Diario de León

crimen del crucero

Homicidio, omisión y encubrimiento

El jurado popular declara por unanimidad culpables del crimen del Crucero a los dos acusados juzgados en la Audiencia.

Los acusados, en el momento de conocer el veredicto del jurado popular.

Los acusados, en el momento de conocer el veredicto del jurado popular.

León

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El jurado popular declaró anoche culpables del crimen del Crucero a Gustavo M.G. y a Nuria P.C, para los que el Ministerio Fiscal proponía una pena de 14 y 3 años de prisión respectivamente, propuesta que ahora deberá ser valorada por el magistrado presidente para emitir sentencia la próxima semana.

El veredicto se adoptó por unanimidad en cuanto a Gustavo y una ajustadísima votación de 5/4 evitó que Nuria fuera hallada cómplice del crimen.

¿Cómo ocurrieron los hechos? Del dictamen del jurado y de lo expuesto estos cuatro días en el juicio se considera probado que la madrugada del 17 de mayo de 2012 Gustavo y Nuria, puestos de común acuerdo, acudieron a casa de David Cascán Peña, un varón de 37 años que residía en la calle Relojero Losada del barrio del Crucero. La joven había mantenido con él una relación sentimental recién finalizada. No obstante, David y Nuria habían pasado juntos la noche anterior y varios testigos aseguran que ella simultaneaba en realidad los encuentros con ambos.

La intención de los procesados era hacerse con una cantidad de droga que supuestamente acababa de recibir Cascán, gracias al cobro de una indemnización por un accidente de tráfico. Militar de la UME, la víctima había participado en operativos en Irak, Bosnia y Kosovo y contaba una larga trayectoria profesional. A su muerte estaba divorciado y tenía una hija de nueve años. La madre de la niña dejó entrever que la ruptura se produjo cuando Cascán conoció a Nuria. «A los dos meses de irse de casa ya estaban juntos», manifestó en sala.

No fue la única queja. «Le dije que mientras tuviera esas amistades se olvidara de mí». El padre del fallecido lamentó amargamente el cambio de vida que experimentó el fallecido tras unirse a la procesada. «Nunca había tenido problemas antes con las drogas. Él era una buena persona. Ella no me gustaba nada para él», dijo antes de lanzar una mirada furibunda en la sala contra los procesados el día que declaró.

Orden de alejamiento

Nuria y David protagonizaron un incidente sonado que llevó al juzgado a dictar una orden de alejamiento. Pese a todo siguieron viéndose. Hasta que un día, tomando vinos, apareció Gustavo. «Fue el propio David el que les presentó», manifestó un amigo de ambos. A partir de ese momento, la vida del procesado también se vino abajo. La semana del crimen, Gustavo había sido detenido dos veces, una de ellas por un robo por el método del tirón en la calle Colón. «Era para consumir droga».

Días antes del crimen, David fue agredido con una barra de hierro en la cabeza. Los testimonios han achacado a los dos imputados el incidente. «Tenía una brecha en la cabeza y desde ese día dormía con un cuchillo bajo la almohada. Tenía miedo de que volvieran a por él. Quizá por eso, la noche del crimen, cuando David les vio llegar, prefirió no abrir la puerta. «No quiero que me volváis a pegar. Largaos de aquí». Lo oyó un menor de edad, testigo protegido del caso.

Su relato sustenta en buena medida la posibilidad de conocer lo que ocurrió a continuación. La pareja regresó al coche de Gustavo y Cascán se asomó a la puerta para ver si se habían ido. Desde el portal observó como los imputados se besaban apasionadamente y posiblemente los celos pudieron más que la cabeza. «Gracias, mi amor. Él estará al llegar (en referencia a la persona que iba a procurarle la droga). Pero ¿te vas a marchar cuando vuelvas o te quedas conmigo?» le había preguntado por SMS.

Medio litro por minuto

Los acontecimientos se precipitaron a continuación. La víctima se dirigió hacia el principal acusado y por la ventanilla del coche abierta le lanzó un puñetazo a la cara. Gustavo sujetó el brazo derecho y con el costado descubierto, lanzó una puñalada mortal al lado del corazón. Era mortal de necesidad. «En esa zona y con sus características, el herido perdió un litro de sangre cada dos minutos», explicó un forense.

Mortalmente acuchillado, regresó a su domicilio pero cayó desplomado en la puerta. «¡Socorro Nuria, que me desangro! ¡Me ha pinchado!».

La joven salió corriendo tras él y le ayudó a entrar en su casa. Apenas cruzó el umbral de la puerta volvió a caer y nunca más se levantó. Ante la Policía declaró que trató de reanimarlo pero que cuando cayó en la cuenta de que no había nada que hacer por su vida, se fue. En la Audiencia sostuvo que David ya había muerto cuando le dejó. Tuvo tiempo antes de buscar entre sus calzoncillos un paquete con tres gramos de droga. En los slips se hallaron evidencias de que habían mantenido relaciones sexuales juntos la víspera de su muerte.

El testigo protegido vio como los dos procesados se subieron al coche del varón y abandonaron el lugar de los hechos. Sostienen que le pidieron al muchacho que llamara desde una cabina a una ambulancia. En la esquina del final de la calle lanzaron por la ventana la navaja, pero el arma nunca apareció.

Ninguno de los dos acusados recuerda lo que pasó en las horas siguientes. «Ella tiene un shock y no guarda imágenes de esa madrugada», advirtió el psiquiatra que la atiende. «No me vienen recuerdos de esa noche ni sé que pasó», sostuvo él.

A las cinco de la madrugada, el 112 recibió una llamada de la sospechosa alertando de lo que acababa de ocurrir. No le hicieron caso por lo incoherente de su relato. La Policía Local recibió a continuación otro aviso, pero cuando los agentes se personaron en el lugar, no había nadie y tras picar a la puerta, no les abrieron. «Había alguien dentro, oímos pisadas», declaró uno de ellos. «Puede que fuera la tele, que estaba encendida», apuntó el otro. A la mañana siguiente, Nuria dio la voz de alarma entre sus amigos. Dos de ellos acabaron entrando por la ventana de la casa y hallaron el cadáver en el pasillo, con las piernas cruzadas. «Alguien lo manipuló», explicaron los científicos. «Es como si hubieran estado buscando algo».

Uno de los jóvenes salió despavorido a buscar a los agentes de la Policía Local que había fuera. La Policía Nacional intervino a continuación y ante las contradicciones en el relato de Nuria decidieron detenerla.

Cambio de look

A esas horas, Gustavo había acudido a casa de un primo de Nuria a cambiarse de ropa y a cortarse el pelo. «Me contó lo que había pasado y que no sabía si entregarse porque podían meterlo en la cárcel», contó a la Policía el primo, que luego negó este extremo en el juicio.

Avanzaron las horas y Gustavo decidió acudir a Comisaría al saber que preguntaban por él. Según cruzó la puerta fue detenido. Lo estaban buscando desde por la mañana. Se negó a declarar, pero en los pasillos de las dependencias pensó en voz alta: «¿Quién me mandaría meterme en este jaleo y pincharlo?». Cuatro policías que estaban al lado escucharon el aserto y tomaron nota.

Enviados los dos sospechosos a prisión preventiva, un familiar o un amigo de Gustavo ofreció al testigo protegido dinero por cambiar su versión, según señaló en sala el adolescente. La Policía tomó la decisión inmediatamente de declararlo testigo protegido y con varios cambios de abogados, la instrucción llegó a término con la apertura de juicio oral.

Después de veinte horas de testimonios y seis horas de deliberación, el jurado aceptó las tesis del fiscal. Por poco no prosperaron las de las acusaciones particulares. Él lloró amargamente. Ella fue más fría.

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