Diario de León

PATRIMONIO

«Hay que lograr que la obra maestra de la luz sea Patrimonio de la Humanidad»

El medievalista asturiano González Romero propone pedir una candidatura conjunta del gótico radiante, cuya obra cumbre es la Catedral de León

El rosetón principal de la Catedral de León y la descomposición de colores con la penetración de la luz

El rosetón principal de la Catedral de León y la descomposición de colores con la penetración de la luz

León

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Siente una pasión desmedida por las catedrales góticas y, en especial, por la de León. Tras recorrer los mejores templos medievales de Europa, el historiador asturiano José Fernando González Romero no entiende que la Pulchra no sea Patrimonio de la Humanidad; como que tampoco hayan recibido ese título el Panteón Real de San Isidoro o San Miguel de Escalada. Conoce los intentos fallidos que hubo en el pasado para que la Unesco incluyera en su lista la Catedral, pero tiene una idea: presentar una candidatura conjunta del gótico radiante, el que surgió en la Isla de Francia, cuya obra cumbre es León. Una propuesta que incluiría la Sainte-Chapelle de París, Saint Denis, Trois y la Capilla Real de Saint Germain.

González Romero desveló en su libro El secreto del gótico radiante la identidad del hombre que diseñó la Catedral de León, el maestro Enrique, al que califica como uno de los arquitectos más importantes de toda la Historia. Muchos estudiosos han considerado al maestro Enrique uno más en la construcción de una de las catedrales que se erigió en menos tiempo, 53 años; pero el medievalista asturiano llevó sus investigaciones más lejos. Sus hipótesis ‘revolucionarias’ sobre un único autor de las catedrales de León, Burgos y Saint-Denis superan las teorías más arriesgadas postuladas hasta la fecha por los investigadores.

«No hay que olvidar que el Partenón se hizo de mármol, pero la Catedral de León sólo de luz», asegura. Explica que el templo leonés es el resultado de la relación entre las cortes más refinadas de Europa: las de San Luis y San Fernando. Quizá por eso, porque era demasiado exquisita, el ‘poblachón’ que en la Edad Media era la ciudad de León no comprendió el inmenso regalo que supuso un edificio ‘de cristal’. La descomunal catedral de Burgos —porque el tamaño siempre se impone— ensombreció igualmente a «la obra cumbre de la arquitectura hecha luz».

«León tiene que poner en valor una obra única en el mundo», defiende, una Catedral perfecta que, estructuralmente no podría haber sido ni un ápice más alta. Otras catedrales que quisieron emularla se toparon con graves dificultades constructivas, como le ocurrió a la Toledo, un edificio que, desde el punto de vista histórico, encierra uno de los episodios de poder más apasionantes. González Romero acaba de publicar el segundo título de su trilogía sobre el gótico, dedicado a la catedral que auspició el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada. En Catedral de Toledo: La Dives Toledana y la batalla de las catedrales gigantes en el gótico clásico (Ediciones Trea) , el autor desentraña qué había detrás de la construcción de la catedral más colosal del gótico clásico. Jiménez de Rada, más político que eclesiástico, pretendía, en realidad, reivindicar la unidad de Hispania.

El Vaticano de Toledo

La catedral era el símbolo de ese imperio que soñaba el primado de Toledo, que la concibió como «un Vaticano implantado en tierras peninsulares».

Prueba de ello es que levantó el colosal edificio sobre la antigua mezquita, en un ejercicio de desafío del poder cristiano sobre el musulmán. Un eclesiástico que no dudó en empuñar la espada para conquistar tierras y poder.

Pero el proyecto se fue complicando y topó con difíciles problemas arquitectónicos para mantener en pie semejante ‘mole’. La catedral de Toledo, como cuenta González Romero en su libro, tiene una fase radiante inspirada en la de León, pero era insostenible, literalmente, un edificio de semejantes dimensiones sin fuertes pilares y arbotantes. Tampoco el proyecto inicial se ejecutó como lo había concebido el arzobispo, sino que el templo sufriría notables recortes en tamaño y altura.

La personalidad y las contradicciones de los sucesivos maestros constructores -algunos sin la capacitación suficiente, que adoptaron incluso discutibles soluciones arquitectónicas- convierten el libro de González Romero en un texto apasionante, con el rigor de un ensayo y la agilidad de una novela.

El historiador asturiano confiesa que encontró una buena base documental para su libro en la tesis El patronazgo de Blanca de Castilla , obra de María Peyón, dirigida por María Victoria Herráez, catedrática de Historia Medieval de la Universidad de León.

González Romero, que curiosamente también es especialista en Patrimonio industrial, afirma que la Catedral de León «es una obra de tal madurez que no sólo exigía al arquitecto o arquitectos que la trazaron un dominio absoluto del dibujo arquitectónico sobre papel, sino que precisaba también una asistencia a pie de obra, por las dificultades técnicas que entrañaba». Es decir, el diseñador tuvo que estar presente en León durante la construcción para aportar soluciones puntuales.

Para el historiador asturiano, sólo un proyectista con la más alta calificación profesional, y ya en su plena madurez personal, pudo llevar a cabo una obra de tal categoría.

Ahondando en sus tesis sobre la identidad del hombre que forjó la Pulchra Leonina, Gómez Romero asegura que «una construcción tan compleja, que refleja un perfecto conocimiento de las últimas novedades experimentadas en la región parisina, llevándolas hasta sus últimas consecuencias, no parece ser una mera copia de algún ejemplo similar. Precisa que sus autores hayan realizado anteriormente algunas muestras de su buen hacer». Y, en España, en ese momento, «no se conoce nada semejante» y «sólo presenta coincidencias coetáneas con la fase radiante de la catedral de Burgos». Por todo ello, no pudo ser otro que el maestro Enrique.

González Romero, como ya hizo en su anterior libro, ha contado con la colaboración de su hijo Fausto, experto en comunicación y márketing visual, para las fotografías e infografías que se incluyen en la Catedral de Toledo: La Dives Toledana. Ambos forman un singular tándem, que saborea por igual el gótico que la buena cocina de las ciudades que recorren.

El origen del gótico

El segundo libro de su trilogía despeja cuestiones como el papel que ocupa la Dives Toledana en el conjunto de las catedrales gigantes del gótico clásico y las causas por las que el ambicioso proyecto de Jiménez de Rada no se llevara a cabo en su totalidad. También tiende un puente entre los maestros constructores y sus colegas franceses de catedrales como Bourges y Le Mans. El texto arranca sondeando el origen del término ‘gótico’, que al parecer surgió como un equívoco. Fue el humanista Giorgio Vasari quien utiliza por primera vez el vocablo al creer este estilo de origen germánico y godo, con un carácter despectivo en relación al arte renacentista del XVI. Tampoco hay que desdeñar la Historia Gothica escrita por Jiménez de Rada, gran admirador de las antiguas iglesias visigodas, ‘góthicas’, y sus modernísimas ojivas, que le resultaban un prodigio cuanto mayor fuera su antigüedad. González Romero se convierte en guía de la fascinante catedral toledana para adentrar al lector en los secretos que ocultan los templos góticos y lo que había detrás de estos gigantes de piedra en apariencia erigidos para mayor gloria de dios.

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