Diario de León

OPINIÓN M. A. Nepomuceno

¿Dónde están los aficionados?

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León

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Desde hace tres meses el Auditorio de León comienza a dar síntomas de no concitar la atención de los aficionados leoneses a la música y, salvo contadas excepciones en las que se agotan las localidades, el resto de los conciertos presenta un aforo lamentable para la calidad de lo que allí se ofrece, algo realmente excepcional dentro de las programaciones de auditorios en España. Este repentino desinterés se ha agudizado una vez pasado el boom del estreno y la fiebre de salir en la foto por parte de quienes tienen localidades permanentemente reservadas o regaladas en el Auditorio. ¿Las causas? A mi modesto entender, dos. La primera, la nula publicidad que se da a cada concierto de cara al ciudadano medio, sin carteles en las calles y anuncios en los medios de difusión, y sobre todo, el no poder adquirir las localidades desde otros lugares que no tengan Corte Inglés, como sucedió el sábado con los citados seguidores de la Orquesta de Euskadi que en nutrido número se desplazaron hasta León después de vérselas y deseársela, como confirmaron a quien esto escribe, para conseguir desde su tierra una localidad para el citado concierto cuando más de medio Auditorio quedó vacío. Circunstancia que sorprendió a músicos y director quien no pudo reprimir su asombro y, dirigiéndose al respetable, le espetó, sonriente, un «son ustedes pocos, pero son buenos», que nos hizo sonrojar. La segunda y la más triste: que no hay tanto verdadero aficionado como reflejan los abonos. Si no, ¿cómo se entiende que la mayoría de éstos prefieran trasladarse a otras ciudades para ver espectáculos musicales de igual o inferior calidad que los aquí presentados cuando tienen sus localidades pagadas desde el inicio de la temporada? Sencillamente porque se mueven por la propaganda, por lo que se ve y se oye en los medios, sin criterio alguno y porque es lo más in en estos momentos. Algo difícil de valorar y mucho menos de entender a estas alturas cuando nos pasamos años suplicando por un Auditorio que solventase nuestras necesidades de infraestructuras. Pero si la solución que apuntamos arriba no surte su efecto, y el público no recupera el interés por algo de lo que hasta hace unos meses nos sentíamos tan orgullosos, entonces sus responsables deben ir pensando en adaptar el recinto para otros menesteres como concursos de rock o fases de Operación Triunfo, que atraigan a un público más heterogéneo, menos exigente y más conformista. Luego que esos que se llaman aficionados no se rasguen las vestiduras cuando lo mejor que tenemos en esta tierra se lo lleven y volvamos a quedarnos como estábamos hasta ahora: vestidos y sin novio.

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