Diario de León
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Sobre sus juveniles e inexpertos hombros pesaba la grave responsabilidad de preservar las vidas de cientos de soldados a su cargo. El distintivo de los arrojados alféreces provisionales, a cuyo mando estaba el general Orgaz, consistía en una estrella de seis puntas, colocada sobre un rectángulo de paño negro en la guerrera, camisa o cazadora. Tal rectángulo era conocido como parche o estampilla, y de ahí proviene la denominación de «estampillados» con que se conocía a los provisionales en la zona nacional y la republicana. La gran masa de voluntarios que respondieron al reclamo de las autoridades franquistas llegaría a superar el número de cuarenta mil efectivos, procedentes en la mayoría de los casos de las universidades, las escuelas e incluso los pupitres de los institutos de enseñanza media. Lógicamente, dado que pasaban a primera línea de combate tras seguir unos cursos básicos de apenas cuatro semanas, la devastadora dureza de la guerra se cebó con saña en los alféreces provisionales. Y es que, tal como se proclamaba en la primera convocatoria aparecida en el Boletín Oficial del Estado, debían de servir «con preferencia en las que forman parte de las columnas en operaciones». Según el testimonio aportado posteriormente por sus camaradas profesionales, el resultado que dieron los alféreces en las armas y cuerpos de los tres ejércitos fue realmente excepcional. Aunque quizá podría destacarse a los destinados en infantería, dado el gran número de efectivos y las distintas hazañas que protagonizaron. La valentía de los provisionales se concreta en las 11 laureadas y 236 medallas militares individuales que se ganaron a pulso en los frentes de batalla. Y aún más, hasta seis de los recompensados con esta condecoración la lograron en dos ocasiones distintas.

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