Diario de León
Publicado por
RAFAEL SARAVIA
León

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«Equivocar el camino/ es llegar a la nieve/ y llegar a la nieve/ es pacer durante veinte siglos las hierbas de los cementerios». Sus palabras, las del maestro Federico, se inscriben en la amarga raíz que la verdad genera, sus palabras se recuerdan con la devoción de los noctámbulos. Dieciocho de agosto, trigésimo primer día del levantamiento de los sublevados. Federico García Lorca, después de dos días en el calabozo, es fusilado junto a un maestro nacional y dos banderilleros. Dieciocho de agosto de mil novecientos treinta y seis, como bien dijo Antonio Machado: «Se les vio caminar.../ Labrad, amigos,/ de piedra y sueño, en el Alhambra,/ un túmulo al poeta,/ sobre una fuente donde/ llore el agua,/ y eternamente diga:/ el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!».

Se me antoja hoy la escritura sobre el poeta, los poetas, que han generado poder en lo insondable de nuestro lenguaje. Dice Juan Carlos Mestre que la labor del poeta es volver a labrar la palabra en los terrenos baldíos, y sabe Mestre, que tantos son los que han venido limando los barrotes de la ortodoxia lingüística, como maestros asume la historia. Lorca es sin duda uno de ellos, pero no el único. Un diecisiete de agosto, nació otro poeta que supo que la palabra disidencia era demasiado pequeña para el concepto que guardaba, y abrió su significado a todo lo que él hizo. Oliverio Girondo, poeta de la subversión lingüística, hombre que amó lo ilimitable. Pero hoy lloramos la muerte, el asesinato de un poeta inabarcable, como diría Girondo: «Llorar a lágrima viva./ Llorar a chorros./ Llorar la digestión./ Llorar el sueño./ Llorar ante las puertas y los puertos./ Llorar de amabilidad y de amarillo.» Hoy es un día de citas para recobrar la memoria del caído, del poeta que tradujo el verde. Hoy es el día en que los versos de Lorca recorren con brío la memoria de lo imborrable. La tenacidad del descubridor y su genial y atroz visión de nuestra sociedad; esa que nos dejó ver. Pues como dijo en su libro Comunicado el poeta Ignacio Abad: «Fue que quise bañarme en las aguas, sumergirme hasta la asfixia, conocer su geografía, su mala letra, quise oír sus palabras, el tartamudeo, la voz de su voz, quise ver el misterio, su brillo, cerradura a través, de luz, su luz velada, y ahora,/ ¿quién me sanará la ceguera?». Y bien podrían ser palabras de un poeta a ese otro poeta que nos alejó de la ceguera con la maestría que generaron sus versos y su teatro inconformista. Nunca está de más acordarse de los maestros, esos hombres que generaron conciencia y abrieron camino para el porvenir. Por ello, y citando un poema del poeta leonés Azarías Dleyre, creo poner en boca de todos el sentimiento popular de quienes abrazan la memoria imborrable de los versos lorquianos. Dice Azarías: «Soy un primo hermano de El Camborio,/ que vengo con mi jaca desde Cádiz,/ ¡para vengar tu muerte, amigo Lorca!».

Nuestra venganza, sin duda, la memoria.

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