Diario de León

Villanueva y Rivas llevan a la cima del Aconcagua la bandera de León

Los dos alpinistas leoneses hicieron cumbre en la cota más alta de América el 16 de enero

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O. Marrón - león
León

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La bandera de León ya está también la cima del Aconcagua, sobre los 6.962 metros de altitud de la cota más alta de América, en la cordillera de Los Andes. Los montañeros leoneses César Villanueva Bayón, profesor de educación Física en el colegio de Páramo del Sil, y Javier Rivas Gavela, ingeniero de FCC, cumplieron su objetivo de ascender el Aconcagua durante los primeros días del año 2006. Partieron de León el 2 de enero y este pasado jueves, el 26, regresaban a casa tras haber hecho cumbre en la mítica montaña andina, la mayor del mundo fuera de Asia central, el día 16 de enero a las seis de la tarde hora española (la una del mediodía en Argentina y Chile); curiosamente la misma jornada y poco más de tres horas antes de que otro leonés, Jesús Calleja, coronara la cima del Monte Vinson, el «techo» de la Antártida. Villanueva y Rivas ascendieron por la ruta Noroeste, que aunque no presenta dificultades técnicas las estadísticas demuestran que tan sólo un 30% de los intentos de ascensión totales acaban en éxito. «El hecho de que siete de cada diez personas que lo intentan fracasan nos tenía un poco impresionados, pero nosotros íbamos preparados a conciencia y estábamos convencidos de que podíamos estar finalmente entre los res restantes que sí lo consiguen», afirmaba ayer César. Vuelven exultantes y con ganas de explicar su aventura, la más importante hasta ahora para ellos en la montaña, tras recorrer y subir cimas en Alpes, Pirineos o India. «La auténtica bestia negra del Aconcagua es la aclimatación a la altitud, que se hace mucho más dura que en ninguna otra cordillera del mundo debido a las zonas de bajas presiones que se generan por su cercanía al mar. De ahí que en el campo base, a 4.300, ya se vivan situaciones dramáticas derivadas de la altitud prácticamente a diario», explica Javier. Además, las bajas temperaturas, las congelaciones y el viento, «que es un martillo psicológico y el dueño y señor del Aconcagua, son los que dictan realmente quien sube y quien no, quien duerme y quien no, e incluso en ocasiones si Eolo está juguetón, hay que llegar a tumbarse en el suelo para que las ráfagas cercanas a los 100 kilómetros por hora no te lancen literalmente por los aires», relata César, que añade que a eso hay que añadir «de manera muy especial el último día, el de ataque final a cumbre, que entre el frío, la ausencia de oxígeno y la tensión cardíaca» dificultan en especial la cumbre del coloso andino. César y Javi recuerdan de manera especial el día final, el 16 de enero. «Estaba más templado de los -30º del día anterior en Nido de Cóndores y el viento era relativamente suave, lo que nos imprimió una dosis de esperanza extra y fuerzas para la batalla final. A las 5.00 empezamos a andar. A mí se me congeló el agua a pesar las precauciones», relata César. «Las últimas tres horas son especialmente duras: el final de la gran travesía donde el suelo está descompuesto y un paso adelante supone derrapar dos atrás, la temible canaleta y el tramo final del filo del Guanaco, donde se aprecia la cumbre como un arco iris que está ahí pero no acabas de alcanzar nunca, allí a 6.500 metros de altitud todo se espesa, miras el reloj y no avanza, las piernas pesan toneladas, cada 10 o 15 pasos hay que parar porque el corazón parece un tambor de semana santa en la sien y boqueas como pez fuera del agua para poder aspirar todo el oxígeno posible. Yo caminaba en un estado de semisomnolencia automático cuando estaba llegando y en la cumbre, borrando de mi cabeza la idea de darme la vuelta y dejar de sufrir», añade el leonés. Finalmente la cumbre y la cruz de aluminio se hicieron presentes tras ocho horas de esfuerzo. «Es un momento impresionante, inolvidable», relatan. Aunque las penurias no acabaron ahí. Las previsiones anunciaban posible mal tiempo. Y acertaron: Tuvimos que descender de cima a base, en medio del viento y la nieve, porque la cosa iba a ir a peor: desmontamos los campos de ascensión según íbamos bajando, lo que nos llevó tres horas. Llegamos agotados».

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