Diario de León

Un Sabio que aprende pronto de sus errores

Aragonés ha sabido rectificar de sus fallos para seguir adelante

Aragonés ha sabido rectificar de sus fallos para seguir adelante

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Jon Agiriano - bilbao
León

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Es justo reconocerlo: durante esta Eurocopa, Luis Aragonés está muy bien en su papel de venerable seleccionador. Desde hace unas semanas, el de Hortaleza mantiene el tipo con el saber estar que se le supone a un hombre de su experiencia. No siempre lo ha conseguido. Es más, ha fracasado varias veces en ese intento, de ahí que su imagen exterior sea la de un señor hosco y desabrido que da un poco de miedo cuando se ríe y no termina las frases porque parece haberlo dicho todo un millón de veces y le cansa mucho repetirse. Esta vez, en cambio, a Luis Aragonés se le nota más cómodo. Más agradable, incluso. De hecho, hasta la prensa internacional, la misma que le tenía en el centro de la diana desde que, hace tres años, le escuchó boquiabierta llamar negro de mierda a Henry durante su famosa arenga motivadora a Reyes, le ha dedicado ya algunos halagos. Las razones de esta actitud más presentable por parte del seleccionador no han trascendido. Quizás Luis haya caído en la cuenta de que su imagen para la posteridad está en juego, que precisamente ahora, cuando su larga carrera deportiva llega a esos momentos decisivos por los que será recordada, tiene la obligación de parecer un caballero firme y sosegado, por encima del bien y del mal, como el capitán que dirige la batalla desde el puente de mando. O quizás sea que alguien cercano y querido le ha recordado que ése debe ser ahora su papel, que uno no va a cumplir 70 años y se ha pasado la vida dando órdenes desde un banquillo para luego enfangarlo todo con arrebatos infantiles y salidas de tono. Entender que, por encima de los viejos códigos del fútbol a los que tanto alude, existen obligaciones estéticas y normas de urbanidad que alcanzan a todos los mortales, ha sido uno de los aciertos del seleccionador español en esta Eurocopa. El otro ha sido ser consciente de que un ambiente amable y distendido alrededor del equipo es imprescindible para lograr algo grande con España. La selección es una balsa de aceite. Lo dicen todos los enviados especiales a Innsbruck, los mismos que, hace tan sólo unos meses, se temían que, confundido por la presión del momento y por los cencerros del bucólico paisaje tirolés, el de Hortaleza acabara interpretando en la Eurocopa la versión más áspera del abuelo de Heidi. A nadie se le escapa lo mucho que el seleccionador aprendió de su fracaso en el Mundial de Alemania. Aquella dolorosa derrota ante Francia provocó varios efectos colaterales. Por un lado, engordó como nunca los fantasmas del tradicional fatalismo futbolístico español. Las dificultades del equipo nacional para lograr algo importante en un gran torneo pasaron a considerarse un maleficio. La Roja era objeto de mofa y de comparaciones crueles con las selecciones de baloncesto y balonmano, ambas campeonas del mundo. El seleccionador quedó a los pies de los caballos, comprometido a abandonar su cargo al regreso de Alemania. Aragonés, sin embargo, se aferró al puesto de un modo que sorprendió incluso a sus amigos más íntimos. Fueron, sin duda, los peores momentos de su carrera deportiva. El entrenador de Hortaleza, sin embargo, aguantó la marejada sin hundirse. ¿A qué se debía tanto empeño en continuar? La respuesta es fácil y se está viendo en esta Eurocopa. Luis tenía una ilusión tremenda por este grupo de jugadores. A nadie que conozca a Aragonés puede extrañarle su confianza en esta selección. Sus pupilos son buenos y son una piña.

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