Diario de León

Arturo Pérez Reverte escritor

«Este libro demuestra que España es el país de las oportunidades perdidas»

Arturo Pérez Reverte se encuentra estos días en plena vorágine de la presentación de su nueva novela, ‘Hombres buenos’, una alegoría de la búsqueda de la ilustración en la que dos españoles se embarcan en la aventura de ‘importar’ la piedra filosofal de la civilización a un país en el que luchan con desigual suerte las fuerzas de la modernidad y la reacción

Arturo Pérez Reverte ante la puerta del Museo del Prado diseñada por Cristina Iglesias.

Arturo Pérez Reverte ante la puerta del Museo del Prado diseñada por Cristina Iglesias.

Publicado por
césar coca | madrid
León

Creado:

Actualizado:

Dos académicos parten hacia París para adquirir la ‘Encyclopédie’. Durante el viaje y la estancia en aquella Francia que estaba próxima a conocer el proceso revolucionario más determinante de la Historia, los viajeros dialogan sobre tradición y progreso, sin saber que un sicario los sigue para hacerles fracasar en su misión. Ese es el punto de arranque de Hombres buenos (Ed. Alfaguara), la última novela de Arturo Pérez-Reverte, que aborda esta vez de manera central uno de los grandes asuntos presentes en toda su obra: cómo España pudo haber sido un país muy distinto si no se hubiera truncado aquel impulso modernizador tan notable en esos años finales del siglo XVIII.

—Habrá lectores que opinen que es una novela atípica entre las suyas porque hay poca acción y mucho diálogo con ideas. ¿Lo ve así?

—No estoy de acuerdo. Hay acción: episodios aventureros, lances, duelos, pero todo eso está trufado de otras cosas. Y también existe acción en las ideas, en los debates entre los dos académicos o en los salones de París con los filósofos, que pueden ser trepidantes.

—Unos diálogos que pueden leerse como referidos no solo al siglo XVIII, sino a hoy mismo.

—Es que valen para ilustrar sobre el presente. En ellos se explica por qué hemos llegado a ser así. España es el país de las ocasiones perdidas. Cada vez que tiene la oportunidad de salir del agujero algo ocurre y metemos la cabeza allí otra vez. Pero ninguna oportunidad como la de ese siglo.

—¿Por qué?

—Porque en esos años hubo un rey ilustrado, Carlos III; unas instituciones que estaban queriendo mejorar; unos hombres que intentaban que el país progresara; y existía un patriotismo cultural, es decir, gente que pensaba que con educación y cultura todo sería mejor. Hasta había militares que leían, marinos ilustrados... Y en Europa, una tormenta de ideas. Pero llegaron la Revolución francesa, la guerra de la Independencia, Fernando VII, las guerras carlistas y todo lo demás, y aquí estamos, pagando aún el precio terrible de esa ocasión perdida.

—Su libro parece un homenaje a quienes lucharon para que España no desperdiciara esa oportunidad.

—Me parecía de justicia hacer un homenaje a esos hombres buenos, que siempre los ha habido, que con cultura, con eso que llamo patriotismo cultural, han querido sacarnos del agujero, aunque a veces ni los mismos conciudadanos quieran ayudar a que eso ocurra. Ese concepto de patriotismo cultural no ha vuelto a repetirse desde 1936. Desde entonces, la cultura ha sido una herramienta en manos de la política, cuando debería haber sido al revés.

—Conclusión de la novela: este país ha sido víctima de los radicalismos, de quienes no están dispuestos a debatir, ceder, y pactar nada. ¿Ha sido así antes y ahora?

—Claro. En un país de gente normal, hay adversarios. Personas que piensan diferente pero que hablan y de ahí salen luces, conocimiento mutuo, proyectos comunes, amistad... En España el adversario es enemigo. Supongo que hay mil razones históricas para ello, pero es así. Y aquí al enemigo no solo se le vence, es exterminado. Y su mujer, rapada; sus hijos, exiliados; su tumba, profanada; su memoria, borrada. Eso es lo que entendemos como tensión política o intelectual. En cuanto alguien no está por eso, como en mi novela, se le pide siempre que se moje, que diga con quién está. Esa necesidad de señalar es nuestro gran cáncer. La novela trata de probar que hay otras vías.

—Su relato habla de hombres buenos, pero también los hay malos.

—Sí. Y con frecuencia, como sucede en la novela, se unen los representantes de la España más vil y reaccionaria con los de la demagógica e irresponsable. Los extremos eran y son cómplices. Se necesitan porque la existencia del otro justifica la propia.

—¿Teme que ahora a los fanáticos de dentro se unan otros que vienen de fuera?

—Nunca hemos necesitado que vengan de fuera: nuestra historia está llena de ellos. El problema es que ni los nuestros ni los de fuera nos han hecho aprender para el futuro. En el 11-S, en EE UU se dio una verdadera solidaridad nacional. En el 11-M, aquí hubo víctimas de derechas y de izquierdas. Hasta en eso hay dos bandos.

—Pero su novela no tiene un final pesimista. Eso es nuevo.

—No suelo ser optimista y no me hago muchas ilusiones, pero quería que el lector acabara con una buena sensación, con la idea de que habría sido posible una España distinta y de que siempre hay hombres buenos que luchan por un país mejor.

—Ahí están sus héroes cansados. Siguen.

—Además, en este caso, los protagonistas de la novela lo eran. Una de las cosas que he adquirido en la Academia es la admiración por esa gente. Los académicos del XVIII eran cuatro amiguetes que hicieron una gran obra para el decoro de su nación, para el progreso de los pueblos. Tenían esa bondad de los hombres callados que no buscaban la gloria, que tan solo eran gente decente. Pero bueno, en la novela también sale un sicario, el malo ‘revertiano’ que mis lectores reconocerán.

—Un elemento muy presente en sus historias son los códigos de honor ¿Los echa en falta en la vida de hoy?

—Los códigos, como dice uno de los personajes, son aquello que te obliga a no ser aquello que no debes ser. Cuando a la gente se la ha despojado de tantas cosas, las reglas personales son el único asidero para salvarse, para mantener la dignidad.

—El personaje principal, el almirante que va en busca de la ‘Encyclopédie’, es quien mejor observa esos códigos. Además, tiene su edad, la misma afición al mar, un notable escepticismo, defiende la ciencia y la razón. Imposible no ver un gran paralelismo con usted mismo.

—Todos los personajes tienen algo de mí, estos y los de otras novelas, pero en ese es más evidente. De todos modos, le he dado unas virtudes que yo no tengo. El marino español del siglo XVIII es lo mejor de aquella España: gente culta, viajada, con experiencia. El almirante es el personaje que más he cuidado, y lo he dotado de algunas miradas mías. Pero es ficción.

tracking