Diario de León

Victoriano Crémer CRÉMER CONTRA CRÉMER

Los consecuentes

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León

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A la mayor parte del personal carpetovénico le ha producido un cierto asombro el hecho,no por esperado menos significativo, que Don Miguel Boyer, que un día fuera miembro destacado del partido que acaudillaba y nunca mejor empleado el término, Don Felipe González, saliera de su voluntario ostracismo político y apareciera como de un sofocón o por impulso sagrado en las filas de Don José María Aznar, todavía felizmente reinante. Y el más veterano en contiendas políticas, se esforzaba en explicar que el hecho no tenía nada de extraño, y que donde menos se piensa, salta el lebrato, o sea el inconsecuente. En España, o al menos la que yo conozco, explicaba el enterado, el que no cambia, el que no se transforma, el que no establece un mercado provechoso con la ideología, con la fidelidad y con todo lo que haya de tener para prosperar políticamente, se queda de cuadra, es decir, se desdibuja, se diluye en la nada. Convencidos de los efectos de este fenómeno, los afiliados más constantes y ambiciosos procuran, así que obtienen el certificado político necesario, buscarse el lugar mas adecuado para poder ascender en la escala de influencias, hasta alcanzar el estado de gracia necesario para poder ensayar un más relevante cambio de situación. Si es posible, dentro del partido original, pero si a esto se opusieran las fuerzas tradicionales del bando, allí donde fueran acogidos con todos los vientos y emolumentos favorables. Que el cambiazo de aquel Don Miguel Boyer, el famoso Ministro de Hacienda y de todos los expresos ferroviarios de la política, al cabo de un tiempo de gloriosa penitencia, («Dichoso el que se retira / de aqueste mundo malvado») decidiera dar la nota, pasándose, con armas y bagajes al bando de la parte contratante contraria, es cosa que sucede con frecuencia y no hace falta escrutar registros en donde inevitablemente aparecen centenares, millares tal vez, de servidores del Estado desde la izquierda más radical que ahora y en la hora de nuestros asombros, figuran como demócratas de toda la vida en las filas de una derecha envuelta en tules. ¿Quién, de entre los que alardean de servidores fieles a una ideología, no ha rectificado, convirtiéndose en un extraño ante su propia sombra?. En los puestos de mayor responsabilidad y no digamos en los estrados y escaños de municipios y consejerías de nueva invención, aparecen inscritos, con todas las de la ley, los que fueron apasionados, briosos y consecuentes hombres de dictaduras y de franquismos denodados. España, al cabo de los cincuenta años o algo más que llevamos cambiando de opinión, de provinciamientos y de chaqueta o uniforme, se ha acostumbrado a este juego con tal afición y vocación, que, repetimos, aquí al que no presenta un certificado de cambio provechoso, le echan. Cuenta este nuestro relator gratuito que un día, encontrándose en un municipio de nuestra cotidianeidad, o sea el nuestro, que andaba por cierto en pleito por si ofrecía o no una proyección legal, se le acercó una señora, perteneciente al grupo entonces reinante, para asegurarle que antes morir que perder la vida y el puesto que al parecer tenía allí. Y cuando todavía no se había desvanecido los ecos de aquel juramento, mucho más histórico que el de Santa Gadea, la misma señora concejala, se dice que convencida «provechosamente», anunció que cambiaba su voto, no diremos que por un plato de lentejas porque la cifra daba para acaparar toda la cosecha de lentejas de la provincia. Y por aquella su operación táctica, se cambió el signo municipal, y la avispada concejala, llegó con el tiempo (un tiempo muy corto y sesgado) a figurar como jefa o presidenta o ángel de la guarda de la democracia que, a su entender y proclamar, necesitaba el país para su regeneración. Y cuando los maliciosos investigadores intentaron confirmar la sangre azul de los componentes de los grupos más enfervorizados y mejor colocados, se encontraron con que la mayoría, ya figuraba en la filas inasequibles al desaliento de Don Francisco Franco Bahamonde, que en gloria está sin duda alguna. De modo que lo del Miguel Boyer y sus cambios de orientación parece un juego...

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