Diario de León

Escritor

«Aún sufro recordando la violencia de mi padre hacia mi madre»

El premio Nobel portugués, que presentó hace unos días «Las pequeñas memorias» en su aldea natal de Azinhaga, prepara una nueva novela en torno a la «inocencia» de Caín

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Belén Rodrigo - lisboa
León

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José Saramago trata de asimilar lo ocurrido hace unos días en la presentación de Las pequeñas memorias , su último libro, que llegará a las librerías españolas en enero. El día que cumplió 84 años, el Premio Nobel de Literatura portugués regresó a su aldea natal, Azinhaga, al norte de Lisboa, ante el caluroso recibimiento de sus dos mil habitantes. En su casa de Lisboa, Saramago nos recibe para hablar de sus emociones, sensaciones, de su autobiografía o su próximo trabajo. Entrañable, agradecido a sus paisanos, ha vivido uno de los momentos «más hermosos» de su larga vida. Lo vivió junto a Pilar del Río, su mujer española, apoyo constante en lo personal y lo profesional, no en vano ella es quien ha traducido al castellano buena parte de las últimas creaciones del premio Nobel portugués. -¿Qué sintió ante sus paisanos? -Sentimientos muy complejos. Nunca esperé tanto calor y tanta gente. Cuando Pilar tuvo la idea de lanzar el libro en Azinhaga, mi reacción fue muy negativa. Han pasado muchos años y, aunque saben quién soy, no tengo relación con ellos. Sentí mucha gratitud. Todo fue más allá de lo que puedo expresar con palabras. No tenían la obligación de estar allí. Fue uno de los días más hermosos de mi larga vida. Un feliz reencuentro. Entrañable. Todavía lo estoy asimilando. -¿Muchos años a vueltas con este libro? -Sí. Empecé a escribir cosas hace 20 años. Lo dejaba cuando surgía el argumento para una novela, pero era lo más importante. Quería titularlo El libro de las tentaciones o Las intermitencias de la muerte . «Tiene que ser ahora», me dije, y eliminé el título, que era un obstáculo. No sabía qué contenido darle. Pensé en Las pequeñas memorias , aunque Pilar y mi editor preferían el otro. Fue mi condición para seguir trabajando. -¿Cómo avanzó? -Tenía apuntes y una memoria muy nítida sobre lo que narro. Investigué algunos datos y nombres en los episodios más difusos. -¿Fue más fácil o más difícil que una novela? -Más fácil. Lo presenté en fragmentos. Importaban los hechos, no la literatura. Podía haber escrito el doble sólo con adornar un poco el texto, pero no quise. Fue un placer escribirlo. El niño que he sido y que vivía en el recuerdo, ahora también vive en el libro. -¿Fue un niño feliz? -¿Hay niños felices? No fui un niño de sonrisa permanente, con regalos de sus padres y una vida de fiesta. No tuve más juguetes que los que hacía con mis amigos. Pero desde un punto de vista sí fui feliz, y se nota en la lectura. Mi infancia fue dura, porque fueron tiempos de extrema pobreza, pero la disfruté en el pueblo. Hay un concepto de felicidad que considero negativo. Para que un niño sea feliz parece que tiene que estar siempre contento. Si no es así, le llevan al psicólogo. «Déjenlo, está creciendo» digo. -¿Cómo era de niño? -Serio, muy callado. Adoraba caminar en soledad, ir al río, estar en la barca, pescar. -Sus abuelos, Jerónimo y Josefa, ¿le marcaron mucho? -Con ellos aprendí que la vida es cosa seria. No tuve la sensación de que me estaban educando. Sabían lo que necesitaba. No habían estudiado nada pero eran especiales. Es importante distinguir entre la educación y la instrucción. La escuela no puede educar a los niños, es obligación de la familia y de la sociedad. Educar es inculcar valores e instruir transmitir conocimiento. Mis abuelos hicieron ambas cosas sin ser conscientes. Me educaron por la acción, no por la palabra. -Hechos como muerte de su hermano o la violencia de su padre con su madre ¿estaban enterrados en su memoria? -La muerte de mi hermano estaba muy olvidada. Apenas tenía dos años cuando ocurrió. La violencia de mi padre siempre ha estado en mi memoria como algo insoportable. Me ha servido de lección. Jamás he puesto una mano encima a una mujer. -¿Echa de menos algo de Azinhaga? -Las «saudades» son imposibles de satisfacer. Puedo volver a mi pueblo, pero no encontraré lo que añoro, porque ya no existe. Son otros tiempos y otras personas. Me duele que haya desaparecido la casa de mis abuelos aunque sé que era difícil de conservar. Caín, protagonista -¿Tiene ya argumento para la que será su próxima novela? -Una hipótesis para escribir sobre la figura bíblica de Caín. Es difícil y tengo dudas. Me gustaría mucho poder hacerlo. Se trata de una figura maldita históricamente, pero si nos acercamos a ella entendemos que la responsabilidad de matar a su hermano no es suya, que el autor moral del crimen es Dios. Caín era agricultor y sacrificaba los frutos para su Dios, quien apreciaba más que eso el olor de la carne y despreciaba el de los cereales. Era una persona, por tanto, humillada por Dios y Dios sabía que acabaría matando a su hermano; sin llegar a impedirlo. Quiero decir con esto que hay que mirar las cosas por el otro lado, que es el que nos enseña la realidad.

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