Diario de León

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LUIS ARTIGUE
León

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La siesta de M. Andesmas

Marguerite Duras (traducción y prólogo de Amelia Gamoneda). Ed. Demipage, Madrid, 2011. 118 pp.

Novelas que redactó inflamada de ginebra, novelas que escribió enferma de no beber, novelas con prosa fílmica, novelas de autoficción, inquietantes novelas escritas en una primera persona tan convincente como narrativamente eficaz y novelas en tercera persona sobre personajes inventados, observados, soñados que también la definen; nos definen...

Pocas veces se han aunado literariamente la contención, la voluntad de precisión verbal, el ritmo hipnótico y la capacidad de auto-revelación de modo tan perdurable como en la obra de la escritora francesa Marguerite Duras (Saigon, 1914-París, 1996).

Por eso celebramos esta traducción definitiva al castellano de una de sus delicadas novelas de transición, La siesta de M. Andesmas , recién publicada, y con prólogo y firma de Amelia Gamoneda.

Esta novela repleta de delicadeza emocional está escrita en 1960 durante la etapa cinematográfica de M. Duras -“época de la llamada escritura fílmica en la que llevan a la gran pantalla su novela Moderato cantabile y ella misma escribe el guión de la película Hiroshima mon amour - e inicia la personal transición hacia la novela de observación, que tiene su punto álgido en El arrebato de Lol V. Stein (pocos años después su literatura viraría hacia el camino de la autoficción para dar lugar así a incontestables obras maestras como El amante ).

Con prosa exacta, aleatoriamente minuci osa, líricamente musical y poseedora del magnetismo que emana de la sugerencia se nos cuenta aquí una demorada historia que sucede en un mundo abocetado, un entorno rural emboscado, concretamente en el mirador de una casa cercana al mar: abandonado en una silla de mimbre de dicha casa -“que acaba de comprar para su hija Valérie-, el señor Andesmas espera al contratista de obras Michel Arc. Se propone encargarle la construcción de una terraza si finalmente está de acuerdo con el presupuesto que le va a traer. Se imagina la obra terminada.

Como si de Esperando a Godot se tratara, pero sin la inclinación al absurdo de Samuel Beckett, este anciano espera recostado y atento, y los acontecimientos, que empiezan siendo exteriores, paulatinamente se convertirán en algo interior gracias a la prosa virtuosamente minimalista de esta autora. Se escuchan ecos de una canción cercana. Hay gente de camino al baile. La pulsión de espera. Un perro que pasa. El calor. El contratista que tarda demasiado. Valérie. Su amada hija Valérie. Valérie que lo es todo para él... Recuerda los tiempos pasados en los que él lo fue todo para ella, y en el fondo detesta que su hija haya crecido y se haya independizado tanto... Michel Art me manda decirle que llegará enseguida... Si le fuera posible no tardar mucho sería muy amable de su parte...

El punto de giro argumental se produce sin brusquedad cuando aparece frente al mirador la mujer del contratista, y le dice a Monsieur Andesmas que su marido le ha abandonado. La espera se transforma entonces en soledad. Luego en solapada angustia. Piensa en su hija Valérie. La recuerda bailando por todos los salones de la casa. ¿Su hija se habrá fugado con el contratista? ¿Qué sentido tendría entonces el presupuesto para la terraza, y esta casa, y su vida?

He aquí una breve novela de fluidez infrecuente que, ahora que abunda la rapidez, los efectos, la sobreexcitación y el vértigo, se lee no tanto por el argumento en sí sino sobretodo por el trasgresor, casi revolucionario, acto de sintonizarnos con un ritmo narrativo más acorde con nuestros ciclos naturales y mentales. Se lee pues por el placer de leer y por la agradecible certidumbre de estar empapándote de sutileza; de lucidez... No se la pierdan.

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