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La estética de los nuevos edificios

La calle de Francisco de Quevedo se encuentra delimitada por la de Tenerías y la Nacional VI

La calle de Francisco de Quevedo se encuentra delimitada por la de Tenerías y la Nacional VI

Publicado por
Javier Tomé - la bañeza
León

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La Bañeza es una ciudad perfecta para contemplar, pasear y saborear sin prisas. Junto al núcleo histórico por antonomasia, agrupado en torno a la Plaza Mayor y las calles con mayor tradición y peso específico, han ido surgiendo nuevos y modernos emplazamientos que completan y, sin duda, mejoran la imagen urbana del lugar. Así tenemos la vía que homenajea al genial Francisco de Quevedo, cuyo arranque encontramos en la prolongada calle Tenerías. Aunque en su inicio encontramos algún solar deshabitado, pendiente de una futura edificación, muy pronto la calle adopta un envoltorio visual distinguido por magníficas y actuales viviendas, imbuidas de irreprochable factura estética. Entre ellos y a mano izquierda, se hace hueco un coqueto jardín que está bien dotado de juegos y divertimentos para los más pequeños. La zona, cuajada en sus rótulos de referencias culturales a escritores como García Lorca, Miguel Delibes o el propio Quevedo, adquiere en este punto un tono residencial, que prevalece hasta la conclusión en la carretera entre Madrid y La Coruña. Nacido en Madrid el 16 de agosto de 1580, don Francisco de Quevedo y Villegas pertenecía a una familia de la nobleza que ejerció funciones de servidumbre en palacio. El pequeño recibió una esmerada y refinada educación, completada luego en las prestigiosas Universidades de Alcalá y Valladolid. De su ajetreada estancia en la capital del Pisuerga nace la famosa enemistad con Góngora, así como la aparición de sus primeros poemas, publicados el año 1605, también en Valladolid. De regreso a Madrid, encontraría acomodo laboral en la casa del duque de Osuna, aparte de seguir volcado en su obra literaria. Simultáneamente, orgulloso de su origen nobiliario, iniciaba un pleito por el señorío de la Torre de Juan Abad, en Ciudad Real, que ganaría en 1631, después de muchos esfuerzos y una tremenda inversión de dinero. Tras residir durante años en Italia, como secretario del duque de Osuna, Quevedo se establecía de nuevo en la capital de España, donde escribió obras tan importantes para la literatura española como Historia del Buscón llamado Pablos , una caricatura del género picaresco editada en el año 1622. Aunque, por entonces, su particular y cáustico temperamento comenzaría a jugarle malas pasadas. Sus burlas contra todo el mundo le granjearon infinidad de enemistades, e incluso fue denunciado a la Inquisición por Pacheco de Narváez. La gota que colmaría el vaso fueron los ataques que prodigó contra el todopoderoso conde-duque de Olivares, el favorito del rey. El frío de León Finalmente, a mediados del año 1639 sería detenido bajo la acusación de ser espía de los franceses y, para completar el cuadro, conspirar contra Olivares. Y como caballero de Santiago que era, fue condenado a prisión en San Marcos, el convento que su orden regentaba en la capital leonesa. Así que don Francisco de Quevedo, desterrado de la Corte, llegaba a León en un frío mes de diciembre, siendo encerrado al principio en la torre del hoy famoso conjunto arquitectónico y parador nacional, dentro de una habitación espaciosa y clara. Pero al poco sería trasladado a un recinto lóbrego y subterráneo, donde la oscuridad y la humedad hicieron huella definitiva en su salud. Durante los casi cuatro años que don Francisco permaneció en las dependencias de San Marcos, aparte de padecer lo inimaginable a causa de lo extremo de nuestro clima invernal, tan sólo tuvo dos motivos de esparcimiento. En primer lugar, las habituales visitas que recibía del entonces obispo de la diócesis, don Bartolomé Santos de Risova, y la correspondencia mantenida con su buen amigo don Adán de la Parra, un abogado sevillano que también estaba encarcelado en la capital, aunque en su caso dentro de los muros de la torre del Gallo, en San Isidoro. El 23 de enero de 1643 cayó de su pedestal el conde-duque de Olivares y el 7 de junio de ese mismo año, gracias a la mediación de don Juan Chumacero, Quevedo era puesto en libertad. Desposeído de honores y hacienda, don Francisco buscó refugio en Torre de San Juan. Pero muy deteriorado por los múltiples padecimientos vividos en San Marcos, don Francisco entregó su alma a Dios el 8 de septiembre de 1645. Hasta aquí la biografía de Francisco de Quevedo, un hombre tan desmesurado en talento como incapaz de relacionarse normalmente con sus semejantes. Sus luces y sombras son las dos caras de una misma moneda que se recuerda, con su propio rótulo, en el callejero de La Bañeza.

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