EL PERFIL: El solitario que recreó en una cabaña su vida en la ecoaldea

Las relaciones del hombre huraño de la cabaña en el monte, Miguel Ángel M. B. —de 39 años, detenido por su implicación en la muerte de la peregrina Denise P. Thiem—, con los vecinos de Castrillo de los Polvazares (término municipal de Astorga) y de la comarca no siempre estuvieron marcadas por el conflicto y la tirantez que muchos refieren ahora.

Cuando el arrestado se estableció en Castrillo de los Polvazares hace aproximadamente dos años los vecinos le ofrecieron ayuda y, por lo general, no rehuía la conversación. Aunque en la actualidad se encontraba en situación de desempleo, hay quienes dan fe de su pericia como constructor. Así, en su casa —de madera, dicen unos; prefabricada, otros—, situada junto a una pista forestal que lleva a Santa Catalina de Somoza (también en Astorga), construyó un pozo que le proveyera de agua, instaló placas solares y también la fosa séptica.

El sospechoso se relaciona con la Maragatería por parte de Madre, natural de Valdemanzanas (Santa Colomba de Somoza), fallecida cuando el sospechoso era un niño y con una última etapa en la que éste regresa de «una comuna de Navarra» —posiblemente, la ecoaldea de Lacabe (municipio de Arce), aunque no se ha podido confirmar este dato, con un funcionamiento parecido al de la comunidad de Matavenero, en el Bierzo—. Es allí donde Miguel Ángel habría aprendido técnicas para conseguir que su apartada vivienda fuera autosuficiente en la medida de lo posible y sostenible.

El regreso a la Maragatería cuenta con una primera etapa en Valdemanzanas, donde finalmente tuvo problemas con los vecinos. Dicen allí, que su única vinculación con el pueblo es su madre —«pregunten allí abajo, donde la caseta de madera»— y que allí un tío suyo tiene casa que el arrestado utiliza exclusivamente como dirección postal.

Su perfil no es el de un indigente. Recuérdese que el cadáver de Thiem se encontró en una finca de su propiedad, y, sin embargo, últimamente había recurrido a los servicios sociales para subsistir.

Quienes mejor le conocen apuntan que en el carácter del hombre de la cabaña se produjo un cambio, «porque quería traer a su pareja y a su hija y la cosa no salió bien». Desde entonces, «echaba a la gente de las inmediaciones de su casa a gritos» e instaló tablones con clavos para pinchar ruedas de bicicletas y otros vehículos y que podían lastimar a los caminantes.

Sus desplazamientos a la ciudad eran relativamente frecuentes y no era raro que pasaran días sin que nadie le viera aparecer por el pueblo, pero «a nadie le extrañaba, quería estar solo». El carácter reservado no lo mostraba, sin embargo, en lugares a los que acudía con alguna frecuencia, especialmente en Astorga.

Miguel Ángel M.B.

FOTO: LA NUEVA ESPAÑA