Diario de León

El Quijote, un mal libro

Donde la historia discurre por unos caminos tan bochornosos que este cronista se ve en la obligación de pedir disculpas a los lectores La hermosa doncella

ABRALDES

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Publicado por
Eduardo Riestra
León

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Reconocerán ustedes que uno le va poniendo voluntad a la labor de cronista de esta novela cumbre, patatín, patatán, etcétera, etcétera. Yo me lo tomo en serio, y quiero creer que ustedes, amables lectores, también. Por eso lo que uno no espera es que sea el propio Cervantes el que venga ahora a dinamitar este modesto prestigio que me he ido creando semana a semana. Porque lo que en este breve capítulo se cuenta es tan forzado, tan artificial, tan falso que si lo hubiera escrito un novelista de ahora lo fusilaban (o le daban el premio Planeta y seiscientos mil euros). Yo lo contaré porque es mi obligación, pero no me pidan responsabilidades. Allá voy. El cautivo, al que a partir de ahora pasan a llamarle el capitán, concluye su larga historia de batallas y cautiverio con gran deleite por parte de la concurrencia. Pero no bien cesa su narración, aparece por la venta un hombre con ropas de oidor -es decir, de juez- acompañado de una joven de dieciséis años, y si la belleza insuperable de Dorotea había sido superada por la de Lucinda y si ésta a su vez había sido desbancada por la de Zoraida, es la incomparable belleza de la recién llegada la que se impone a las anteriores, como en una timba de póker la escalera de color. El oidor, por su parte, responde al nombre de Juan Pérez de Viedma, y se dirige a Sevilla con el propósito de embarcar hacia las Indias. Es hombre viudo y rico, que ha hecho carrera de letras con gran provecho. Y aquí viene la bomba: es uno de los dos hermanos pequeños del cautivo. ¡Mira tú qué casualidad! Llegados a este punto tengo que pedir disculpas, pues cuando unos capítulos más atrás se decía que este hombre se dedicaría a las letras, mi simpleza de miras lo hizo cura de inmediato, cuando en realidad se preparó las oposiciones a judicatura? A partir de tan original e imaginativo descubrimiento, los hechos son un poco tontos, la verdad. Que si el cautivo teme que su hermano lo rechace por volver pobre del cautiverio (¡ya sólo faltaba que volviese rico!), que si el cura decide sutilmente sonsacar al juez al estilo de Gila, ya saben ustedes: «Aquí hay alguien que es hermano de alguien»; en fin, que toda la credibilidad de ambos -el autor y un servidor- se va a tomar viento. Pero no todo está perdido. Nos queda don Quijote que, habiéndose mantenido discretamente al margen durante estas tres últimas semanas, vuelve a aparecer con su gallardía proverbial, pues acabada la escena y disponiéndose todos a pasar la noche, nuestro héroe se ofrece para guardar el castillo de gigantes y follones. Menos mal.

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