Diario de León

PAPONA DE ACERA

Silencio en la calle

León

Creado:

Actualizado:

Venían antaño los mozos de la Sobarriba para desgranar su letanía a la capital. A su manera. Que en donde los de ciudad decían ‘danos’, ellos ‘dainos’. Apenas un puñado de kilómetros, dos mundos. Aunque la estepa leonesa era alfoz desde tiempos de un Alfonso, el IV, y León entonces aún un charco de barro, no creas, y asfalto por imaginar, aspirante a urbe todavía.

Venían de la meseta ‘supra ripa’, sobre los ríos, el Porma, el Torío, el Bernesga, con el orgullo de quien luchó en defensa de los débiles, los pueblos contra los poderosos cabildos urbanos, con la honra de quien bregó por sus derechos y dignidad. La santa Hermandad de la Sobarriba. Por eso se permitían cantar su ‘dainos’. Sin sofoco, con soniquete, arrastrando la entonación. Sin complejos. Valiente.

Y así se quedó, con el ‘Dainos’. En mayúscula. Como su procesión. De una belleza soberbia.

Ahora han vuelto, han regresado las gentes de la Sobarriba. Con sus capas de paño apretado, su canto antiguo, sus pendonetas como de ánimas y su ofrenda de pan de hogaza. De siempre.

Le gustaría al nuevo Papa la procesión del Dainos. Sencilla, íntima, austera. Tanto, que sobrecoge. Como la pobreza. Le gustaría a Francisco, sin número ni aditamentos, esta marcha franciscana vacía de todo, llena de pura esencia. Y su retahíla, que conecta con el alma de esa Iglesia que ansía reformar. Verdad, bondad y belleza.

«Por tu Santísima Muerte, dainos Señor buena muerte». Estremece el silencio de la calle. Ni a comer obleas se atreve. Por si el chasquido de la galleta rompiera el momento.

Sale de los Capuchinos, la iglesia del padre Javier de Valladolid, de su obra, su mensaje, su huella, su predicamento, sale de allí en silencio el Silencio. Y la Orden Franciscana Seglar, que aspira, como el Papa jesuita, a seguir el rastro del santo de Asís, Fracisco, el de los pobres. Deberíamos.

Por la mañana, la calle que luego enmudece es jolgorio y vendaval. De chavales agitando las palmas. Estrenando día, que eso no lo impide la crisis. Y entre los ramos verdes y las palmas doradas y ceremoniosas de alcalde y munícipes, y su policía de gala, y sus maceros abriendo comitiva, con su uniforme de antiguo origen y en la mano la maza, entre ellos la parafernalia del obispo y su bendición, por qué no, ‘urbi et orbe’, digamos aquí que a la ciudad y ‘a todo el mundo’.

Palmas no, pero ramos verdes llevarán los del Gran Poder, negro y plata, tarde leonesa recién estrenada, momento último del último día antes de que todo se convierta en negro dolor.

Cuando el Dainos y su dignidad pasen por las Carbajalas, cuando las campanas del Mercado toquen para el Cristo del XVIII que León bautizó el Ranero , se escucharán los tres toques en el portalón del convento, la llamada del llamador, la voz ¡a vosotros os llamo’! y saldrá, al son de Reo de Muerte y el eco de las horquetas, que han vuelto, ellas, que antaño, cuando los de la Sobarriba decían valientes su letanía, resonaban por la ciudad entera, anunciando en la lejanía la procesión, con su estruendo seco, entonces saldrá, y nada se oirá, disciplina y rigor, esencia de León, el Señor de la Redención.

Si el cielo deja. Que ayer no nevó por vergüenza.

tracking