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El triunfo de la revolución exprés

Los jovenes de las ciudades han asimilado rapidamente los cambios tras la independencia de la URSS, muy al contrario que la poblacion mayor de la zona rural

Los estonios disfrutan de sus baños a la intemperie

Los estonios disfrutan de sus baños a la intemperie

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León

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En la planta baja del gran centro comercial de Tallin cuatro jóvenes bailan hip-hop sobre un escenario, mientras un grupo de quinceañeras los jalean. Son parte del reclamo publicitario del centro -que nada tendría que envidiar a cualquiera de España-; la oferta la completa una pequeña carpa donde una conocida línea de cosméticos neoyorquina ofrece un maquillaje gratuito. Los chicos hacen una extraña versión del English man in New York, de Sting. La letra en inglés es perfectamente resuelta por el cuarteto y, algo que difícilmente ocurriría en España, descifrada sin ningún problema por la chavalada. Y es que la juventud de las grandes ciudades estonias ha asimilado con asombrosa facilidad los nuevos idiomas. En realidad, esta capacidad para adoptar innovaciones foráneas trasciende el lenguaje y se extiende por terrenos como el estilo de vida o las nuevas tecnologías. Sólo así se entiende el asombroso cambio vivido en los núcleos urbanos más importantes del país tras conseguir la ansiada independencia de la ya extinta Unión Soviética, en 1991. Hoy, Tallin, la capital de Estonia, guarda muchos más parecidos con su vecina del oeste, Helsinki, que con la aún amenazante Moscú. La entrada en la UE servirá para sellar la ruptura con el antes todopoderoso Kremlin, al que la república báltica ha perdido el respeto -en marzo, el Gobierno de Tallin exigió abandonar el país a dos diplomáticos rusos-. Sin embargo, mientras la influencia soviética se extingue entre los de las zonas urbanas, los ancianos y los habitantes del campo no han asumido esta revolución exprés. «La división es evidente ante la entrada en la UE. La gente mayor la recibe de otra forma, con mucho menos interés», explica Mikko Lagerspeta, titular del departamento de Sociología del Centro de Hu-manidades de Estonia. Lejos de los grandes negocios de Tallin o la ciudad universitaria de Tartu aún queda mucho por hacer: «Los habitantes de los pueblos son muy escépticos con el cambio y sin embargo serán los principales beneficiados, casi con toda seguridad. Tras la independencia, Estonia ha potenciado sobre todo el sector servicios, pero se ha olvidado de la agricultura, no existe una política agrícola activa y la Unión Europea obligará a adoptarla y mejorarla. Ellos recibiran muchas de las ayudas económicas», resume Lagarspeta. El escepticismo de los núcleos de población menores tiene argumentos: el desmantelamiento de la URSS permitió pasar página a unos años terribles (sólo entre 1945 y 1949 más de 60.000 estonios fueron asesinados o deportados a Siberia, en pleno auge del estalinismo); pero también generó un imparable crecimiento del paro en el campo, traducido en un descrédito inevitable hacia el sector político y sus decisiones (entrada en la UE incluida). Pese a estos focos de resistencia, el sociólogo opina que el paso a dar el 1 de mayo era «inevitable». Sobre todo, «una vez que lo habían hecho Finlandia y Suecia, nuestros principales socios económicos. Además, el 70% del comercio estonio tiene como origen o destino países de la UE». En las calles de Tallin y en las aldeas vecinas, la opinión de la gente respalda las teorías del experto. El deseo de ampliar fronteras de los jóvenes se hace evidente al escuchar la defensa de la futura adhesión de boca de los cuatro cantantes del centro comercial. Craig, Lowry, Ince y Semi, componentes del grupo Soul Militia, no dudan. «Ahora todo irá mejor. Habrá más trabajo, se podrá salir a buscar oportunidades fuera y la economía crecerá», señala Craig. Sin embargo, la libre circulación de trabajadores es algo para lo que Estonia aún tendrá que esperar al menos un par de años. Una cuarentena que no gusta nada. «Quizá los españoles no quieran venir a trabajar aquí, pero eso es porque no conocen mucho de nosotros, tampoco creo que los estonios estén locos por ir a ganarse la vida lejos de su país, aunque es injusto que se les quite esa posibilidad», protesta Lowry. Escepticismo En la pequeña localidad de Tamsalu, a un centenar de kilómetros de la capital en di-rección a Rusia, no hay euforia por el cambio. Olga, que vive con su hijo Vania, lamenta que «ellos (los políticos) siempre están prometiendo y luego lo que dicen no se cumple. Todos pensamos que las cosas iban a ir mejor, pero aquí no hay trabajo. Nos dicen que seremos independientes y al poco tiempo quieren deshacer lo que habíamos conseguido». La mujer se hace eco de la campaña contra la adhesión a la UE: «De una unión (la soviética) a otra» fue uno de los eslóganes de los partidarios del no.

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