Cuando viajar a León era exótico y peligroso
Diplomáticos, geógrafos, artistas, escritores y aristócratas fueron pioneros en ‘explorar’ la provincia en siglos donde los viajes eran una auténtica odisea

La artistócrata Lady Louisa Adams.
León era un lugar remoto, con caminos infernales y poco que ofrecer a los viajeros que se aventuraron a descubrir España antes del siglo XX. Diligencias que se atascaban en barrizales y posadas insalubres hacían poco atractiva una provincia que, según las crónicas, olía a sudor de oveja. Aun así, hubo intrépidos «exploradores», incluidas algunas mujeres aristócratas, que se desviaron de las rutas trilladas de París y Roma para adentrarse en las ruinas de un viejo reino.
Cargados de prejuicios —la mayoría— diseccionaron y comparon la gastronomía, la conservación de los monumentos, la vestimenta de las gentes y las tradiciones leonesas con las de las cosmopolitas ciudades de las que procedían.
«Gentes ceñudas» y monumentos «destartalados» causaron un auténtico impacto en aquellos primeros «turistas», tal y como relataron. El XVII fue el siglo de largas guerras en Europa, inquisiciones y una España empobrecida que repelía a los curiosos. Pocos extranjeros se animaron a ir más allá de Madrid o Toledo, pero León, en el Camino de Santiago, atrapó a algunos.
El teólogo francés Louis Richeome cita a León en 1604 como «ciudad de reliquias». El cónsul francés Pierre d’Avity describe León en 1615 —por sus informes— como «fortaleza eclesiástica en la meseta árida».
El siglo XVIII trae a León a los primeros «científicos-turistas», esos ilustrados que medían latitudes y pertenecían a sociedades geográficas. El más pintoresco es el mayor escocés William Dalrymple, un oficial británico que en 1774 cabalgó por las tierras leonesas en una misión cartográfica disfrazada de grand tour.
Dalrymple se adentró en el Bierzo —la «Suiza española», la bautizó—. En su libro Viaje a España y Portugal describe Astorga como un «bastión de obispos codiciosos» y la Catedral de León como «un milagro de piedra». Dalrymple, que no oculta su desdén por el sur de España, se siente fascinado por la maragatería y se convierte en valedor de los arrieros y su forma de vida.
Los Adams y las aristócratas
En 1870, los Adams, John y su hijo Quincy, dos futuros presidentes de Estados Unidos, pasaron por el Bierzo y Astorga. Habían desembarcado en Ferrol procedentes de Boston, porque su barco tenía una vía de agua. Ante la perspectiva de esperar varios meses en la ciudad gallega, John Adams, que sería el segundo presidente norteamericano, entre 1797 y 1801, acompañado por su hijo de doce años Quincy Johns (sexto presidente, entre 1825 y 1829), decidió atravesar España y Francia en pleno invierno. Le urgía llegar a París para negociar préstamos con la banca holandesa y obtener el reconocimiento del nuevo país norteamericano en Europa.
La llegada del ferrocarril atraerá a oleadas de curiosos a León. Tres aristócratas irrumpen en escena, dejando crónicas que son mitad diario íntimo, mitad guía «Michelin decimonónica». Antes que ellas, la osada duquesa de Abrantès, Laura Junot, desembarca en León, en plena Guerra de la Independencia, atraída por «lo gótico y las ruinas». Viene de Burgos —«el lugar más sucio y miserable de España»— y encuentra en la catedral leonesa un bálsamo: «Sus vidrieras sangran colores sobre el polvo de los siglos». Abrantès se rinde al chocolate: «Excepcional, aunque pesado como un pecado», escribe.
En 1853 llega lady Louisa Tenison, con su marido coronel y un cuaderno de dibujos. Aristócrata y artista, plasma la fachada de la Catedral en acuarelas que hoy guarda la Biblioteca Nacional de París. Le asombra la cocina leonesa: «No promete mucho, pero con pocos medios produce maravillas». Y las gentes: «Extremadamente independientes, zafios en su franqueza, tratan a los superiores con una libertad que escandalizaría a un mayordomo inglés». También critica la moda: «Mujeres envueltas en paños negros, como viudas eternas».
En 1876, Juliette, condesa de Robersart, incluye León en su itinerario por España. Los detalles del viaje de la artistócrata belga son conocidos gracias a una treintena cartas dirigidas a dos amigas. Le defrauda la Catedral de León, «antaño majestuosa y ahora desvalijada de todas sus riquezas». Le decepcionó el templo gótico porque estaba cubierto de andamios, pero subió por ellos y le fascinaron las vistas.
La condesa de Robersart proclama que en León, en la Fonda Suiza, es donde mejor comió de toda España. Algunos folletos turísticos siguen incluyendo algunos fragmentos de la impresión que le causó a la inglesa lady Frances Elliot su visita a León en 1884.
La ‘Suiza’ leonesa
El hispanista británico Richard Ford recorre El Bierzo en 1830. «Puertos alpinos, ríos de truchas, praderas deliciosas». «Villafranca es una auténtica suiza», escribió Ford, que critica el «vino agrio que quema la garganta» y afirma que España es un país «de mala gobernabilidad».
El romántico inglés George Borrow estuvo en León en 1837. En su viaje —que aprovechó para vender biblias— se detuvo en Astorga y Bembibre, que le dedicó una calle. «Los maragatos son quizá la casta más singular de cuantas pueden encontrarse en la mezclada población de España», escribió. El artista francés Jules Worms vino a España en 1860 y se quedó prendado. Luego volvería en seis ocasiones. Sus pinceladas inmortalizaron rincones leoneses. El acauladado Jean Charles Davillier, un escritor y coleccionista de arte y mecenas del Louvre, viajó en 1862 por León y Astorga acompañado por ilustrador Gustavo Doré. La provincia le parece «bastante fértil» y el paisaje «poco monótono».