Diario de León

Un penitente más entre el carbón

Una pieza cedida por el Parque de las Ciencias de Andalucía es la protagonista hasta junio del Museo de la Siderugia y la Minería de Sabero La tétrica figura representa a un hombre con harapos negros que porta un antorcha

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Sabero

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A lo largo de los meses de mayo y junio, las personas que visiten el Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León, en Sabero, se encontraran un extraño personaje, que con una larga antorcha en su mano los mira desde el centro de su sala principal.

Se trata de un penitente, cedido por el Parque de las Ciencias de Andalucía, el museo más visitado de esa comunidad, con sede en Granada, en una colaboración que se inicia con el centro leonés.

Los penitentes eran desdichados personajes que empleaban las minas de carbón para tratar de quemar las bolsas de grisú existentes en sus galerías antes de que entrasen los mineros y proteger así sus vidas.

Recibían nombres como fireman (hombre de fuego) en Inglaterra, de donde hay datos más remotos de su existencia, cannoniers (cañoneros) en Francia, o penitente en España o ‘nazareno’ en las minas del Sur peninsular.

La literatura ha dado buena fe de estos hombres, en obras de autores tan destacados como Julio Verne en Las Indias negras , o Émili Zola en su novela Germinal .

El penitente solía entrar en la mina envuelto en un sayal o túnica de arpillera mojada y una capucha que salvo los ojos cubría toda su cara; portaba en la mano una larga pértiga encendida en su extremo, gateando o encorvado según el tamaño de la galería, extendía temeroso al máximo su brazo, por miedo al fogonazo que producía la mecha de su pértiga si encontraba una bolsa de grisú, si es que la intensidad de la explosión —como a veces ocurría— no acababa con su vida.

Lejos del mito de que los primeros penitentes —como se ha escrito— eran reos que redimían parte de sus condenas por realizar esa labor, a buen seguro los hubo de otras procedencias: mineros de avanzada edad que encontraban como penitentes un modo de subsistencia o bohemios y aventureros...; pero lo más verosímil es que los últimos hombres de fuego fueron experimentados mineros que voluntariamente, en muy pocas horas de trabajo, multiplicaban su salario llevando a cabo esta labor.

Sea como fuere, el único dato irrefutable es que tantos de ellos murieron que durante la segunda mitad del siglo XIX los países fueron prohibiendo la existencia de esta figura no siempre con éxito.

A partir de 1815 las explosiones por grisú en las minas debieron haber dejado de ser un problema, ya que el químico británico Sir Humphry Davy, presentó una lámpara de seguridad cuyo fundamento básico consistió en rodear la llama con una fina gasa metálica, impidiendo que el calor desprendido por esta inflamase el gas, pero ni su comercialización fue inmediata, ni la variedad de explotaciones y lejanías geográficas en las comunicaciones la universalizaron al mismo tiempo.

Hoy en día solo perviven unos penitentes a lo largo del mundo, esta vez como testigos del duro trabajo en el interior de la mina, y uno de ellos puede verse de forma gratuita en el museo hasta final de junio.

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