Diario de León

EL PROCESO DE PAZ EN COLOMBIA

Los últimos días de las FARC

Los combatientes de la guerrilla colombiana se preparan para el difícil reingreso a la vida civil tras medio siglo de lucha armada

Guerrilleros llegan al lugar donde se realiza la Décima Conferencia Nacional Guerrillera, en el Diamante, el 22 de septiembre.

Guerrilleros llegan al lugar donde se realiza la Décima Conferencia Nacional Guerrillera, en el Diamante, el 22 de septiembre.

Publicado por
MARÍA RADO / PABLO RODERO / EL DIAMANTE (COLOMBIA)
León

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Después de medio siglo de conflicto, la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) clausuran este viernes en El Diamante su última conferencia con una declaración en la que se espera ratifique el acuerdo de paz con el Gobierno, abandone la lucha armada y anuncie su transformación en movimiento político. El lunes, se firmarán los acuerdos con el Gobierno en Cartagena de Indias y tra un periodo de 180 días para completar la entrega de su armamento, los gos guerrilleros levantarán su campamento y afrontarán el reto de reingresar en la vida civil. Para muchos no será fácil. Apenas han conocido otra cosa que la guerrilla.

Con 14 años, Franky Rojas se fue “volao” de su casa, a escondidas de su madre, para ingresar en las FARC. La guerrilla entonces estaba en su momento álgido. Ejercía total control sobre la zona desmilitarizada del Caguán, una amplia región en el suroeste colombiano de la que el Ejército se había retirado en 1998 para facilitar un intento de negociación con el Gobierno de Andrés Pastrana. El proceso de paz acabó naufragando, pero la guerrilla comunista aprovechó esa área autónoma para reforzarse y reclutar a cientos de jóvenes guerrilleros como Franky.

“Al ingresar yo nunca había escuchado la palabra burgués, no tenía esa conciencia de clase”, declara el guerrillero

sentado en su ‘caleta’, una cama improvisada cubierta por una pequeña carpa entre una tupida vegetación selvática. Desde su reclutamiento, el guerrillero Franky se formó “cuando nos daba descanso un tantico el enemigo” y vivió los años más duros del conflicto.

El principio del fin para las FARC llegó con la ofensiva Plan Patriota. El nuevo Gobierno colombiano, dirigido por Álvaro Uribe,lo apostó todo a una victoria militar tras el fracaso negociador de su antecesor. Una serie de embestidas militares entre el 2003 y el 2006 dejó muy mermadas a las FARC, pero no consiguió derrotarlas.

Ahora, tras media vida en la guerrilla, Franky afronta el regreso a una vida civil que apenas conoce y a una sociedad que describe con un lenguaje plagado de terminología marxista. Habla incluso de su familia utilizando dialéctica revolucionaria que parece sacada de otra época. “Yo duré 10 años sin mirar a mi mamá. Un día pasé por allí, me la encontré, le saludé y fue un momento duro”, explica el guerrillero. “Hablamos 'hartico', cada segundo lo aprovechamos. Le expliqué por qué estaba en la guerrilla y ella me entendió. Ella no tiene una claridad política, pero tiene una conciencia de lo que ha vivido y sabe quién es el verdadero culpable de su explotación”.

DE LA SELVA AL PARLAMENTO

Duvian y Melisa descansan en un banco de uno de los campamentos instalados temporalmente en el perímetro de la X Conferencia de las FARC, en el interior de los llanos del Yarí. Los dos se criaron en “zona guerrillera” y se unieron a las FARC siendo muy jóvenes. Él ingresó por motivaciones puramente políticas que desarrolló desde los 11 años, ella “quería ver como era en realidad la guerrilla”, que era el estado ‘de facto’ en su región.

“Nunca me he arrepentido de entrar en la guerrilla”, explica Duvian. “Tengo una familia, pero después de 18 años mi familia también está aquí”. Melisa no ve a su madre desde que ingresó en las FARC y confiesa con una enorme sonrisa en la cara: “Cuando pase a la vida civil iré a visitarlos por sorpresa”. Ella tuvo que aceptar, como el resto de las mujeres que conforman el 40% de la organización, que la vida guerrillera no era compatible con la maternidad. “Yo no siento ese anhelo por ser mamá. Ahora lo que tiene que hacer una es prepararse para la vida civil y no puede andar con una criatura por ahí”, declara esta guerrillera de 30 años.

Todos aspiran a seguir teniendo un papel en el futuro de la organización, a partir de ahora en la política legal, cambiando el fusil por el estrado. “Yo no voy a ser político, porque uno no tiene la formación necesaria”, explica Duvian, con un vocabulario mucho menos sofisticado que Franky. “Quizás en la política local, o si no ayudaré al movimiento de alguna otra forma, hay muchas maneras de seguir en la lucha”.

EN MANOS DE LA POBLACIÓN CIVIL

Aprobados los acuerdos por la guerrilla, el último paso para finalizar el conflicto tendrá lugar el próximo 2 de octubre. El preisidente Juan Manuel Santos Santos ha optado voluntariamente por que sea la población civil quien tenga la última palabra con un plebiscito para aprobar o rechazar el acuerdo. En el Caguán, cada persona tiene un centenar de historias sobre la guerra. A Fernando le llaman “el Pulga” y lleva 25 años trabajando de taxista por la zona. “Esta zona era muy brava, a veces nos paraban los guerrilleros, me bajaban a los pasajeros y se subían con los fusiles saliendo por las ventanillas para que les llevara”, cuenta el Pulga mientras conduce.

La carretera que une Florencia, la capital del departamento del Caquetá, y San Vicente del Caguán, fue una zona caliente del conflicto durante años. Desde la carretera se distinguen los claros abiertos en las laderas selváticas de los Andes para el cultivo de lahoja de coca, la principal fuente de financiación de la guerrilla desde los 90. En una de esas ocasiones en las que los guerrilleros le usaban como transportista, el Pulga se cruzó con un retén militar y tuvo que acabar metido en una alcantarilla para salvar su vida. “Al ‘pelao’ de mi lado le entró un tiro por la frente. Yo lo tuve que empujar fuera del carro para que no me lo manchara de sangre”, cuenta el Pulga, asomado por el retrovisor.

AMENAZAS DE MUERTE

A pesar de todo, el Pulga no siente rencor por las FARC, a los que considera “gente buena”, pero su opinión no es unánime en el Caguán. Astrid, una administradora de hotel en San Vicente, está convencida de que no todos los guerrilleros se van a desmovilizar. “Mi familia tendrá que seguir pagando la ‘vacuna’ -un impuesto revolucionario a los dueños de fincas-”, dice, y muestra un panfleto que está siendo repartido por el pueblo. Utilizando un lenguaje belicista, el grupo paramilitar Las Águilas Negras amenaza de muerte a los guerrilleros que regresen a la vida civil.

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