Diario de León

«En la historia de la Guerra Civil hay océanos por contar»

Mañana llega a las librerías ‘morir bajo dos banderas’, nueva novela de uno de los maestros del género negro, el escritor y policía leonés alejandro m. gallo, quien indaga en el destino de los republicanos que también lucharon en la ii guerra mundial

n.g.s.

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León

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La batalla del Ebro se había perdido y, cuatro meses más tarde, la tramontana fascista entraba en Madrid. Los regueros de sangre bañaron cunetas, las acequias se cubrieron de cadáveres decapitados por la Caballería Mora y las barricadas se desmoronaban». Así comienza el apasionado relato de Morir bajo dos banderas , casi 700 páginas en las que el escritor y policía leonés Alejandro M. Gallo ‘persigue’ a los republicanos españoles que, tras perder la Guerra Civil, se dispersaron por el mundo y combatieron al nazismo y al fascismo en todos los frentes. Una auténtica ‘gesta’ en la que Gallo dibuja en clave de novela negra las vicisitudes de unos hombres que llenaron de tumbas Europa, Africa y la mismísima Indochina.

—En ‘Morir bajo dos banderas’ ha seguido el rastro a los republicanos que tras la Guerra Civil combatieron en la II Guerra Mundial, ¿ha sido un trabajo ímprobo?

—Ha supuesto el esfuerzo de varios años que ha culminado en esta novela de casi 700 páginas. Bien es cierto que las investigaciones de Secundino Serrano en La última gesta (Aguilar, 2004), las de Evelyn Mesquida en La Nueve (Ediciones B, 2009), las de Antonio Vilanova en Los olvidados (Ruedo Ibérico, 1969) y las de Eduardo Pons Prades en Los republicanos españoles en la II Guerra Mundial (La esfera de los libros, 1975) me colocaron las pistas sobre el camino que debería seguir. A lo que hay que añadir un gran grupo de escritores e investigadores que también habían abordado la materia en otros campos muy concretos. Incluso hay que buscar textos de militares extranjeros que los citaron o narraron sus hazañas. El más conocido sería el testimonio de Raymond Dronne en sus Carnets de Route. Y sobre todo localizar a los que aún siguen vivos y combatieron en la II Guerra Mundial en la II División Blindada de la Francia Libre, en la I División Ligera, en la Legión Extranjera, en el Corp Franc d´Afrique, en la Resistencia francesa, en los partisanos del Este... Un testimonio vital fue el de los soldados de los países de Latinoamérica, en concreto argentinos, que lucharon codo a codo con ellos. Recuerdo con especial cariño al porteño Michel Iriart (Buenos Aires, 1920), oficial al mando de una sección de La Nueve desde Alsacia al Nido del Águila.

—¿Es cierto que en todas las batallas murió algún español? ¿Cuántos cayeron?

—El almirante Miguel Buiza de la Armada de la II República en la Guerra Civil española (en el exilio llegó a ser comandante de la Legión Extranjera y combatió contra Rommel y el Afrika Korps en Túnez, desembarcó en Sicilia participando en la liberación de Italia para entrar más tarde en Provenza con la I División Ligera de la Francia Libre. Hasta fue citado por el general Omar N. Bradley en sus memorias), después de derrota a Rommel, había pasado la consigna a todos los soldados españoles: «De unidad cambiarás, pero con republicanos españoles siempre te encontrarás». De esa forma, no existió ninguna batalla en la II Guerra Mundial en la que no estuviese enrolado un soldado del Ejército de la II República. Por ponerle algún ejemplo, en Narvik (Noruega), hay un pequeño cementerio francés con la tumba de 118 legionarios, si usted se acerca a él podrá leer los nombres sobre sus tumbas: Manuel Ferrer, Roberto Fortunato, Aniceto Carrillo... En el itinerario desde Noruega a Libreville, después al Líbano para recorrer el norte de África hasta Túnez y desembarcar en Sicilia, liberar Italia y entrar en Francia por Provenza y llegar a Estrasburgo... en ese largo camino la I División Ligera de la Francia Libre tiene 80 cementerios con 4.000 muertos. Acérquese a esos camposantos y lea los nombres sobre las tumbas. Le ocurrirá lo mismo que en Narvik. O diríjase a la Puerta de Orleans, en París. Allí verá el monumento en homenaje al mariscal Leclerc y a la II División Blindada. Lea en él los nombres de sus caídos en combate desde Normandía al Nido del Águila y la historia se repetirá: Miguel Campos, Constantino Pujol, Ramón David, Antonio Cariño...

El número exacto de muertos es casi imposible saberlo, pero lo cierto es que los soldados del Ejército de la II República española asumieron la Guerra Civil, no como una guerra, sino como la primera batalla contra el fascismo mundial que continuó en otros frentes, con otros compañeros, con otros uniformes, pero, en esa ocasión, bajo dos banderas.

—¿Y ha encontrado a algún leonés?

—Vivo, no. Pero también se encontraban en todos los frentes y puede localizar sus nombres en el extenso trabajo de Secundino Serrano, La última gesta.

—¿Esta historia de los españoles que combatieron a Hitler también está escrita en clave de novela negra?

—Es una novela histórica, pero todos mis textos con referencia a la Memoria Histórica son narraciones a ritmo de novela negra. Aunque hablar de aquellos tiempos no deja de ser una crónica negra.

—¿Todos los hechos del libro son reales?

—Lo digo en el prólogo: «Aunque todos y cada uno de los capítulos de esta novela están basados en hechos reales, es justo advertirle, querido lector, que, en la dialéctica Historia y narración, ésta es la que impone el ritmo sobre la melodía de aquélla.»

—El libro también desvela temas oscuros de la historia como por qué había republicanos españoles con las fuerzas del Vietcong combatiendo a los norteamericanos...

—A la capitulación del Imperio Nipón, las tropas japonesas se vieron obligadas a retirarse de los territorios que habían ocupado en Indochina. Francia y otros países aliados enviaron sus soldados a esos países para consolidar su hegemonía. El general Leclerc fue el jefe de las Fuerzas Francesas allí destinadas y con él se fueron 1.100 republicanos españoles, algunos voluntarios y otros forzosos. Después de la muerte de Leclerc y de la batalla de Diên Biên Phu, los supervivientes desertaron y se sumaron a las fuerzas del Vietcong. Cuando los norteamericanos desembarcaron en 1965 en Da Nang, esos republicanos españoles formaban parte del contingente militar que les hizo frente.

—¿Un policía se fija en otros detalles de la historia que al resto le pasan desapercibidos?

—Desconozco si nuestra mirada es distinta a la de un historiador o a la cualquier otro investigador.

—¿Cómo es la familia Ardura que le sirve de pretexto para indagar en la historia?

—Como tantas familias del exilio español que en la diáspora tuvieron que separarse para no verse jamás y vivir experiencias distintas y dramáticas en diferentes frentes de la II Guerra Mundial o en campos de refugiados o de exterminio. Los miembros de la familia Ardura me permiten hablar de esas experiencias. Nico, el hijo pequeño, sigue la gesta con la fuerzas de Leclerc desde Koufra a París. El mayor, Fran, el itinerario de la mítica 13ª Semibrigada de la Legión Extranjera desde Narkiv a Estrasburgo. El padre, de los trabajos forzados en las minas de wolframio, al frente del Este. Y la nuera en las fuerzas del maquis del Mediodía francés, donde me posibilita introducir dos figuras míticas de esa resistencia, los asturianos y tenientes coroneles José Vitini y Cristino García Granda.

—¿La historia de la Guerra Civil sigue teniendo demasiadas lagunas?

—Océanos, diría yo.

— ¿Cuándo llega la novela a las librerías?

—Mañana.

—¿No ha tenido la tentación de llevar a una novela algún caso escabroso que haya conocido como policía?

—Nunca.

—Los maquis y los perdedores de la guerra han desfilado en otras novelas suyas. ¿Es su intención sacarles del olvido y colocarles en el lugar de la historia que merecen?

—Tanto la guerra como la posguerra son parte de nuestra historia y es preciso rescatar esa historia. Para ello, es preciso utilizar todos los soportes de la cultura, desde la literatura al cine e, incluso, el cómic.

—¿Cuáles han sido sus fuentes de información en esta novela tan complicada?

—Libros de historiadores, investigadores y militares profesionales. A los que sumo haber recorrido los mismos caminos que ellos buscando sus huellas y tumbas y el testimonio de los vivos.

—Su ‘alter ego’, el inspector Ramalho da Costa, ¿volverá en próximas novelas?

—Volverá, volverá.

—Dashiell Hammett, que trabajó para una agencia de detectives, el policía y escritor Craig Russell, el criminólogo Marc Pastor... ¿Por qué hay tantos policías escritores de novela negra?

—Es una gran mentira. En España, de 250.000 policías, ¿cuántos escriben?. De 70.000 policías locales sólo escribimos Montejano y yo. En América Latina hay dos millones de policías y ninguno escribe. El porcentaje es ridículo, testimonial. Lo que ocurre es que los pocos que escribimos metemos mucho ruido. En la lista hay que mencionar Joseph Wambaugh, sargento de la policía metropolitana de Los Ángeles y maestro de James Ellroy.

—¿Por qué hacen tanto ruido los policías escritores?

—Vivimos de una profesión de la que otros escriben y cuando somos nosotros los que hablamos de ella, parece que se nos oye más.

—Publica su novela con Rey Lear, una de las editoriales que más cuida las ediciones, ¿Cómo ha fichado por esta editorial?

—Gané el Premio García Pavón y la editorial contrata a los ganadores. La publicación de Asesinato en el Kremlin supuso una gran experiencia. Vi que tenían un equipo extraordinario. Me apeteció también que esta novela la hicieran ellos, cuyo trabajo es artesanal; y sus libros, de colección. La filosofía que tienen me gusta. En momentos de crisis, los compradores de libros compran más y quieren un buen producto. Esta editorial apuesta por la calidad.

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