Diario de León

CULTURA

Grafitero no, artista urbano

Manuel García Juan ha pasado de ser un chaval que buscaba tapias apartadas donde dar rienda suelta a su irrefrenable creatividad artística a no dar abasto con encargos del más diverso tipo: el último, un potente Hulk en Navatejera

El leonés Manuel García Juan ante el 'Increíble Hulk' que ha plasmado en una pared de cien metros cuadrados del Centro Joven de Villaquilambre, en Navatejera.

El leonés Manuel García Juan ante el 'Increíble Hulk' que ha plasmado en una pared de cien metros cuadrados del Centro Joven de Villaquilambre, en Navatejera.

Publicado por
E. GANCEDO | NAVATEJERA
León

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«Sería el año 2005, éramos un grupo de chavales a los que nos encantaba el spray. Pero también nos gustaba el deporte. Y después de entrenar, mientras otros se preparaban para salir a tomar algo, nosotros quedábamos en Santo Domingo y marchábamos muy lejos, a las tapias de Ezpeleta y por ahí, a ponerles color. ¡Mira si ya de aquella nos lo tomábamos en serio!». Manuel García Juan —firma Manuel, a secas— ilustra así el alcance de la llama creativa que desde siempre ardió en él («de pequeño no paraba de dibujar, los brazos, los cuadernos, ¡todo pintarrajeado!», recuerda), y toma perspectiva para dar fe de lo que ahora, a sus 25 años, se ha convertido: en un artista urbano que no cesa de recibir encargos y pedidos de todo tipo; tanto de empresas y negocios como de asociaciones, particulares... en las últimas tres semanas, por ejemplo, ha culminado tres fachadas. Y una de las más espectaculares está en el Centro Joven de Villaquilambre, en Navatejera, que ya decorase el año pasado con un enorme y muy vintage juego de comecocos junto a Diego Díez. También solicitado por la asociación A. J. Tempus, el tema acordado fue el de los superhéroes aunque no había consenso en qué personaje concreto plasmar. «Pensamos en Supermán, en Batman... y cuando les planteé el Hulk vieron que era el que más fuerza transmitía con mucho», cuenta. Entonces se sucedieron cinco días de trabajo duro, con jornadas de hasta catorce horas, y desde las seis de la mañana para huir del calor. Primero diseñó el personaje, luego dividió ese diseño en una cuadrícula y después fue adaptando cada cuadrado a la pared. Una plataforma elevadora y un cuidadosísimo empleo del color («siempre de arriba abajo», aclara) hicieron el resto.

«La gente de Navatejera me ha acogido fantásticamente. Me ha animado, me ha apoyado... el último día estaba a las doce de la noche terminando el mural y me sacaron un foco para que pudiera ver mejor», dice, y mientras charla con el periodista, una vecina de la localidad, desde la otra acera, le da la enhorabuena a voces: «¡Manuel! ¡Te ha quedado precioso»! «Es cierto, lo han valorado mucho. Pero es que, en general, es un arte que se está valorando cada vez más —reflexiona—. Se hacen exhibiciones incluso en pueblos pequeños y el paisano que antes protestaba (‘¡a ver qué vais a pintar aquí!’, decían), ahora te ofrece su pared. Se ha avanzado una barbaridad, yo llevo de autónomo tres años y veo que en breve podré independizarme y vivir de ello». Un movimiento que se concreta en numerosos certámenes, muestras y eventos, el más relevante el de La Bañeza —ciudad grafitera por excelencia—, el Art Aero Rap de agosto, el año pasado con 110 participantes. «En León hay muy buen nivel», asevera, y ensalza a sus compañeros Da2, también capitalino, y al ponferradino Asier.

Además del imponente Hulk («y qué ojos tiene, vas por la calle y notas que no deja de mirarte», sigue diciendo la vecina), Manuel finalizó recientemente, junto a Smog, el exitoso ‘niño minero’ en la exhibición Arte en la calle del barrio roblano de El Cañuco y la decoración del colegio público Cervantes, sin olvidar la fachada realizada en el marco del Graffiteando 2018 que él mismo organizó en Navatejera, amén de otros tan ‘serios’ como los nuevos contenedores de reciclaje del centro de León.

Manuel García Juan empezó a ejercer de artista urbano «de verdad» hace seis años, después de ver cómo se sucedían los encargos, aunque muchas veces sin la adecuada remuneración («me decían que pintase una discoteca móvil y me invitaban a comer, cosas así»), y de luchar por que los clientes diesen el auténtico valor de estas creaciones únicas... y efímeras, pues el arte urbano está «condenado a desaparecer», recuerda. «Me ha costado mucho llegar a este nivel», dice, y cuando algún chavalín aficionado a este estilo se le acerca para pedirle consejo, le receta: «Esto, como todo, necesita trabajo y constancia».

Gran parte de la clave de las asombrosas creaciones de García Juan está en los ojos: «Pero hay que tener cuidado: un pequeño desvío y te sale bizco, que es lo peor que te puede pasar en un retrato —comenta—. En este oficio, si te equivocas, pensar rápido y solución rápida, o sea, rodillo blanco y a empezar de nuevo».

Y la vecina sigue a lo suyo: «Chulísimo. Es que te ha quedado chulísimo».

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