Diario de León

Puerta grande a la solidaridad en la Plaza de Toros de León

El público disfrutó con el resultado artístico de un festival benéfico en el que los toreros pusieron ganas y los novillos no siempre permitieron el lucimiento

Foto de toros

Foto de toros

León

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Fue un festival a beneficio de los damnificados por el «Prestige», pero fue sobre todo la vuelta de Enrique Ponce. El torero valenciano regresaba a León tras el gravísimo percance que sufrió en la pasada feria de San Juan, y lo hacía temeroso de que se hubiese malinterpretado su precipitado viaje a una clínica madrileña desde el complejo hospitalario leonés. No sólo no encontró duda, sinon que fue acogido por un público ansioso de demostrarle una vez más que es en ese ruedo un torero consentido. El diestro contestó con una faena plagada de los gestos de su repertorio y los aficionados disfrutaron de lo lindo y se rompieron las manos a aplaudir. En pie celebraron también en varias ocasiones una gran faena del torero de la tierra, que derrochó ganas, como siempre, pero también clase y un reposo que imprime un aire nuevo, y muy esperanzador, a su toreo. Fueron las notas más destacadas de un festejo en el que los seis toreros y el novillero pusieron de su parte ganas y buena voluntad, aunque algunos se toparon con novillos imposibles. Fue el caso de César Jiménez, al que se esperaba en su debut como matador en este ruedo (ya actuó como novillero). El público disfrutó y el objetivo benéfico se cumplió con la recaudación de alrededor de media plaza, unos 6.000 espectadores. Enrique Ponce saludó una ovación desde el tercio con la plaza en pie antes de que saliera por chiqueros su novillo, y tras el paréntesis de desastrosos tercios de varas y banderillas el público pidió música sin preámbulos y el torero se dispuso a desgranar su repertorio. Lo hizo a conciencia. Llevó al toro a los medios y tras dos molinetes y un par de muletazos de prueba enganchó una serie por la derecha que dejó sentada la distancia y la altura que necesitaba el animal para embestir sin derrumbarse. Ni se volvió a caer ni le enganchó la muleta, y el trasteo transcurrió con la naturalidad de la muleta relajada de Ponce, componiendo siempre la figura y dando tiempo al novillo para recuperar el aliento. Lo mejor, los pases de pecho, alguno de ellos con estudiada despaciosidad. Lucimiento en su ya famoso pase del cartucho y estoconazo final que hizo rodar al toro sin puntilla. El éxtasis en los tendidos, y en la presidencia, que concedió los máximos trofeos a petición unánime del público; y la vuelta al novillo, a saber por qué. Pero aún le quedaban agradables sorpresas al público que acudió al coso leonés. Por ejemplo, la que dio, y muy grata, el torero de la tierra. Javier Castaño mostró el arrojo y la valentía de siempre, pero también un reposo y unas maneras que hicieron rendirse a un público que, por lo demás, estaba con él desde el principio. Variado con el capote (realizó un quite por chicuelinas) y también con la muleta, le funcionó la cabeza en una larga faena, que emborronó sin embargo con la espada. El toro, algo pasado ya de faena, tampoco se lo puso fácil.

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