Diario de León
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Javier Herrero - servicio especial | méxico
León

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Cerrado ya el proceso electoral en México, dos cosas han quedado claras. La primera es el nombre del presidente electo, Felipe Calderón. La segunda, que el proceso no ha sido tan ejemplar como se dijo. El propio Tribunal Electoral lo ha hecho evidente con algunas decisiones que han cuestionado tanto el funcionamiento del Instituto Federal Electoral, al ordenarle el nuevo recuento de casi cuatro millones de votos por las irregularidades detectadas, o en la reprobación que hizo ayer al presidente Fox por la intervención que realizó durante el proceso electoral. Y aunque el Tribunal ha estimado que no eran razones de peso para declarar la nulidad de los comicios, será muy difícil arrancar el sentimiento de fraude entre los seguidores de López Obrador, el candidato derrotado. A Felipe Calderón le aguardan ahora trabajos hercúleos para sacar adelante un país que flota en nubes de odio y división partidista. No son buenas las señales para una reconciliación. Es evidente el pacto entre el PAN (de Calderón) y el PRI, que ya ha dado sus primeros frutos en el Congreso, arrinconando al partido de López Obrador, el PRD, y forzándolo cada vez más a elegir entre su líder o las instituciones, a costa de perder su respaldo popular. En campaña, Calderón anunció «mano firme» para resolver los problemas. No parece el mejor remedio para vencer la crisis de legitimidad con la que empezará su gobierno o resolver asuntos como la pobreza y la impu-nidad que han hecho aflorar gravísimos conflictos como el de Oxaca. Diálogo, reformas profundas y buenas ideas tal vez no sean suficientes.

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