Diario de León

El retrato doliente de Fernando Merino en la Casa Zuloaga

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Además de sus atractivos arquitectónicos y del hecho de contar en su planta baja con interesantes azulejos de Ignacio Zuloaga, la casa que lleva el nombre del artista vasco es célebre por las historias de susurros, movimientos de muebles y raros sonidos que en ella dicen ocurrir. Fue hogar de Fernando Merino (1857-1929), una de las ‘fuerzas vivas’ de la ciudad en su tiempo, farmacéutico y consorte de la condesa de Sagasta, cuyo declive político y económico, así como la muerte de su esposa, empujó al suicidio. Pepe Muñiz refiere que a finales de los cuarenta, cierto pintor que allí vivía de alquiler solía contar una curiosa historia. «Según él, una señora de avanzada edad le pidió un día que hiciera un retrato de su hijo, y le dejó una antigua fotografía como modelo, que perdió. A partir de entonces empezó a recibir, de noche, la visita de un espectro que le repetía «¡mírame, mírame!», por lo que, de día, pintaba su rostro según lo recordaba. Y cuando se armó de valor para preguntarle al ánima quién era, ésta se esfumó, apareciendo después bajo la cama la pequeña fotografía. El retrato que bosquejó, y que conoció Muñiz, correspondía exactamente con el rostro de Fernando Merino en su edad madura, asegura el investigador.

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