Diario de León

| Testigo directo | En el corazón del triángulo suní |

Caídos en combate

Diario de León es testigo directo de los ataques a las tropas norteamericanas en Irak y la muerte de uno de sus efectivos

Los médicos de la base de Balad operan al herido

Los médicos de la base de Balad operan al herido

Publicado por
David Beriain - enviado especial | palawada
León

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«¡Rápido, rápido. Al helicóptero. Hay un caído en combate y un herido al norte de aquí!». Eric Saldana salta de su garita y corre hasta los mandos de su helicóptero Blackhawk. Los demás miembros de su equipo de evacuación sanitaria, el médico, el copiloto y el mecánico, se han puesto en acción en cuanto sus walkie talkies han comenzado a escupir la señal de alerta. Corre la adrenalina y el sentido de la responsabilidad. Ahí afuera hay alguien muriéndose. Subimos al helicóptero y nos da el tiempo justo para atarnos los arneses porque Eric despega a toda velocidad. «La cosa va así. Despegas y vas a por tus compañeros caídos. No sabemos qué nos vamos a encontrar. A lo peor hay disparos. A lo peor nos atacan. Sabemos el punto de encuentro y nada más. Aterrizas donde puedes y sacas a los heridos de allí. Y llegas como sea, porque los hombres, cuando van al combate, tienen que saber que tú vas a ir a recogerlos si ellos caen. Haga el tiempo que haga. Con mucha o poca visibilidad. De día o de noche», dice Eric. Tiene 28 años, dos hijos, y una mujer que ya no le espera. Se cansó. Estuvo un año desplegado en Tikrit tras la invasión. Ahora ha vuelto para otro año. «Nadie aguanta esto. Es difícil estar separado tanto tiempo. Pero es así. Unidades como la nuestras están muy solicitadas porque siempre es necesario sacar a los heridos de la zona de combate. La verdad, a mí me encanta. Me gusta pensar que salvo algunas vidas», dice. Aún se acuerda de la primera vez que su trabajo no le dejó dormir. Eric es dominicano y se entretiene hablando español con varios de los puertorriqueños que forman la unidad. Llegó a Estados Unidos con 17 años y muchas ganas de ganarse la vida. Apenas terminó los estudios, pero alguien le habló del Ejército. Ahora es un piloto de élite a los mandos de un helicóptero que sobrevuela la llanura de Mesopotamia a baja altitud mientras sueña con volver a su República Dominicana. Estamos en el corazón del triángulo suní, la zona más caliente de Irak, el hogar de la resistencia. 1397124194 Humo amarillo El vuelo no dura más de diez minutos. Estamos cerca de Palawuda, una pequeña población del triángulo suní. A lo lejos empezamos a ver el convoy norteamericano atacado. Estaba circulando por un camino sin asfaltar, entre campos cultivados. Un humo amarillo marca el punto que los soldados han elegido para que aterrice el helicóptero. Eric pone el helicóptero de medio lado y se lanza sobre la zona de aterrizaje. La maniobra pone el corazón en la boca. El aparato toma tierra bruscamente envuelto en el humo amarillo de la bengala. El mecánico de vuelo salta del avión y abre las puertas. A pocos metros del helicóptero, cinco soldados rodean a Giovanni Carvajal, soldado del Ejército de los Estados Unidos, que sangra abundantemente por la pierna izquierda y por la cabeza. Sus botas están calcinadas por la explosión. Al fondo está su vehículo, un camión de transporte que ha quedado reventado por la explosión de una bomba situada a un lado de la carretera. Cerca del camión hay un soldado muerto. Bombas caseras Los norteamericanos las llaman IED, artefactos explosivos improvisados, que la resistencia coloca a los lados de las carreteras o los caminos por los que pasan los soldados. Las hacen con cualquier cosa, con proyectiles de artillería viejos, con dinamita. Las camuflan en los cadáveres de perros muertos, en burros, en maniquíes a los que visten como mujeres. Hasta Bush ha admitido que son el peor enemigo al que se enfrentan en Irak. Su Gobierno ha gastado un montón de millones de dólares en desarrollar mejores blindajes para sus vehículos para cortar la sangría de vidas que les estaban costando. Pero tan rápido como han desarrollado técnicas para evitarlas, los insurgentes han agudizado su ingenio para hacerlas más mortíferas. Los convoyes se retrasan y los soldados se niegan a seguir el camino hasta que no han pasado los desactivadores de explosivos, que estos dias no dan abasto. El vuelo de vuelta a la base de Balad, y a su hospital de campaña, es igual de rápido. El médico cuida del herido, le conforta, le mantiene estable. Los médicos lo examinan en el hospital de campaña. «No te preocupes, chaval, lo vas a conseguir», le dice uno de los doctores. Tiene buenas razones para ello. El 96% de los que llegan aquí sobreviven. Por la entrada del hospital entra el cadáver cubierto del soldado. Baja número 2350. Su nombre sólo se hará oficial al final de un proceso de identificación y nunca antes de que el secretario de Defensa, Rumsfeld, se lo comunique a sus familias.

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