Diario de León

Ribera, el éxito del hombre tranquilo

El seleccionador encuentra el premio a una carrera basada en el trabajo metódico

Jordi Ribera en un momento de un partido del Mundial de Egipto dirigiendo a los Hispanos. ELFIQI

Jordi Ribera en un momento de un partido del Mundial de Egipto dirigiendo a los Hispanos. ELFIQI

Publicado por
José Manuel Andrés
León

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Todo en la vida de Jordi Ribera rezuma balonmano. Hasta la localidad que le vio nacer en 1963, el municipio gerundense de Sarrià de Ter, respira las esencias de este deporte por los cuatro costados.

Allí comenzó el joven Ribera a labrar su libreto particular sobre el deporte del 40x20. Contaba con apenas 26 años cuando se le abrieron por primera vez las puertas del balonmano de primer nivel. Fue en Eibar, en el Arrate, donde entrenó entre 1989 y 1992, antes de hacer las maletas y emprender la aventura de dirigir al Gáldar. Ribera cultivó allí un estilo de juego propio y la pasión por el trabajo con la gente joven y el descubrimiento de nuevos talentos. Uno de ellos, Dani Sarmiento, ejerce hoy de veterano central de los Hispanos.

Aquella bonita historia del Gáldar concluyó de forma abrupta en el verano de 2003, con la desaparición del club por problemas económicos. Jordi Ribera continuó entonces su periplo Asobal en el banquillo de un histórico, el Bidasoa de Irún, todo un campeón de Europa en 1995 que entonces comenzaba un periodo de vacas flacas que poco después acabaría con los huesos del club de Artaleku en la División de Honor Plata. Apenas un año en tierras guipuzcoanas y en busca de nuevos horizontes lejanos, otro clásico en tantos profesionales del balonmano español.

Se abrió entonces otra etapa fundamental para entender su figura, la de desarrollo del balonmano latinoamericano. Primero con la selección de Argentina, de 2004 a 2005, y luego ya en Brasil, un gigante dormido.

Paso por León
En cuatro temporadas llevó al Ademar a ser un fijo en la Champions y lograr la Copa Asobal

Sólo la llamada de un grande le separó de un proyecto al que se dedicó en cuerpo y alma durante años. La llamada del Ademar de León en el verano de 2007, tras la salida rumbo al Barça de Manolo Cadenas, mucho más que un simple entrenador, era para intimidar a cualquiera, pues suponía tratar de llenar un vacío difícil de asumir. Sin embargo, el hombre tranquilo acabó conquistando a toda la numerosa y exigente afición leonesa en cuatro temporadas que dejaron la presencia regular del equipo en la Champions y el que hasta ahora es el último título del club: la Copa Asobal 2009. En 2012 retomó su trabajo al frente de la selección brasileña, generando cada vez más jugadores de nivel para el balonmano europeo. Sin embargo, lo mejor estaba por llegar. Otra vez en sustitución de Cadenas, como en el Ademar. En 2016, después del trauma de quedarse fuera de los Juegos de Río, la selección española acudió en busca del auxilio del hombre metódico.

Tres décadas de carrera, de continua mejora y aprendizaje, ante su gran oportunidad, el reto de guiar a los Hispanos en el ciclo olímpico hacia Tokio’20. No pudo hacerse con una medalla en el Mundial de Francia en 2017Cayó en cuartos ante Croacia, pero un año después, cambió la historia en el Europeo de Croacia, con el primer oro continental de España tras cuatro dolorosas finales perdidas. Repitió corona en 2020, un éxito solo al alcance de la intratable Suecia de los noventa, pero de nuevo le quedó la espina de caer a las puertas de las medallas en el Mundial de Alemania y Dinamarca 2019. Con la suspensión de los Juegos de Tokio, Egipto 2021 era la oportunidad perfecta para hacerse con la ansiada presea mundialista. El penúltimo sueño cumplido por Jordi Ribera. El hombre paciente, siempre con una instrucción pausada, con un análisis que va más allá, mira de reojo a Tokio en pos de la gloria olímpica.

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