Diario de León

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El caudal de los afectos

ÁNGEL FIERRO FUE EL POETA DE ‘CLARABOYA’. DESDE ENTONCES SU OBRA HA CRECIDO HASTA LA EXPRESIÓN MADURA, PRESENTE EN LA NOVELA ‘EL CONTADOR DE VIENTOS’ Y EN LOS VERSOS DE ‘VARAS DE AVELLANO’. ENTRE MEDIAS DESPLEGÓ EL FECUNDO INVENTARIO DE LA CULTURA POPULAR DE LOS ARGÜELLOS. divergente

El poeta Ángel Fierro, uno de los ‘claraboyos’

El poeta Ángel Fierro, uno de los ‘claraboyos’

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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Ángel Fierro (Cármenes, 1941) fue el poeta que inauguró las páginas de Claraboya con sus sonetos de amor premiados aquella primavera de 1963 en Barcelona. Había que arrancar y el galardón en los Juegos Florales Universitarios pareció la mejor divisa para la nueva aventura. Era una forma de marcar el territorio de la revista, advirtiendo que la labor de aquellos pipiolos no iba a ser otro brote perecedero. Fierro, Llamas y Agustín Delgado andaban por Barcelona: los primeros estables y Agustín de paso, como casi siempre. Luis Mateo acababa de ser finalista con Torbado en el certamen de cuentos del I Día de las Comarcas. En Boñar, la jornada literaria congregó a más de tres mil personas en una nave de la fábrica de talcos de Gabioli. Los versos de aquel día los declamó César Aller. También hubo distinción para el Viaje al romancero de los Argüellos , de José Luis Leicea, un precedente de la sensibilidad que iba a nutrir parte de la obra del retorno de Fierro.

EL VENERO DE LOS ARGÜELLOS

En Barcelona, la fiesta de los juegos florales la presidió Solís en el Tinell, como ministro del Movimiento. Ya en la cena de gala, la celebración perdió su compostura a los postres, con la autoridad zapateando por las mesas y la reina de las justas, una hija del alcalde Porcioles, oscilante en brazos del poeta a causa de las ingestiones. Aquellos festejos los relataba con guasa el poeta Agustín Delgado, que incluso les dedicó unas ironías de su dilecto Fidelio. Por entonces, la vocación de los fundadores de Claraboya ya estaba clara: Mateo en el relato, mientras el trío de ex seminaristas cultivaba distintas variantes líricas. En ese reparto, Fierro tuvo siempre la patente del poeta más puro. Después de los versos de amor y evocación del estreno, sembró el segundo número con elementos de su naturaleza más cordial: álamos, pájaros y ríos. A los álamos les hizo la encomienda de que fabricaran el viento para que la noche muriera en sus brazos.

Estaba anticipando medio siglo el universo de su primera novela: El contador de vientos (2010). Pero aquel dictado íntimo del corazón despertó la primera polémica sobre la coherencia grupal de los claraboyos. La planteó un Dámaso Santos enviscado desde la ciudad y le respondió Agustín Delgado en el número 3 de la revista. De aquel venero ancestral de los Argüellos, evocado en la distancia, surgen los Romances del moro Qil , con los que obtiene el Premio Fastenrath del Ayuntamiento de Barcelona y que abren el número 4. Por entonces, anda de militar en Valladolid y un año más tarde (número 7) despedirá sus colaboraciones en la revista con tres sonetos de muy diversa melodía dedicados a Barcelona, Valladolid y León. Ya sólo volverá en las compilaciones colectivas para denunciar la amenaza del pantano que pendió sobre Cármenes y afinar su maestría en la mesura de los versos, cada vez más acordes con el dictado de una veta popular y legendaria.

EL POETA MÁS PURO

En la tarea colectiva de la revista, Fierro fue quien tuvo una participación menos directa, y sus versos podría decirse que enmiendan no pocos postulados del grupo. Sobre todo, cuando Agustín se puso estupendo con la propuesta dialéctica. Para entonces, cada cual había tomado ya su camino. Sin embargo, un monitor tan atento a la poesía de aquel tiempo como Batlló, que editó en El Bardo Equipo Claraboya. Teoría y poemas (1971), hace este balance en la memoria de su aventura editorial, publicada en 1995: «Agustín Delgado puso la ciencia infusa; Ángel Fierro, la poesía. Llamas la voluntad y Díez se preparaba para empresas más altas. Fue una avanzadilla de la mafia leonesa que tan altas cotas de celebridad llegaría a merecer pocos años más tarde en el ruedo literario». En 1974, Batlló remató la colección (su etapa autónoma, anterior a la alianza con Lumen y a la deserción de Ocnos) con la antología Poetas españoles poscontemporáneos , en la que «están los característicos y también aquellos que podrían haber llegado a serlo si los años y el cansancio no lo hubieran impedido». Entre sus 19 autores, dos leoneses: Colinas y Fierro.

Para entonces, Fierro ya había publicado su primer libro de versos: Responde amor (1973). Cuatro años más tarde, recoge en una carpeta la versión exenta de sus Romances del moro Qil . En ambos suena la misma dicción clásica, que realza una voz melodiosa. También sus temas resultan recurrentes: el amor como respuesta a un mundo injusto, las raíces, el venero de la tradición de sus valles originarios embocados por hoces calizas y enlazados por colladas, la familia como ámbito de complicidad. La armonía del amor y la huella de la tradición. Ese universo personal sostiene la deriva del ejecutivo que recorre mundo con la encomienda del vermú.

Con el regreso a casa, toma cuerpo su labor etnográfica, que despliega en una serie de publicaciones abrumadora. Ahí recoge la memoria de sus valles, sus músicas y expresiones coloquiales. En 1993 pone luz poética a las imágenes de Manuel Martín: Nocturno . Simultáneamente, decanta la secuencia de sus versos, que agrupa una antología modélica: Palabras reunidas (2006). De ese inventario angular parten nuevos libros: El andamiaje de los sueños (2013), que comparte con la escultora Esperanza d’Ors, en una edición preciosa de Mauricio d’Ors, el fundador de Nostromo; y Varas de avellano (2013) con Vadinia . Una obra en progresión, de trazo luminoso, que completa El contador de vientos (2010), su primera novela.

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