Diario de León
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Crítica de televisión yolanda veiga

No ha perdido ni un poco de su sabor la receta de MasterChef. Sigue siendo el menú más saludable para la hora de la cena. El concurso de cocineros aficionados (parecen más que eso) de TVE no acusa desgaste y se ha convertido en la oferta más sólida en este arranque de verano, el momento en el que las cadenas cierran sus restaurantes para abrir los chiringuitos (por cierto que el de Telecinco está a tope).

La segunda edición de MasterChef no está funcionando como la primera, pero eso era imposible porque la novedad siempre es un plus, una extra que te cobras una sola vez. Independientemente de que lo vean tres o cinco millones de espectadores, es indiscutible que es un producto cocinado con ingredientes de primera y a fuego lento. Se quejaban los jueces de que este año venían los concursantes algo más resabiados, como queriéndose subir a la chepa. Pero eso también le ha puesto la sal y la pimienta al concurso, que si no parecería un campamento militar con el sargento Jordi al frente de la tropa. Hay que ver qué mal le ha sentado la dieta a este hombre, qué mala uva gasta... Y la cosa es que tampoco parece que lo fuerce, vamos que se enfada de verdad, como si ese ‘pollo al chilindrón al estilo de mi tía’ que quedó un poco duro o un poco soso fuese en realidad una ofensa imperdonable a sus ojos. A los de casa no nos parece que el agravio sea tal y desde luego tendría que ver Jordi lo que guarda la gente en la nevera. Samantha también peca de solemne, como la profesora que siempre está a punto de echarte la regañina. Pero Pepe lo compensa todo. Resulta divertido y serio; jefe y compañero. Cada cosa en su momento justo, en un equilibrio que es difícil de encontrar y más aún de mantener. Pepe ha sido el gran descubrimiento de MasterChef, al margen de los excelentes cocineros que hay entre los concursantes de la primera y de la segunda edición.

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