Diario de León

Miguel Castro Merino | Profesor de Filosofía y escritor

«Llamo a la rebelión de los profesores y que tomen conciencia crítica»

Miguel Castro Merino delante de la Catedral de León con el libro que presenta el día 13 en la biblioteca Padre Isla. FERNANDO OTERO

Miguel Castro Merino delante de la Catedral de León con el libro que presenta el día 13 en la biblioteca Padre Isla. FERNANDO OTERO

León

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Miguel Castro Merino, profesor de Filosofía en el Instituto Padre Isla de León y autor prolífico, acaba de sacar a la luz el libro Dios y la democraia, una reivindicación del ateísmo, una explicación de por qué son dos caras de la misma moneda y una invitación a transformar la educación desde la acción. El autor presenta su obra el próximo 13 de octubre a las 19.30 horas en la biblioteca municipal del chalé de Padre Isla, arropado por el columnista de este periódico Pedro García Trapiello.

—¿Cómo surge este libro?

—A partir de la observación de una ausencia total de una educación filosófica y como reacción a la reforma de la ley Wert que eliminó la filosofía obligatoria en 2º de Bachillerato y de la ética obligatoria. Es gravísimo.

—¿Son incompatibles Dios y la democracia?

—Dios y democracia son dos ideas filosóficas que no pueden ser investigadas por la ciencia. Hay que analizarlas. Quien diga que cree en Dios y la democracia no sabe lo que dice porque son dos ideas contradictorias. Se tiene que trabajar para que los ciudadanos despertemos.

—¿No son compatibles?

—Los papas nos dicen que somos hijos de Dios, como si fuera algo importante. Pero Dios no puede ser ni padre ni madre. Son ideas falsas igual que un oxímoron o el hierro de madera. Puedes decirlo, pero no existe el hierro de madera. Desde los visigodos se nos ha metido a Dios y se ha olvidado a Sócrates. Es una forma de exculparse de lo que estamos viendo: las injusticias. Hay mucho interés en mezclar trono y altar. Como en la ilustración, hay que recuperar el interés por la educación.

—¿En qué sentido?

—Hay un capítulo en el libro que se titula La batalla educativa en un mundo por definir. Hay muchísima labor que hacer pero con docentes meramente administradores o funcionarios poco hay qué hacer. Ninguna ley lo va a cambiar.

—¿Qué pide al profesorado?

—Llamo a la rebelión de los profesores para tomen conciencia crítica. Recordando a Simone de Beauvoir: «Quien no tiene conciencia política, apenas tiene existencia». Solo los que buscan la emancipación de los alumnos para que aprendan a convivir y aprendan estrategias y para que sepan el mundo de conflicto en el que están. Amor y pedagogía van juntos. Hay que despertar en cada alumno sus grandes potencias. Me gustaría que mi libro más que se lea, sirva para actuar. Que en clase se hable también de la importancia de atender en un bar o cuidar jardines.

—Hay quien le dirá que el cristianismo u otras religiones tiene esos valores.

—El cristianismo no es el adalid del amor. La educación crítica fulmina esa opinión con independencia de que tiene cosas buenas.

—Los mítines de los políticos de los domingos, ¿son los nuevos sermones?

—Sí, la homilía. Y en la escuela católicos, evangelistas y musulmanes, con clases de profesores que no han pasado una oposición, han convertido la ética en una asignatura espejo de la religión. La ética es la gran asignatura pendiente. Hay que educar en la compasión y estudiar a filósofos como Espinoza que hace hincapié en la importancia de estudiar el comportamiento humano para no caer en ideas irracionales.

—¿Cuándo se cayó del caballo en sentido inverso a Pablo?

—Hace mucho, pero he tenido un año sabático y me di cuenta de cómo estamos de condicionados: el timbre, la producción. Ahora es más importante el manejo de las TIC que la comunicación entre nosotros. Hay una represión afectiva. Se pierden los debates, algo que yo practico en clase una vez al mes desde que empecé en la docencia hace 25 años.

—También reivindica la ayuda mutua como única salida.

—Nos remitimos a los despreciados anarquistas. Vivimos en una sociedad donde prima el individualismo, comprarse pisos... y se olvida lo comunitario. Y las empresas de telefonía, banca, etc. nos quieren hacer más individualistas. Tener al pueblo entretenido. Funciona la economía finaciera y el trabajo es despreciado.

—La democracia es el sistema menos malo, se suele decir. ¿Cómo hacerla mejor?

—León es la cuna del parlamentarismo y espero que no sea su sepultura. Hay que potenciar que cuando los ciudadanos quieran ir a los salones públicos no se les prohíba, de la misma manera que nos ponen urnas cada cuatro años para que vayamos a votar.

—La pandemia ha acentuado las relaciones virtuales. ¿Hay que frenar un poco?

—Se han producido problemas por ausencia de cercanía y contacto. La gente está condicionada y tiene tanto miedo, —en eso los medios de comunicación también tienen responsabilidad con series, etc, — que ahora hay quien usa la mascarilla aunque no tenga que hacerlo. Se hizo bien al principio, pero ahora hay que hacer una buena política conductual para liberar a la gente y salir de la fobia.

—¿Cómo ha visto que ha afectado a los jóvenes la pandemia?

—Tengo amistades que tienen hijos adolescentes y me dicen: «Tienes que cuidarlos bien». Y es verdad que han sufrido mucho. Los de ahora no tienen que ver con la Guerra Civil, pero tienen derecho a ser jóvenes.

—Con la riada de informes pandémicos, parece que ahora todas las soluciones están en la ciencia.

—Ahora está el fundamentalismo científico. Hay soluciones no científicas, filosóficas. También hay que liberarse para ver lo que está pasando. ¿Puede un científico conocer algo sobre la felicidad? Dicen que es química y eso es una patraña. La filosofía no es solo teoría. Nos enseña a ver los fundamentos del poder, las cosas que nos arrastran y dirigen nuestras acciones.

Miguel Castro Merino termina con una petición a los medios de comunicación, especialmente los públicos: «Ya está bien de que se abastezcan de graciosos y al ciudadano de a pie le pongan un micrófono y le traten como una alcachofa, Tienen que dar la oportunidad a las personas de hablar de sus condiciones de trabajo, de lo que viven, sienten... Están creando analfabetos emocionales y comunicativos. Falta un diálogo filosófico donde la gente debata».

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