Diario de León
Publicado por
Félix Llorente, cronista oficial de Mansilla de las Mulas
León

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Cada 11 de noviembre se sucede desde tiempos inmemoriales la famosa, conocida y festejada feria de San Martín en Mansilla de las Mulas.

Feria favorecida por el gran privilegio que en 1372 le otorgó Enrique III con la exención de todo tipo de portazgo, peaje y pasaje en favor del comercio y la comunicación de Mansilla. Al anterior privilegio hay que unir el Decreto publicado en 1485 por los Reyes Católicos y en cuyo preámbulo dice. «Los Reyes Católicos frente a pregones dados por recaudadores y arrendadores de ventas en todo el obispado de León en contra de la feria de Mansilla, reconocen su antigüedad y hacen pública su celebración y la protección real a los mercaderes que a ella vayan con sus mercaderías.» Más aún: en carta ejecutoria de 14 de octubre de 1558 ganada por el Concejo de Mansilla de las Mulas a los corregidores y alcaldes mayores de León en virtud de la cual se prohibió a dicha ciudad celebrar ferias 15 días antes y 15 después del 11 de noviembre, fecha en la que se celebra en Mansilla la renombrada feria de San Martín. Por último también Felipe V en Madrid el 16 de octubre de 1709 expide una Cédula de Confirmación del derecho de peazgo y portazgo del puente mayor de la Villa. El final del siglo XV y los primeros del XVI, marcaron para la población el mayor esplendor y grandeza de todos los tiempos.

Con estas mimbres se va configurando la historia de una feria conocida en todo el territorio nacional, hasta el propio Lope de Vega la menciona en su obra Peribañez y el Comendador de Ocaña, fechada en Madrid en 1614. A ella acuden feriantes y tratantes de todos los lugares, porque saben que se van encontrar con un selecto ganado equino, vacuno y lanar de las riberas del Esla y del Porma, de los Oteros y de la incipiente tierra de campos. Hasta no hace muchos años la feria duraba tres días y con antelación se arrendaban cuadras y prados. Los correates y los tratos eran esencia del mejor chalaneo; y el comienzo de la obligada matanza domiciliaria de cerdos marcaba los precios de la temporada. De ahí el dicho: «a todo cerdo le llega su San Martín.»

Ahora, como siempre, los gustos y los usos los marca el tiempo, y aunque de la feria tradicional no suelen faltar algunos ejemplares equinos y asnos, el plato fuerte lo configura la presentación de una gran exposición multisectorial y de maquinaria. Además, las viejas plazas y las calles suelen presentar, junto con la exhibición de legumbres hortalizas y ajos, un abigarrado colorido de puestos con sus toldos multicolores donde se ofrecen toda clase de mercaderías, artesanías y chucherías.

Ni que decir tiene que hoy cantinas, bares y casas de comidas dan lo mejor de sus platos y viandas, sin faltar a la cita el bacalao mansillés. En fin que unos a comprar, otros a vender y los más a ver, como ya viene siendo tradicional desde antiguo, llenarán de ambiente y de vida la villa amurallada, ubicada en un cruce caminero por donde pasan los peregrinos hacia Santiago, y donde siempre se hace presente el recuerdo de la Picara Justina, mesonera mayor, «mucho bullanguera y poco rezadora».

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