Diario de León

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La estación de las leyendas

LOS PRIMEROS PASOS LITERARIOS DE LUIS MATEO DÍEZ (1941), FUNDADOR DE ESPACIOS NARRATIVOS UNIVERSALES EN LA MONTAÑA, EN LEÓN Y EN EL PÁRAMO, CUMPLEN ESTE AÑO MEDIO SIGLO. AQUELLAS FICCIONES DIBUJAN UN UNIVERSO CREATIVO EN EL QUE LA IRONÍA Y LA VOLUNTAD DE ESTILO REBAJAN LOS HUMOS AL FLUJO DE LA MEMORIA EMOCIONAL.

Imagen de un jovencísimo Luis Mateo Díez

Imagen de un jovencísimo Luis Mateo Díez

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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La Magdalena es el pueblo de los padres y del abolorio completo de Luis Mateo Díez, que en la primera estación de su obra lo convirtió en Las Murias de Valbarca. Entonces, el fértil Valle de la Barca, que alimentó la prosperidad feudal de los Alcidia, todavía no había sido anegado por el embalse de Selga y su molino fluvial, arropado por vetustos nogales y silbantes mimbreras, escondía una de las aventuras preferidas en las expediciones de la chavalería. Desde hace tiempo, la única calle de La Magdalena, que asoma su caserío a los flancos de la carretera, lleva el nombre patricio de don Florentino Agustín Díez, padre del escritor.

LOS VERANOS DEL GALGÓN

De aquellos estíos adolescentes, dilapidados entre las pozas del Galgón y el mirador del puente sobre el río Luna, brotan las historias que nutren el primero de los territorios literarios de Luis Mateo, fecundado además por la memoria de su infancia lacianiega. En aquel tiempo, destacaba el académico como hábil ranero, mientras su empleo ocasional de suplente en el Club Deportivo la Unidad suponía un peligro para el balón, por la proximidad del río. Si no había suerte con la alineación, aprovechaba las tardes de domingo para la reventa de sus fabulaciones, que corrían entre los curiosos del entorno. La edición era cuenta de su hermano Antón, siempre mañoso en el trámite de poner albergue a los pájaros de Luisito, mientras el trajín comercial de aquella mercancía efímera se encomendaba a una cuadrilla de alipendes, que la ofrecían en los descansos del fútbol y a la entrada del cine.

«El puente de caliza rosa entre La Magdalena y Canales fue el mirador de aquella adolescencia: un tramo de citas y paseo, de cigarrillos furtivos, de largas charlas nocturnas». El joven escritor hizo sus primeras armas como autor teatral, alentado por la vecindad de Alejandro Casona, de quien llegó por entonces La casa de los siete balcones , «solar de mayorazgos en una pequeña villa del norte español», que la cofradía ilustrada enseguida identificó al otro lado del río, en Canales. Pero su mayor reputación la alcanzó en las verbenas, como imitador del verbo tronante del ministro Girón.

Las nieves de Muanil rescata el acecho del joven escritor al universo de las historias orales, nutridas de peripecias familiares y tradiciones legendarias. Luego, se metió en la aventura de la revista de poesía Claraboya , en cuyas páginas publicó un buen ramo de versos primero intimistas y luego irónicos, que finalmente envolvió un tono jocoso de pauta narrativa. Además de cumplir con el débito lírico, escribía cuentos distribuidos en publicaciones de la provincia o del montepío, hacía maña de las artes de la pesca sin reparar en su nobleza, y se metía en excursiones arriscadas y a menudo catastróficas, pero muy ricas en saldo literario. Un rastro de aquella peripecia senderista se encuentra en la travesía de los cofrades de La Fuente de la Edad al otro lado de los Calderones de Piedrasecha. Muchos caminos de su obra posterior parten de los deslumbramientos de aquel universo adolescente.

EL LINAJE DE LOS ALCIDIA

En los setenta, empezó a publicar los primeros libros: poesía, relatos, hasta desembocar en la deslumbrante madurez de sus primeras novelas. La aventura colectiva de Claraboya (1963-1968), que codifica un libro doble del Bardo (1971), los versos de Señales de humo (1972), los relatos de Memorial de hierbas (1973), las novelas complementarias Apócrifo del clavel y la espina y Blasón de muérdago (1977). Y los premios: Café Gijón (1973) e Ignacio Aldecoa (1976). Dos cuentos de su primer libro pasaron al cine: Los temores ocultos y Los grajos del sochantre . Participó en la ironía festiva del Parnasillo provincial de poetas apócrifos (1975) y en la invención tutelar de Sabino Ordás (1977-1979).

Apócrifo y Blasón muestran la historia y el epitafio del linaje valleinclanesco de los Alcidia, avecindado en Benllera, del que brota como apéndice esperpéntico El viaje de doña Saturnina . Ya entonces tenía tasado Luis Mateo el alcance de su apuesta narrativa. Las estaciones provinciales (1982) se llamaba todavía Revelaciones criminales de Marcos el empedernido (1970), así que lo retuvo más de una década para darle unas cuantas vueltas. Entretanto, fue saldando su deuda literaria con los territorios fundacionales: Visiones del Vallegordo (1979) y Relato de Babia (1981). Textos de naturaleza singular resueltos entre la geografía de la memoria y la fascinación del mito, que culminará lustros más tarde Días del desván (1997). Desde un principio tenía claro que lo universal no es otra cosa que lo local sin fronteras.

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