Diario de León

Delibes: «He sido fiel a una mujer, un editor y una ciudad»

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Tomás García Yebra - MADRID.
León

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«La fidelidad ha sido mi norma. He sido fiel a una mujer, a un periódico, a una ciudad, a una empresa y a un editor». Así se define el escritor Miguel Delibes (Valladolid, 1920), quien por fin se ha decidido a publicar la correspondencia que mantuvo con su editor Josep Vergés a lo largo de casi cuarenta años. Miguel Delibes-Josep Vergés, Correspondencia, 1948-1986 (Destino) comienza en el momento en que Delibes gana el Nadal en 1947 con la La sombra del ciprés es alargada, una obra -sobre todo su segunda parte- que nunca fue santo de su devoción. «La segunda parte es una mala copia de las películas de Hollywood; es muy floja», sostiene con envidiable espíritu autocrítico. Por las cartas nos enteramos que a la Sombra del ciprés «le falta un puñado de páginas, suprimidas por el editor con el consentimiento de quien las alumbró. «¿Cuál fue la causa de una amistad tan firme? Él confío en mí y yo en él. No creo que hubiese más secreto». Delibes define a Vergés (fallecido el año pasado) como un hombre «bien presentado, inteligente y astuto». Las quinientas misivas que contiene el libro van retratando la España que vivieron estos dos personajes: los problemas de la censura con el siniestro Demetrio Ramos, los tiras y aflojas (más bien «los tiras») con Fraga Iribarne, quien le hacía un estrecho marcaje para que no sacara a la luz -a través de El Norte de Castilla-, los problemas del campo castellano, la crítica literaria, y, cómo no, las erratas, una de sus grandes paranoias. «Casi me pongo enfermo cuando descubrí que la Obra completa que me editó Vergés contenía más de 300 erratas». Para Delibes, un amigo es esa persona que «desinteresadamente nos ayuda a comprender la vida». Fiel a sí mismo y con un sentido de la rectitud moral que choca en estos tiempos, dice que nunca se ha acercado donde «no olía bien». Le ofrecieron muchas veces ganar el premio Planeta (la última vez, que se sepa, en 1994, cuando se lo dieron a Cela) y siempre dijo no. Una vez necesité un dinero importante y vendí a Planeta Los santos inocentes. Era un librito tan delgado que Lara entró en el despacho de Borrás gritando: ¡Rafael, creo que los inocentes somos nosotros». Sobre el 11-S explica: «Al día siguiente de lo ocurrido en las Torres Gemelas publiqué lo único que he escrito advirtiendo que USA no era inocente. Sigo pensando así».

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