Diario de León

Ainhoa Arteta emocionó a León

Publicado por
Miguel Ángel Nepomuceno - león
León

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De nuevo llenó y convenció. Y,  a pesar de que los incondicionales de la soprano ya se habían encargado hace semanas de reservar sus localidades a cualquier precio,  así todo tuvo que habilitarse la parte del anfiteatro para dar cabida a los numerosos aficionados que no quisieron perderse la actuación de Ainhoa Arteta, a la que la prensa especializada había dedicado los últimos meses los máximos elogios por sus últimas recreaciones en la Bohème de la Arena de Verona y la Margarita en el Fausto de Gounod. Arteta apareció ante el respetable de ensueño. Luciendo su elegancia con inteligencia y glamur y dejando a un sector de la sala boquiabiertos por la forma que tiene de encarar sus roles, servirlos y hacerlos aún más cercanos para públicos poco versados o para especialistas que no se pierden ni una nota de sus juegos canoros. Su forma de escenificar, de entregarse y de encandilar al oyente con toda suerte de gestos y palabras amables, su generosa emisión y la cuidada elección de un programa que, si no fue el esperado, sí le sirvió para mostrar su actual estado vocal, que es excelente, modulando con exquisito gusto, rozando a veces los límites de su tesitura pero derrochando arte y simpatía, fueron lo suficientemente impactantes como para dejar un bouquet de excelencia y un nivel de calidad canora  envidiable. Su voz corrió ágil y sin problemas por todos los rincones del Auditorio, supo dosificar perfectamente su canto entre las canciones francesas y las siempre esperadas aunque muy trabajadas canciones españolas. Su timbre continúa tan fresco como hace dos años y su vocalidad permite que lo difícil o peligroso se torne fácil y acariciador. Su importante volumen le permite afrontar cualquier aria de su repertorio lírico ligero y hacer filigranas con ella sin perder en ningún momento la elegancia del fraseo, el color ni el cuidado legato, una de sus armas más dilectas. Acompañó a la soprano el pianista Rubén Fernández Aguirre, que la arropó y permitió moverse con soltura en los pasajes más comprometidos, con un pedal parco y una pulsación leve, lo que redundó en el buen hacer de la soprano.

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