Diario de León

La resaca del europeo

Desde Urdangarín a Pastor

España completa un decenio magnífico en la recogida de metales que pudo ser aún mejor

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Leontxo García - zúrich
León

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Iñaki Urdangarín, hoy duque de Palma y antes compañero de los aún activos Barrufet y Garralda, entre otros, bajó a los vestuarios para felicitar efusivamente a la selección tras la derrota en la final ante Francia. El marido de la Infanta Cristina logró cinco medallas con el seleccionador Juan de Dios Román, reemplazado con muy mala suerte por César Argilés. Ahora, los frutos que recoge Juan Carlos Pastor se deben en parte al trabajo de sus antecesores. Cuando Urdangarín y sus compañeros lograron la primera medalla de la historia para España, (Europeo, Sevilla y Ciudad Real, 1996), el hoy miembro de la Familia Real no podía imaginar que fuera a serlo (conoció a la Infanta pocos meses después, en los Juegos de Atlanta), ni sus compañeros que estaban en el camino de convertirse en una potencia mundial del balonmano. La perspectiva histórica, y las opiniones de los expertos prácticamente unánimes, confirman que aquella selección de Barrufet, Guijosa, Masip, Duishebáiev, Carlos Ortega, Xepkin, etcétera, era magnífica, al menos tan buena como la actual. Sólo así se pueden ganar cinco medallas en cuatro años (dos de plata y una de bronce en los Europeos de 1996, 1998 y 2000; dos de bronce en los Juegos de Atlanta 1996 y Sydney 2000) en una época gloriosa para el balonmano, frente a la Suecia mítica de Wislander, la Rusia aterradora de Kudínov o la Francia genial de Richardson. Pero la suerte, ese factor que puede ser decisivo cuando la línea que separa el éxito del fracaso es muy estrecha, no estuvo entonces con España. Juan de Dios Román pone dos ejemplos indiscutibles: «En el Mundial de Japón 1997, Guijosa lanzó una vaselina que no entró por milímetros en el último minuto de los cuartos de final contra Suecia, que luego nos ganó en la prórroga». Pero el que más le dolió fue el segundo, en el Mundial de Egipto 1999, semifinal contra Rusia: «Los árbitros, que luego vinieron al vestuario a pedirnos disculpas porque comprobaron en el vídeo que se habían equivocado, pitaron una falta contra nosotros y excluyeron a Barrufet por dos minutos en el último balón, que debió ser para nosotros. Estoy convencido de que aquel equipo español hubiera ganado la final porque estaba en su mejor momento». Más de la mitad de la selección actual (11 jugadores de 16) ha pasado por las manos de Román, y todos menos los dos porteros y los dos cubanos nacionalizados (Fis y Uríos), por las de Argilés, en la selección júnior o la absoluta. La mala suerte de éste, quien además tuvo que afrontar la transición de generaciones, fue aún mayor que la de su antecesor: «Mis dos momentos fatídicamente imborrables son las dos prórrogas frente a Croacia en el Mundial de Portugal 2003, tras habar ido ganando por mucho, y las dos prórrogas más tanda de penaltis contra Alemania en los Juegos de Atenas». Argilés sabe en qué se equivocó, y lo dice: «Debí automatizar más el juego, tanto en ataque como en defensa, acortando el margen para la creatividad individual. Claro que eso no es fácil cuando el líder del equipo es un genio, como Duishebáiev». Y también ve diferencias claras entre aquella selección y la actual: «Algunos artilleros de entonces, como Iker Romero y Alberto Entrerríos, se han transformado en jugadores completos. Y, sobre todo, la convivencia permanente con muchas estrellas internacionales en la Liga Asobal ha quitado a los españoles el excesivo respeto que antes tenían a los astros extranjeros. Aparte de eso, ganar el primer oro da una confianza tremenda». Román coincide: «El éxito en general, y el oro especialmente, es el mejor antidepresivo». Y señala las principales aportaciones de Pastor: «Ha profundizado en el concepto de defensa disuasoria, empleándolo no sólo en situaciones de superioridad numérica, sino con todos los jugadores en la cancha. Además, España brilla por la variedad de las conexiones con el pivote, que se estudia como ejemplo en los congresos internacionales de entrenadores». Argilés remacha con dos elogios más para Pastor: «Les inyectó una impresionante confianza en sí mismos ya antes de ganar el Mundial, lo que permitió remontar marcadores adversos. Y también ha gestionado acertadamente la simbiosis entre veteranos y jóvenes». Román y Argilés no quieren desenterrar otro factor que influyó en momentos críticos para que el palmarés de España no fuera aún más brillante: el escaso peso en los pasillos internacionales ocasionaba que los árbitros no sintieran ninguna presión para pitar a favor de España. Urdangarín, antes de comprender que su condición de miembro de la Familia Real reducía su libertad de expresión, sí entró a saco en el tema, en el Mundial de 1999: «El balonmano español necesita buenos gestores», dijo a varios periodistas. Un día después, el presidente de la Federación, Jesús López Ricondo, se vanaglorió de haber «tocado las teclas pertinentes» para que Urdangarín no hiciese más declaraciones como ésa. Pero Ricondo también fue quien apostó por Pastor como seleccionador de urgencia tras aplazar las elecciones, justo antes del Mundial de Túnez. La medalla de oro le ayudó mucho a ser reelegido. Además, ahora practica un balonmano muy distinto a la fórmula de buenos porteros+contraataque letal +furia española. Lo que hace Pastor es el balonmano de vanguardia, que prácticamente no existía en la época de Urdangarín.

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