares.

Manuel Rivas, ayer en Castrillo de los Polvazares.

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e. gancedo | león
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Rivas es un despeine canoso y un fluir de palabras crujientes que cobran vida nada más salir de su boca y vuelan como pájaros, concretamente abubillas y cuervos. Rivas, mirada de fondo oceánico, voz ramificada en muchos ríos afluentes, se presentó ayer en Castrillo de los Polvazares para hablar con traductores europeos sobre el trasvase de sentidos y sensibilidades de unas lenguas a otras en el octavo encuentro que dirige Javier Gómez-Montero y también en Astorga para participar en el curso universitario organizado sobre esa misma temática. Habló de literatura y habló de periodismo. Y habló de futuro: «Hay que perseverar en el error de tener esperanza».

—¿Es verdaderamente posible traducir una obra literaria a otro idioma?

—Es que lo primero que uno hace al escribir es traducir su lenguaje interior. La masa es la memoria y la imaginación, el fermento. Y ahí ya existe una primera traducción que encarna, en unas palabras concretas, una lengua propia, íntima.

—Los profesionales aquí presentes se enfrentan a la traducción de ‘Las voces bajas’. ¿Cuál es la clave que subyace a esta obra de ‘autoficción’?

—Nació de la necesidad de hablar de esas otras voces que casi nunca son noticia pero que no dejan de ser las fundamentales y primarias. En ese proceso descubrí que la ‘boca de la literatura’ no estaba en la gran cultura, no eran en las ‘voces literarias’ donde había que buscarla, sino que estaba en los niños, las mujeres, los muertos, los animales... en los libros que están escritos en el aire. Es un viaje a las fuentes de la expresión humana.

—A las ‘palabras vivas’.

—Para mí no es algo distinto de nosotros mismos, son algo físico, mi dolor de muelas se parece al malestar que siento cuando no encuentro la palabra exacta, noto un hueco... Las palabras nos hacen. Y las metáforas. El lenguaje literario es excéntrico, el céntrico es el del poder. Lo indirecto tiene un sentido de la precisión mucho más grande que decir: ‘Esto es así’. Una metáfora nos dice más sobre esos portadores de antónimos que somos los humanos que cualquier escritura ‘mecanográfica’.

—‘El periodismo es un cuento’ ha sido libro de texto para varias generaciones de periodistas. ¿Es hoy, más que nunca, un puro cuento?

—Bueno, la verdad es que parece un libro de otra época, ¿no? Ahora están estudiando reeditarlo y la posibilidad me gusta porque en esta atmósfera apocalíptica que vivimos el libro tiene esa condición como de otro tiempo pero también evidencia todo lo que está pasando: que en el periodismo se conciertan varias crisis, está la que provoca el cambio tecnológico, que es aprovechado para eliminar toda una forma de trabajo, y está también el predominio del negocio sobre la información... hay una sensación como terminal.

—¿Y qué es lo peor de toda esa situación?

—El hecho de dispararse a los propios pies, la pérdida de estima del oficio. El predominio del cinismo sobre el valor de la profesión. Y en cambio la realidad es que necesitamos más el periodismo que nunca, existe verdaderamente esa demanda de bien público que es la información veraz, independiente, la que no sea servil, una pura prolongación de la propaganda.

—¿Cómo es posible que hayamos llegado hasta aquí, a este ‘apocalipsis mediático’?

—Porque ha habido una especie de suspensión de las conciencias, las ‘vacaciones morales’ de las que hablaba Primo Lévi. Vasili Grossman suplicaba cuando censuraron su obra: «No me importa lo que me pase a mí, pero dejen en libertad a mi libro». Vivimos un tiempo en que el portavoz de la asociación americana del rifle levanta un winchester y dice: «¡Esto es la libertad!». Pero no hay nadie que levante un periódico y grite: «¡Esto es la libertad!».

—¿Ha habido una especie de dejación por parte de los propios profesionales?

—Creo que el periodismo ha sido víctima de una especie de conjura de necios y de cínicos. Vale, me gusta el cínico cuando lo encarna Bogart, pero cuando lo encarnan periodistas mediocres y tertulianos sin escrúpulos... pues no le veo mucha calidad. Es el triunfo de la vulgaridad, y ya decía Pasolini que la lucha del periodismo, de la literatura, del arte en general, es contra la vulgaridad: un laborioso viaje contra la estupidez.

—¿Quiénes ha medrado en esos hábitats?

—Un tipo de personaje muy dócil, sin duda. Pero es que incluso se ha producido un descrédito del lenguaje... Yo creo que hay que hacer un reportaje con la misma voluntad de estilo con que haces un relato; con la misma sutileza, con todos los recursos que tengas a mano... Dentro del periodismo se ha producido una sustracción del principal recurso que tiene, que es la palabra, la palabra con coraje. Y la palabra que no quiere dominar, que decía Camus, que quiere compartir información. Ha habido una especie de ocupación del periodismo por gente que cree muy poco en el periodismo, que da preferencia la condición de mercancía, que lo utiliza como parte de la estrategia del poder... creo que en gran parte el periodismo ha sido secuestrado por intrusos o por gente que tiene otras prioridades. Y tampoco puede ser sustituido por esa abstracción llamada redes, que son sólo herramientas. Sí, Internet es útil, pero depende. También lo es para espiar a todo el mundo.

—Snowden...

—En el 68 sería el héroe de la época, como Chomsky, como quienes descubrieron el Watergate o los papeles McNamara. Ahora... ni fu ni fa. Ya digo: ni políticos ni financieros tienen interés en que haya un periodismo verdaderamente independiente y fuerte, así que el cambio dependerá de los propios periodistas, de esas generaciones que se sienten estafadas pero que van a crear su propio periodismo, y sí, será el de la dignidad, el que no se vende. La humanidad nunca va a prescindir de la búsqueda de la verdad. Por eso hay que perseverar en el error de tener esperanza.

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