Diario de León

No hay consuelo en el hospital Mazzoni

Los familiares de las víctimas del terremoto, destrozados, velan a sus parientes fallecidos. "Éramos demasiado felices, sí. Y alguien nos maldijo", llora desconsolado un padre ante el ataúd de su hijo

Vista general de un pabellón de deportes reconvertido en alojamiento temporal para los damnificados en Amatrice, centro de Italia.

Vista general de un pabellón de deportes reconvertido en alojamiento temporal para los damnificados en Amatrice, centro de Italia.

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IRENE SAVIO / ROMA
León

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Detrás de un arbusto, una mujer solloza e invoca a Dios. «Nos has abandonado», se lamenta. «Ayúdanos, ayúdanos», repite, echándose sobre el asiento de su automóvil estacionado en las inmediaciones del hospital Mazzoni de Ascoli Piceno. Allí donde, desde anteayer a la tarde, operaban agentes de tráfico para regular las llegadas sinfín de los parientes de los fallecidos traídos hasta el lugar. Italia escenificaba así el dolor y luto por la catástrofe provocada por el devastador terremoto del pasado miércoles, de 6 grados de la escala Richter. Un seísmo cuyo mortífero balance empieza a temerse similar, o incluso peor, al del anterior gran terremoto, el de L'Aquila, que azotó Los Abruzos en 2009. El saldo de muertos ascendía anoche a 250, pero hay aún decenas de desaparecidos bajo los escombros, según las estimaciones oficiales.

La morgue del hospital de Ascoli Piceno concentraba este horror. Se asemejaba a un anfiteatro de muerte, en cuyos meandrosvagaban madres y padres que ya no lo eran, maridos sin esposas, hermanos sin hermanas. Dispuestos en el suelo de manera circular, formando una medialuna, se encontraban una quincena de ataúdes marrones, los de los adultos, varios de los cuales presentaban carteles en que se repetía el mismo apellido: Casini, Rendina, Reitano… Restos humanos envueltos en sábanas amarillentas, de las que se entreveían cabezas demacradas, envueltas en unos aparatosos vendajes que les cubrían las heridas, sin que ello fuera de impedimento para que algunos los acariciaran y los besaran, acostándose al lado de los cadáveres albergados en la Capilla de la Resurrección.

En el centro, despuntaban cinco sarcófagos de niños, de color blanco y más pequeños, casi diminutos. De Elisa, Marisol, Giulia, Gabriele y otro niño cuyo padre gemía recostado sobre sí mismo. «Nos han maldecido. Éramos demasiado felices, sí. Y alguien nos maldijo. ¿Cómo se puede morir por un terremoto?», gritaba. Junto a ellos, un anciano de unos 70 años se sujetaba la cara con las manos heridas, mirando fijo el vacío, mientras que otra pareja hablaba con una psicóloga que tampoco aguantaba las lágrimas. «¿Es accesible el cementerio de Pescara del Tronto?», preguntaba un médico.

"TIRITÉ POR EL FRÍO Y POR EL MIEDO"

«Los médicos y el personal sanitario está haciendo un gran trabajo. Muchos han interrumpido sus vacaciones y soportan largos turnos para hacer frente a las continuas llegadas de cadáveres», explicaba Maria Marini, representante sindical del hospital. «Estamos trabajando en las listas de los fallecidos, pero no es fácil pues en algún caso varios miembros de las familias han muerto»,indicaba otro funcionario de la estructura.

A esta dantesca instantánea se sumaba la desorientación y desesperación de los vivos, muchos de los cuales decidieron abandonar los coches en los que habían dormido la noche anterior y dirigirse a los campos para desplazados construidos, a ritmo de relámpago, por la Protección Civil italiana, con la ayuda de los Bomberos y de decenas de voluntarios. «El problema es que en la noche aquí las temperaturas bajan mucho y ayer tirité. Un poco por el frío, un poco por el miedo», indicaba una inmigrante albanesa residente en Grisciano y cuyos ahorros de una vida también se esfumaron con el seísmo. «¿La ve esa casa que está a punto de caerse? Es la mía. Soy cuidadora y hace un año y medio terminé de pagarla. Lo perdí todo. Eso sí, estoy viva. Me salvé solo porque logramos salir por la ventana», contaba la mujer, quien ahora se aloja en una de las 16 tiendas de campaña que han colocado en el lugar.

"ME SALVÓ LA PARED QUE REFORCÉ"

Testimonios como este pululaban entre los supervivientes de los pueblos de los Apeninos centrales azotados por el sismo. «Sobrevivimos gracias a una pared que reforcé hace un tiempo. Fue la única de la casa que no se derrumbó. Nos recostamos sobre ella y luego trepamos entre los escombros», decía Massimo Lucini, un artesano de Pescara del Tronto que vagaba en su pueblo en el intento de recuperar alguna pertenencia. «Me han dicho de abandonar mi casa, no sé cuándo podré volver», afirmaba Maria Teresa Merlanghi, una jubilada de 82 años nativa de Arquata.

En tanto, incluso en los momentos del día en los que el termómetro superó los 30 grados, y estando bajo un sol incesante, más de 5.000 socorristas siguieron hurgando en todas las localidades mayormente afectadas, como Amatrice, de cuya lista faltan también una treintena de personas que se alojaban en el hotel Roma. Entre tanto la tierra siguió temblando sin parar, de día y en la noche, provocando nuevos derrumbes y la necesidad de evacuar a más construcciones y comarcas de la zona. «El problema es que este terremoto fue más próximo a la superficie y algunas construcciones eran muy antiguas, hechas de piedra y madera», argumentaba Matteo Re, funcionario de la Protección Civil.

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