Diario de León

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El Curueño como criadero

Los frezaderos de este río siguen conservando una limpieza relativa, consiguiendo muy buenas eclosiones de sus puestas e infinidad de truchas pequeñas a lo largo del cauce

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Ordoño Llamas Gil - león
León

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Si algún río de mediano caudal puede considerarse como auténticamente truchero desde su nacimiento hasta su desembocadura, dentro de la cuenca norte del río Esla, no sería necesario hacer muchas cábalas, porque no podría ser otro que el río Curueño. La trayectoria de este río desde el puerto de Vegarada hasta el Porma hace que sus aguas sean, sin duda, las más limpias y oxigenadas de toda esta vertiente, puesto que en su camino no encuentra agresiones importantes a su pureza, ya que los pueblos que bordea son pequeños y probablemente conscientes de su obligación depuradora, por lo que puedes transitar por todo su recorrido sin observar síntomas de contaminación en sus aguas, ni siquiera en su confluencia con el Porma en el coto de Cerezales. Puede que aquí también engañen las apariencias, y que si tomamos muestras en las zonas bajas nos decepcionen, pero nunca tanto como si lo hacemos en cualquier otro río de los que nacen en la cordillera Cantábrica y vierten en su padre Esla. La única población que podría influir sería La Vecilla, y supongo que depura. Partiendo de la base de su limpieza y como consecuencia de ella, nos encontramos con que su fauna, con preferencia truchas, parece no haber descendido tanto, y compruebas con alegría cómo se mantiene una población de truchas fario (creo) en sus cotos de Tolibia y Valdepiélago, e incluso en algunas zonas libres de su recorrido, que para sí quisieran muchos otros ríos o cotos de mayor renombre, donde han de conformarse con mantener el tipo a base de repoblaciones esporádicas de truchas derivadas del pienso, a veces sin pedigrí ni garantía de sucesión. El encuentro con un desmán de los Pirineos en el mismo pueblo de Barrio, que se entretenía en meterse en el agua en la zona donde la profundidad era sobre veinte centímetros, introduciendo su pequeña trompa entre los resquicios de las piedras durante el tiempo necesario para conseguir alguna gusarapa con la que salía hacia la orilla y terminaba de engullirla, volviendo a reanudar su tarea como unas diez o doce veces, hasta que se dio cuenta de que le estaban observando y desapareció en el agua como si de una rata se tratase, me convenció de que aquellas aguas no estaban muy contaminadas. Ni antes ni después de aquella vez he vuelto a ver a otro ejemplar de esta especie, ni en ningún otro río. También es fácil observar a los mirlos acuáticos haciendo el mismo ejercicio. Si tienes la curiosidad de comprobar cómo se desarrolla el cebo de río en el Curueño, no tienes más que levantar algunas piedras de la corriente y, dependiendo de la época, podrás llenar tu gusarapera de larvas de pérlidos, de efémeras, de gusanos de canutillo, etc. sin apenas esfuerzo, pues son abundantísimos. En otros tiempos Quiero pensar que en la actualidad ocurre lo mismo que hace unos seis años hacia atrás, en que toda la zona baja de este río, entre Santa Colomba y Barrio de Nuestra Señora, cuando se queda seco durante el estiaje conservando nada más que algunos pozos o pequeños puertos con el agua embalsada, llega la primavera y el caudal se normaliza y vuelves a ver infinidad de truchas, preferentemente pequeñas, que hacen las delicias de los pescadores de mosca ahogada e incluso de cucharilla, que no pueden imaginarse de dónde han salido tal cantidad de truchillas si en agosto era una zona quemada por el sol. Esto lo dominaban bien las patrullas de agentes de la Guardia Civil, que con su Land-Rover recorrían el trayecto La Vecilla, La Cándana, Pardesivil, La Mata, Sopeña, Santa Colomba, Gallegos, Barrillos y Barrio, tratando de pescar a los pescadores que guardaban en los coches, en las botas, en los bolsillos, etcétera, las truchas que no daban la talla, y aquí era fácil pescarlos. Recuerdo que al comienzo de la era de la pesca eléctrica uno de los lugares en los que se entrenaban con los cables era en los pequeños pozos o charcos grandes que quedaban aislados sin corriente en la zona baja mencionada. Por aquel entonces regía el ayuntamiento de Santa Colomba un alcalde, que creo que era pescador y le contrariaba sobremanera que vinieran a sacar las truchas del Curueño bajo, con la disculpa de que se morirían si las dejaban, llevándoselas para otros lugares desconocidos. Coincidió que vio cómo se cometía el desaguisado, y obligó a los empleados de Icona a trasladarlas de lugar pero, eso sí, del mismo río pocos kilómetros más arriba, donde ya había puertos y pozos y agua suficiente para que no muriesen asfixiadas. Se comentó que tuvo que recurrir a la Guardia Civil para conseguirlo. Si los alcaldes de muchas otras zonas de esta provincia hubieran obrado en consecuencia, otro gallo nos cantaría en términos generales y no habría tantas zonas desertizadas. Mucha limpieza Todo ello viene a demostrar que los frezaderos de este río siguen conservando una limpieza relativa y consiguiendo buenas eclosiones de sus puestas, repercutiendo siempre en que todas las temporadas volveremos a encontrarnos con infinidad de truchas pequeñas en todo su trayecto, que no creo sean el fruto de ninguna repoblación artificial (salvo que lo confirme o desmienta Icona), sino del propio poder de proliferación que demuestran las truchas cuando las aguas que las cobijan las protegen de bacterias y de virus que en otras latitudes abundan en exceso. Estas condiciones se dan también en algunos tramos más cortos de muchos ríos de montaña de la misma cordillera, pero nunca en trayectos de más de cuarenta kilómetros de piscifactoría natural, abarcando todo el curso del mismo. Si fuera posible colocar un chip a las truchas pequeñas de este río, para que cuando se trate de esconderlas o pasarlas del río al coche comiencen a pitar como los artículos robados en los hipermercados, nos quedaríamos sordos de tanto pitido y asustados de la cantidad de ellas que podrían estar nadando alegremente entre dos aguas y no reventadas y espinadas o resecas por el arte del escamoteo irresponsable, al querer llevarse para casa alevines de quince centímetros o menos, para probarlas. Conocí en una ocasión a un individuo con caña, que decía haciéndose el simpático que «todo lo que fuera mayor que un pitillo, ya valía». Recuerdo con nostalgia cuando en la zona de La Cándana, al hacer los trabajos de la carretera que va de Barrio a La Vecilla, quedó un pozo separado al rellenar atravesando el cauce del río y hacer la carretera encima. Le llamábamos «el pozo aislado», y mantuvo una población relativa de truchas durante bastantes años después de quedar aislado. Teniendo las mejores plumas de gallo para pescarlas en sus orillas ¿cómo se explica que no consigan exterminarlas?

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