Diario de León

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¡Hoy creo en Dios!

El ruso Grigori Sokolov impartió el sábado en el Auditorio una auténtica lección del pianismo más imaginativo

Grigori Sokolov dio uno de los mejores conciertos en el Auditorio

Grigori Sokolov dio uno de los mejores conciertos en el Auditorio

Publicado por
Miguel Ángel Nepomuceno - león
León

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Apartado de los circuitos internacionales durante años y recluido en su San Petersburgo natal, de la que sólo sale para hacer grabaciones, Sokolov es un artista favorecido por unas facultades excepcionales que nunca deja indiferente a los auditorios por más variados o comprometidos que estos sean. Hace unas tres décadas el gran maestro ruso de ajedrez y también grandísimo pianista Mark Taimanov, comentaba a quien esto escribe que había escuchado a Sokolov en San Petersburgo por primera vez cuando éste tenía unos 19 años con un Beethoven a fuego. Fuertemente impresionado Taimanov se acercó a su camerino para decirle emocionado: «¡Maestro, hoy creo en Dios!». ¿Quién puede igualarse hoy día a este ruso volcánico que deja clavado literalmente al oyente una vez que se ha colocado ante el teclado?. Tras escuchar el ígneo Bach de la Suite Francesa nº 3 , del sábado en el Auditorio, con el público prácticamente pegado a las butacas, se me ha ocurrido pensar que la siempre manida diatriba entre las interpretaciones en clave o piano de las obras del cantor de Leipzig quedaba ahora  reducida a una simple pataleta. Porque tocar ese Bach como lo hizo el ruso, es sólo privilegio suyo y de Gould, al resto sólo le queda aplaudir. Con un mecanismo de una limpieza absoluta y una regulación de la intensidad y los ataques de tal sutileza que logra un color excepcional sin apenas rozar el pedal, el ciclón de San Petersburgo hizo auténticas locuras con el Stenway traído expresamente para este concierto y puso una galaxia de distancia con la mayoría de sus colegas en la forma de entender a Bach. Tal vez suceda a algunos aprendices de maestro que después de escuchar a Sokolov en una de estas sesiones su afición por tocar al cantor de Eisenach decaiga de forma preocupante cuando debería ser un estímulo, pero realmente muchos se echaran a pensar y dirán «a ver quién es el chulo que  se atreve a tocar esto con Sokolov suelto por ahí». Pero de momento lo mejor es ir a las referencias. El Beethoven de la Sonata nº 3 en Re menor Op.31nº 2, que para algunos no es su mejor carta de presentación, para mi fue reverencial, especialmente el Allegretto, donde la sombra de Gould planeó constantemente sobre el maestro pero sin atrever a acercársele. Su fraseo resultó portentoso logrando tejer un maravilloso tapiz melódico de una trasparencia absoluta. Fue potente sin violencia, delicado sin blandura y expresivo sin afectación. La variedad de pulsación fue un verdadero milagro y el uso del pedal, meditado hasta dar la sensación de que no lo rozaba. Schumann no lo tocó, lo diseccionó porque su verdad coincide siempre con la verdad. El scherzo y sobre todo el lento fueron un continuo dialogar sin emborronar, frasear sin rubatear, porque tal efecto no se advierte en ningún momento en sus lecturas. La serie de seis propinas fue otro concierto casi chopiniano con nocturnos, mazurcas, y fantasías, con algún Rameau por el medio que a poco todavía continuamos aplaudiendo. Un ciclón pasó por el Auditorio y ahora sólo queda guardar el más respetuoso silencio.

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